Hannah

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Hannah estaba pálida

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Hannah estaba pálida. Al ver el cuerpo de Leonore se santiguó con tanta insistencia que la vieja Tata e incluso Odeth llegaron a pensar que estaba por perder la razón. Julio, en un rincón, parecía llorar. Ninguna de las mujeres podía asegurarlo. El muchacho, con la mirada perdida, parecía ver cosas que a ellas se le escapaban. El amo no había permitido meter el cuerpo de Leonore ni siquiera en las habitaciones de la servidumbre. Nadie quería entrar en contacto con ella. Una vez desaparecida la señorita Isabelle, todos se sentían confundidos. Evocaban una figura femenina a los lejos, una sombra enorme que los había arropado a todos sin saberlo. Con el velo removido sólo pudieron imaginar lo peor. Leonore seguía viéndose hermosa, no, incluso más hermosa que antes, tal vez por eso nadie se atrevía a tocarla.

—Mandaré a un par de mozos para ver qué se puede conseguir. El amo no quiere el cuerpo en estas tierras.

—¿Y qué se va a hacer? —preguntó la vieja Tata. Le pesaban los huesos y, con la impresión, apenas podía sostenerse en pie. Había visto el cuerpo de Leonore una tan sóla vez y desde entonces su piel estaba fría, ni el fuego ni las mantas lograban calentarla.

—Si tan sólo me hubiera escuchado —se quejó Hannah—. Niña tonta. Es lo que pasa cuando uno no se conforma con lo que tiene.

—Y ya qué más da —habló Julio después de mucho tiempo en silencio. Qué más daba, pensó, sintiendo un arrepentimiento enorme devorarlo entero. Si tan sólo hubiera tenido más valor, si la oscuridad y la espesura del bosque no lo hubieran hecho retroceder tal vez habría alcanzado a Leonore y habría impedido...

Él no la encontró, pero cuando la vio creyó que, de haberlo hecho, bien podría haber perdido la cordura. Leonore se veía más hermosa que nunca. Estaba pálida, sí, pero no era la palidez de la muerte y sus labios, enrojecidos todavía por perlas de sangre coagulada, parecían llenos y vivos. De no haberle comunicado su estado, Julio habría creído que Leonore sólo dormía. ¿Cómo explicaba esa belleza? La muerte nunca es hermosa, sólo es fría. Esta imagen lo acosaba, quería deshacerse de ella pero cada vez que cerraba los ojos aparecía Leonore envuelta por esa sombra cuyo rostro ya no recordaba. Hannah hablaba con tanta seguridad, parecía recordar sin dificultad alguna, pero él no recordaba muy bien a esa tal señorita Isabelle. Tal vez no fueran más que excusas. No quería caer en la trampa. Tampoco quería seguir escuchando todas esas malas cosas que decían sobre su prometida.

—Está muerta, ya déjenla en paz —susurró, para luego levantarse.

—¿Julio, adónde vás? —preguntó Hannah.

—A verla una última vez —respondió, resignado.

—No creo que debas....

No la escuchó. Julio se levantó y se marchó.

Las mujeres y los mozos no lo volvieron a verlo sino hasta un par de días después, cuando ya todo había pasado.

***

—Era tu sobrina, ¿no es así? —preguntó el señor Karl.

En el salón de visitas el ambiente era pesado. El humo de las pipas se elevaba casi convertido en nubarrones. Hannah no lo soportaba, pero a falta de una sirvienta más joven y delicada, ella misma se ofreció a atender las visitas. Si el amo Karl no daba la orden no podría salir a buscar una sirvienta joven, con tantas viejas iban a terminar todos muertos y nadie lo notaría.

—¿Eso dije? —respondió August, dibutativo.

—Una muchachita grosera, altanera y arrogante convencida de conocer muy bien la naturaleza femenina.

—Una mujer así no podría ser olvidada con tanta facilidad. Todos padecemos estas lagunas mentales, como si hubiéramos soñado el mismo sueño.

—Sí, no deja de ser extraño —intervino John—. Todos recordamos la presencia de una mujer, incluso las palabras intercambiadas en largas conversaciones, y sin embargo, todo sobre ella es vago. ¿Qué dice la servidumbre?

—Palidecen con la sola mención. Yo mismo preferiría no hablar de esto de ser posible.

—Ya nadie quiere salir de noche. Hablan de damas de blanco, de damas de negro. Quién los entiende. Ya sólo les falta hablar de damas desnuda.

—Y a la pobre muchacha ya han intentado desenterrarla tres veces. La ignorancia de esta gente... quizá no sea otra cosa. Llevamos demasiado tiempo en el campo.

—Pero no puedo decir que los culpo. Sin ir más lejos, a mí mismo me gustaría comprobarlo.

—Habrá una gran brecha entre estos pueblerinos ignorantes y nosotros, pero hay algo que es común en todos: a los muertos se les deja descansar. Ya lo han dicho. El campo nos ha enfermado la cabeza. Nada más.

—Pero a este ritmo no podremos regresar a la ciudad.

—Perdí mi casa por las revueltas. Mientras no se calmen las cosas, no hay mejor lugar que este.

Los hombres asintieron. Hannah, en un rincón, permanecía en silencio. Ya le comenzaba a pesar el cuerpo. Si esa niña tonta no se hubiera dejado convencer estaría ahora atendiéndolos como debería. Hannah ya estaba demasiado vieja para esas tareas. Estaba segura que sus piernas no las sostendrían mucho tiempo más.

—No me lo saco de la cabeza —continuó el señor Karl—. Vivió en tu casa, la presentaste como tu sobrina, te divertías con ella, de eso no hay duda. ¿Pretendes no recordarlo?

—Si intentas acusarme de algo dilo ahora, Karl —respondió August.

—No nos alteremos —intervino John—. Aunque yo mismo recuerdo algo similar, no puedo estar seguro. Es mejor dejar las cosas así. Ya la gente del pueblo lo olvidará, y nosotros con ellos. Y si no...

No ha sido más que un mal sueño, pensó Hannah mientras trataba de no escuchar la conversación de los señores. No entendía por qué los demás no lo recordaban, pero ella, cada día más vieja, recordaba el rostro de la señorita Isabelle como si acabara de verlo minutos atrás. Y la maldecía. Como el resto, habría preferido olvidar, así no se vería condenada a maldecir una sombra hasta el final de sus días.

Cuando los señores al fin se marcharon Hannah pudo cederle el resto de sus tareas del día a Odeth.

Todos estamos viejos aquí, murmuró Hannah de camino a su recluida habitación, y tal parece que es lo mejor.

Tal vez era porque ella todavía llevaba crucifijos que no podía olvidar. Los otros rezaban, pero no tocaban nada, el velo de lo misterioso se perdía los días de culto, sumergido en los oscuros y húmedos rincones de las casas.

Era una mujer, sabía Hannah, una mujer hermosa y diferente que susurraba palabras dulces con el propósito de que estas le abrieran el camino hacía la muerte. Y Leonore, esa niña tonta, había abierto la puerta con demasiada prisa.

Hannah se arrodilló cerca de su camastro. La habitación estaba oscura, todavía pendía en el ambiente el olor a cera quemada, a vela extinguida. Hannah se persignó. Demasiado a menudo lloraba por Julio. Leonore se había llevado una parte de él, y el pobre muchacho nunca había tenido culpa de nada, ni de sus padres ni de su prometida.

Aunque tenga que arrastrar mis propios huesos te conseguiré una buena muchacha, se dijo Hanna para sí misma antes de volver a juntas las manos para, por última vez, rezar por el alma de Leonore, pero la Leonore que murió antes, la niña buena y sumisa que había recogido hacía ya tantos años con el único propósito de convertirla en sirvienta y esposa. 


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A que no se lo esperaban, eh, eh xD

Planeaba subir este más temprano pero mi percepción del tiempo a veces no es muy normal.

Faltan dos capítulos.

GRACIAS POR LEER.

Son lo mejor del mundo <3 

La dama enamoradaWhere stories live. Discover now