La prueba de aptitud

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Después de Lac d'Archambault, el lugar favorito de Luna en Saint-Archambault, era una banca situada en la plaza central frente al Ayuntamiento, justo al lado de sus helados favoritos. Era un sitio donde se sentía segura por alguna razón que no podía explicar.

Estaba cómoda viendo a las personas pasar, dejaba a su imaginación volar mientras se distraía de todas las preocupaciones en su cabeza. Y aunque se aislara del mundo con sus audífonos, nunca se sentía sola en aquel lugar; como si hubiera un escondite en donde podía refugiarse, escaparse de su realidad y las cosas que la atormentaban.

La superficialidad en la gente era algo que ella siempre había despreciado en el fondo, sin embargo, ella misma se veía obligada a esconderse tras innumerables máscaras. Sentada en aquella banca en la plaza central, degustando un habitual helado de fresa y chocolate, podía concederse ser ella misma por el mayor tiempo que pudiese.

Se negaba a creer que dentro de muy poco sería ya toda una adulta y empezaría a tomar sus propias decisiones —dentro de lo que podía—.

La insistencia de sus labios contra el helado hacía cada vez más evidente la frustración y el nerviosismo que le causaba pensar en sus padres, sus ideales e ir en contra de todo esto para perseguir su sueño. Se sentía tan sola en el mundo que el hecho de mudarse a la capital el próximo verano y perder a sus amigos le daba un vuelco en el estómago que el chocolate no podría curar esta vez.

A medida que la ansiedad iba creciendo, ni siquiera la música podía ahogar las voces de aquellos fantasmas que la acosaban constantemente en su cabeza: sus padres decidiendo su futuro sin siquiera consultarla.

¿Es mucho pedir dejarme decidir lo que quiero hacer? era la pregunta cuya respuesta temía escuchar. Al terminar la canción que retumbaba en sus oídos, se dio cuenta de que el helado corría por sus manos y había destruido el cono con rabia impulsiva. Al ver de reojo la hora en su teléfono celular, saltó de su asiento para llegar cuanto antes a Monille Cuisine.

—Llegas tarde de nuevo. —Fue lo primero que escuchó en cuanto cruzó el umbral.

—Lo siento. Buenas tardes. Lo siento. —Se disculpó ella con su torpe andar, sin querer ver el rostro de su jefe.

Se dirigió directo a la cocina para tomar un mandil y ocupar su puesto de trabajo, pero antes de salir al comedor, se encontró con la mirada severa de quien menos le apetecía ver.

—Diecisiete veces este mes, Luna —su jefe le recordó—. No puedes seguir así.

—Papá...

—En horarios laborales no soy tu padre.

Monsieur Monille... —Giró los ojos.

—No quiero oír excusas. Sólo... atiende esas mesas y hablamos después.

—Como si escucharas una palabra... —masculló.

Sacó del bolsillo del mandil una pequeña libreta y comenzó a tomar las órdenes de los clientes que llegaban. Lo hacía por inercia sin más motivos que el deber hacerlo mientras esperaba ansiosa la hora de salida. Al mirar el reloj, notó que sólo faltaban quince minutos para cerrar, pero había dos mesas con clientes que recién habían llegado.

Según la política de Monsieur Monille, no podía abandonar su lugar de trabajo hasta que el restaurante estuviera vacío. Al escuchar la campana de la cocina, fue rápidamente por las órdenes de las mesas dos y ocho. En su apuro por irse y debido a sus pensamientos dispersos, entregó las órdenes al revés. Esto causó reclamos en ambas mesas, así como una severa llamada de atención de Monsieur Monille.

Luxure (sample)Where stories live. Discover now