La joven que no sabía su nombre

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Nadie llegaba a conocerla. Aparecía sin más, envuelta en tela blanca, con los pies descalzos y la mirada perdida. Era hermosa y callada y durante las noches no podía dormir. No sabía cómo se llamaba, ni que su piel era blanca, su cabello y ojos tan oscuros que parecían de otro mundo. No sabía cómo tratar a las personas que se le acercaban. No sabía cómo responderles. No sabía que no les debía nada y que no debía dejarse guiar por sus manos sucias y sus palabras falsas. La joven apenas recordaba algunas cosas, sólo sentía como si se hubiera despertado antes de tiempo.

En ocasiones una figura femenina la visitaba en esos estadios erráticos parecidos a los sueños. Le decía que esperara y por eso esperaba. Los días eran cortos, las noche largas. Era fría la oscuridad, la ausencia de otros cuerpos, eran fríos sus recuerdos, pero esa figura era cálida. Necesitaba poco para vivir. Y no supo que vivía hasta que comenzó a esperar.

Los sueños fueron difusos al inicio: una cruz colgando de un cuello viejo, las manos fuertes de un joven sonriente, una vieja siempre sentada picando verduras. Rumores, como de agua, como de gente, como de vida. Entonces despertaba con la sensación de que una dama refinada la había visitado envuelta en misterio y perfume. Pero no había nadie, sólo lodo o polvo en un espacio demasiado pequeño para tanto bullicio.

Le lanzaban piedras, a veces otras cosas. Su cuerpo no sufría, pero el hedor se acumulaba y esto hacía que con más fuerza recordara a la dama en sus sueños, siempre hermosa. Caminaba hasta el río, se sumergía, se defendía de los hombres que sin saber por qué se le acercaban a reclamarle cosas que no le pertenecían ni estaban en su derecho de exigir. Está loca, decían, entre otras cosas que no le interesaba comprender. Pero si la dama en el sueño le decía que buscara resguardo, lo hacía; si la dama en el sueño le decía que caminara con cuidado, lo hacía. La dama en el sueño le había dicho que la esperara, y eso seguía haciendo.

—Soy alguien —se dijo la joven que no sabía su nombre. Esto no se lo había dicho la dama, ella lo supo. A veces veía su reflejo en el agua y aunque no se reconocía con el tiempo comenzó a notar otras cosas: era hermosa, sus labios apetitosos, su piel suave, sus ojos enormes y brillantes. Esa primera vuelta a la conciencia, lo que se puede palpar.

Comenzó a comprender las palabras hirientes, le dio nombre a las miradas y al maltrato que recibía. Era diferente del frío y del calor. Lo sentía, pero no con los sentidos. Lo sentía con algo similar a su existencia.

Cambió su ropa sucia y raída por un vestido viejo. El vestido la cubría más. Dejó de andar descalza el momento mismo que se atrevió a robar un par de zapatos. Notó que la gente la escuchaba cuando estaba limpia, con el cabello peinado, aparentando no desconfiar de ninguno de ellos.

Pero desconfiaba.

Comenzó a ganar monedas limpiando, cargando, cuidando, pidiendo. Espérame, le decía siempre la dame en el sueño, pero la vida le reclamaba más movilidad. La vida reclama ser vivida pero para ello siempre hay que pagar.

Sabía lo que no tenía que permitirle a otros que le hicieran lo que quisieran. No escuchaba a nadie más que a sí misma; incluso con el tiempo la dama en el sueño pareció enmudecer. Debía seguir por ahí, pero no podía detenerse en estas contemplaciones. Esperaba ahora no porque la dama se lo ordenaba sino porque ella así lo quería.

Y de tanto vagar comenzaron a decirle nombres. No tenía uno propio así que no le molestaba lo que los demás dijeran de ella. De todas formas no se quedaba demasiado tiempo en el mismo lugar y pocas veces llegaron a significar algo. No era más que una loca. Una hermosa loca que caminaba por ahí, con una libertad que nadie entendía y por lo mismo nadie le podía cobrar. Y la joven que no sabía su nombre tampoco sabía por qué, en esa soledad, comenzaba a experimentar algo que, aunque tampoco sabía cómo se llamaba, la saciaba de una manera que la instaba a continuar. Sólo por ella, sólo para ella. Lo entendía así y no de otra forma.

La dama enamoradaWhere stories live. Discover now