Parte 1

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Una pantera con el pelaje blanco recorre a gran velocidad las tierras áridas. Pequeñas mesetas de arena se visualizan en el camino que ya recorrió, y en ellas se ven nubes de polvo que se acercan a la corredora. Ella lleva una mochila puesta a su espalda. Se la nota agitada y con cansancio, pero aun así no parece detenerse. El sol empieza a ocultarse y un viento suave anuncia que la noche está cerca. La pantera sabe que si no encuentra refugio para el anochecer puede ser tarde para ella, pero antes necesita alejarse de los seres que la vienen persiguiendo. Ya más cerca de ella, se logra ver que esas nubes de polvo en realidad son unas lagartijas de gran tamaño, con seis piernas, que buscan con ferocidad alcanzarla.

Ella cierra los ojos y toma aire, acelera el paso. Con asombro logra ver a lo lejos una ciudad, en apariencia abandonada y destruida por las tormentas de arena que azotan con ferocidad esas tierras. Susurra unas palabras en un idioma extraño y, de su mochila, sale una leve luz que le cubre todo el cuerpo. De pronto sus pasos se tornan más rápidos y su respiración se tranquiliza.

En el cielo solo queda el rastro de luz que dejó el sol. Al lograr pisar el asfalto de la ciudad, las luces de las calles se encienden de golpe. De las ventanas de los edificios salen unos cañones oxidados que apuntan hacía la, ahora, intrusa. Unos líquidos pegajosos caen sobre las calles, la pantera logra esquivarlos con agilidad. Suerte que no tienen las lagartijas.

Los disparos cesan en cuanto puede esconderse dentro de un hotel ya corroído por los años. Aliviada ve a sus perseguidores atrapados. Un viento fuerte comienza a invadir las calles, una tormenta de arena.

La pantera, lentamente, se va parando en dos patas y convirtiéndose en humana. Su piel es morena y sus pelos, largos y rizados, blancos. Está vestida con un pantalón gastado y una remera negra con un estampado de colores rojizos. Busca, y aprieta, un interruptor cerca del recibidor. Se encienden unas luces sobre unos sillones cerca de las escaleras. Se sienta en el más grande de estos y se saca la mochila. La abre para cerciorarse que su contenido se mantiene intacto. Una mueca de alivio se divisa en su rostro, iluminado por la misma luz que antes. Se acurruca y protege el bolso con su cuerpo, cierra los ojos con cansancio.

Un ser entre las sombras del hotel se la queda mirando. Escondido detrás de una pared. 

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