Parte 5 El camino de la tormenta

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Sólo una persona se quedó atrás en el Éxodo de Eldareth. Uthnarr vio a Lerith partir en el caballo blanco que le había dado, al que había llamado Lorien, junto con la caravana de Nordlim; y bajo instrucciones del propio earl de Eldareth comandó que su pueblo siga a Bakken hasta las montañas.

-¿Por qué tienes que quedarte?- Lerith le reprochó entre lágrimas a su padre en las puertas de Eldareth.

-Debo hacerlo porque es el camino correcto. El único que debo tomar. Aún si eso significa abandonar a mi perla más preciada.

-Ven conmigo- le suplicó. Pero nada podía persuadir la decisión de su viejo padre.

-Tu camino adelante es uno puro y bueno. Yo no puedo ir contigo. Mi camino está plagado de piedras, pantanos y tormentas; y yo soy el único que debe caminarlo... aunque sea por última vez.  

Al atardecer Uthnarr abrió las puertas del castillo vestido en cota de malla y el yelmo de Utheld, equipado con escudo y blandiendo la espada que le perteneció a su hermano, y a su padre antes que él. Caminó por el pueblo desierto y despoblado hasta las orillas del mar del Elyknaes. Se paró al borde de la marea, con el sol dándole de lleno en la cara. Se sacó el yelmo por un momento, que quedó medio enterrado en la arena, permitiéndose respirar y envainó su espada. Caminó a las aguas hasta que le llegaran a las rodillas y se mojó toda la cara en las aguas saladas. Luego volvió a la orilla, se puso nuevamente el yelmo y desenvainó otra vez.

Los barcos del Pueblo Negro se aproximaban con rapidez y eran numerosos, tanto que le obstruían el horizonte. Su dolor de cabeza empezó a latir con fuerza nuevamente y con ello su ira, la última ira que Uthnarr sentiría. Cuando el primer barco tocó la costa y los hombres bajaron de él, con espadas y lanzas y armadura pesada, Uthnarr se les abalanzó con los ojos impregnados de una cólera que hizo temblar el ímpetu del enemigo.

Mientras iban desembarcando se apilaron en fila dirigiéndose hasta él, pero la furia de Uthnarr les llenaba el corazón de miedo y duda. Uno a uno, iban cayendo y probando el filo de su espada, que pronto se convirtió en un acero de rojo puro, y mientras avanzaba hasta el barco dejaba un rastro de cadáveres a sus espaldas. Un golpe de hacha de atrás le voló el yelmo a la arena, que una ola se tragó hacia adentro, con su percepción confundida pero con sed de sangre Uthnarr logró degollar la garganta de aquel hombre. Una hueste de 50 hombres fue destruida ante la sola espada de Uthnarr, los cadáveres llegaron a apilarse entre sí y el agua comenzó a tornarse rojiza. Uthnarr luego notó algo que lo dejó confuso, era su dolor punzante en la cabeza... estaba desapareciendo. Sin que lo notara un hombre se le apareció desde atrás, con una espada como ninguna otra que Uthnarr hubiera visto, el acero era inmaculado y los rayos del sol se reflejaban en él, por un momento lo dejó ciego, y cuando el hombre le asestó con aquella majestuosa espada sintió un corte profundo entre las costillas. El corte fue certero y sangre comenzó a chorrear desde su estómago, los anillos de la cota quedaron rasgados y esparcidos por la playa. Luego con gran rapidez el hombre cortó la mano de Uthnarr de raíz con un solo golpe y con apenas esfuerzo. La mano empuñando la espada cayó a la arena en un charco de sangre.

La imagen del hueso dentro de su carne le impresionó un momento, pero luego dirigió su escudo hacia el hombre y le asestó en la quijada. Uthnarr dibujó una sonrisa enfermiza mientras se acercaba. Pero al avanzar, el hombre rápidamente tomó una posición firme y le clavó su espada en la barriga hasta el mango. Al sacarla, sangre brotó descontroladamente de la herida.

Uthnarr permaneció de rodillas, con el muñón presionado a su estómago, mientras el hombre que le mató lo miraba contemplativo.

-Los dioses te dan la bienvenida por tu valentía. Regocíjate- su asesino era un joven de la edad de Lorien, alto, de pelo negro y ojos verdes.

Uthnarr estaba seguro en ese momento, su fiebre estaba desapareciendo casi por completo. No pudo evitarlo, y desde su interior surgió una risa limpia y clara, que llenó toda la playa.

Lo tomó de la ropa y le forzó a mantenerse de pie.

-¿Cómo quieres morir?- le dijo.

Pero Uthnarr no podía gesticular ninguna palabra, la risa se le hacía incontrolable.

-Dije, ¿cómo quieres- Uthnarr le golpeó con la frente e hizo que tragara sus palabras. Cuando el muchacho se recompuso tenía una mirada llena de furia.

Tomó el brazo con el que empuñaba el escudo y se lo amputó hasta el codo.

Aunque Uthnarr pareció ni siquiera notar el miembro faltante, su risa se había transformado en histérica, y estaba confundiendo a los hombres que habían desembarcado en la playa.

Luego el muchacho lo arrastró hasta el mar, y cuando el agua estuvo lo suficientemente profunda hundió la cabeza de Uthnarr y apretó sus manos alrededor de su cuello.

Uthnarr aún seguía riéndose debajo del mar helado, donde el cadáver de su hermano se encontraría, al darse cuenta y lleno de felicidad que ya no sentía nada en la cabeza.

La tormenta que se avecinaWhere stories live. Discover now