Parte 2 La invasión de Eldareth

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Su hijo Lorien era todo un orgullo para él. Era su primogénito y el futuro de su Casa. De su padre había heredado los brazos fuertes y el pecho inflado. Y de su madre el cariño del pueblo y su pelo rojizo. Destacaba en la espada y como jinete. Y como primogénito tenía bien en claro sus deberes como noble, por más que no lo pareciera, por lo que la noticia del acuerdo no le provocó mayor sorpresa.

En cambio Lerith, su hija y su perla más preciada se mostró más reservada al enterarse. Uthnarr mantenía las esperanzas de que su humor cambiara y que pueda ver lo que su padre estaba haciendo por ella. Más bien lo que estaba sacrificando para mantenerla a salvo.

-Quiero verte feliz mi hija, más que nada en el mundo. Si piensas que te regalaré como ganado común no conoces a tu viejo lo suficiente- le había dicho en su dormitorio con ganas de animarla. Pero su mirada seguía en el suelo con una expresión muda.

Y mientras el pueblo de Eldareth se preparaba para recibir a los invitados por tierra antes de que llegaran los de mar, Lerith deambulaba por entre las casas, toda sucia de barro hasta las rodillas arruinando su vestido blanco, como si estudiara cada madera de cada hogar, a veces incluso en altas horas de la noche, y siempre terminando el recorrido en el muelle de Beok; donde se dirigiría hasta el borde del puente y allí murmuraba una oración al agua, antes de por fin soltar sus lágrimas.

Una vez de que Uthnarr se diera cuenta de la aflicción de su hija la compensó de todas las maneras que encontró posibles. Le trajo prendas nuevas y bordada de pequeños cristales azules, contrató a bufones que le digan chistes en la noche y le suban el ánimo, y por último le compró un corcel blancuzco como la nieve de invierno. Este le alivió un poco las preocupaciones a Uthnarr al ver que por lo menos lo montaba y cuidaba de él, con el sabio concejo de Lorien para criarlo.

Al octavo día desde que mando su proposición una furiosa tormenta azotaba a las playas. El mar se había adelantado varios y peligrosos metros desde su lugar original y estaban amenazando a las casas más cercanas a la playa; hogar de los pescadores y de todo aquel que prueba suerte en el mar. Beok quedó casi por completo tapado de agua, pero Uthnarr confiaba en la resistencia de la madera de aquel viejo muelle, había estado mucho antes de que naciera, sobreviviendo guerras y hambrunas, y seguiría allí mucho después de que muriera.

Fue en medio de la lluvia incesante y la tronadora furia de los dioses cuando el primer invitado se hizo presente.

Uthnarr recibió a earl Manbjorn en el seguro cobijo de su salón y no pudo evitar que una leve sonrisa se formara en su cara curtida y marcada por profundas líneas, pues era una visita que le aliviaba.

-Cuiden de los caballos y de nuestros invitados- les ordenó a sus sirvientes y a sus esclavos. Al moverse las cadenas en sus muñecas y tobillos se chocaban entre sí- Earl Manbjorn, usted ha respondido a mi llamado aún en estos tiempos de guerra, para hacer alianzas. Es más que bienvenido en mis dominios.

El earl de Milm era tan viejo como Uthnarr, su cabello era de color ceniza y tenía tan solo un ojo de un marrón muy oscuro, del otro solo estaba la cuenca en la que debía estar.

-Nuestros señores se olvidaron de nosotros, debemos mantenernos unidos si queremos pasar esta tormenta-

-Los ejércitos del Pueblo Negro están cada vez más cerca de nuestras orillas y las alianzas deben fortalecerse, por honor... o por sangre-

-Estoy de acuerdo earl Uthnarr-

-Quizás es descortés pedirle esto cuando recién llegó pero ¿desea hablar de mi propuesta?- su voz áspera se tornó más apacible y servicial. Algo que ensayó a la perfección.

La tormenta que se avecinaHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin