Parte 6

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Salió de la cabaña con el sol apenas asomando por el horizonte, a fin de aprovechar cada día.

Bajó la montaña de forma costosa. Tropezando levemente una y otra vez. Pero siempre agarrándose con fuerza de los bordes y sin rendirse. Cada tanto miraba hacia arriba, esperando tener alguna señal de estar en la dirección correcta.

Recorrió durante el día las inclemencias que el clima le azotaba. Nevadas, tormentas de arena, lluvias incesantes. Y durante las noches buscaba cobijo en diferentes madrigueras, cuevas o en refugios improvisados con las hojas de los árboles, telas y diferentes objetos que iba encontrando. Siempre alerta.

Después de un rato encontró paz al caminar durante un largo tiempo por la costa de un río que corría en la misma dirección que ella.

Cuando el sol se encontraba en el punto más alto, decidió frenar un rato. Se secó el sudor de la frente con la manga de su campera. La misma era de tela negra con capucha. Unos pantalones de jean azules y unas zapatillas deportivas completaban el conjunto. Sacó, del bolsillo, un sobre de tela con semillas dentro. Todo cortesía de su amigo. Quién le había hecho, con alambre, una herradura de adorno, donde ató los hilos que sostenían el empaque. Al desatarlo, solo le quedaban unas pocas semillas. Se las comió y miró al horizonte. Luego al sol. Su tiempo era cada vez más limitado en todos los sentidos.

Se quedó mirando el bosque a su alrededor, pensando en qué hacer. La tranquilidad de ese paisaje no le llegaba del todo, la perturbaba. El sonido del viento suave sobre las copas de los árboles, el correr del río, solo eran muestras de un mundo que no era el suyo.

Tomó aire, tratando de alejar sus pensamientos más profundos, limpiando su mente. Cerró los ojos. Un escalofrío recorrió su espalda. Asustada miró a su alrededor, con una gota de transpiración que le caía por la frente.

Frente a ella, en el medio del río, había una niña sentada en una roca. Un reflejo de ella. Atrás de ella, corriendo, se acercaba una pareja. Un hombre y una mujer, adultos, trayendo una canasta y riendo juntos. Ambos sonreían y abrazaban a la niña por la espalda. La levantaban y daban vueltas en el aire. La imagen se desvaneció.

La sangre le comenzó a hervir, apretó sus puños con toda su fuerza y pegó un grito al cielo. Su cuerpo comenzó a transformarse en animal. Se agarraba la cabeza de la desesperación, a tal punto de lastimarse con las garras parte de su cara. Sus ojos se pusieron finos y su lomo erizado. Tomó aire y comenzó a correr a gran velocidad siguiendo con su camino.

No le costó mucho, con su velocidad, salir del pequeño bosque en el que se encontraba.

Llegó a un claro muy grande, todo de arena y nada habitado. Cada vez más se alejaba del paisaje "tranquilizante" en el que se encontraba. A unos cuantos kilómetros, a lo lejos, logró ver, en el medio del desierto, unas estatuas gigantes. Se sorprendió y se preocupó a la vez. Pero tal vez eso le daría algo útil para seguir el camino. Fue con prisa para el lado de las figuras.

El lugar era un viejo campo de batalla. Había un ala de piedra partida tirada a los lejos. La mitad de la cabeza de, lo que parecía ser, un perro bloodhound que solo se lograba ver por su gran tamaño. Un ojo de piedra gigante, con tentáculos, se encontraba en el medio de la escena, junto a un gorila partido en tres pedazos. Un poco más allá, se veían las patas de un pájaro, saliendo de adentro de las colinas.

Se volvió a convertir en humana y comenzó a decir unas palabras en un idioma indescifrable. Un par de luces azules en el suelo, muy bajo la arena, comenzaron a brillar. Al divisar la más grande empezó a cavar a gran velocidad, con sus manos, con sus patas, sin poder controlar sus impulsos. Logró sacar un pedazo de metal azul lo suficientemente grande.

El sol ya estaba más cerca del horizonte para el final de su acción.

Agarró el paquete que le hizo su amigo y dobló los alambres para encerrar el trozo de metal que logró rescatar, y con el hilo se hizo un collar. Frotó su nueva joyería contra las heridas de su cara, mientras decía unas palabras al aire, y estás comenzaron a cerrarse. Un grito de dolor desgarrador salió de su alma. Una luz se disparó al cielo y comenzó a viajar en una dirección fija. Su collar comenzó a resquebrajarse.

El ocaso estaba a solo un par de minutos.

Se convirtió en pantera y, a toda velocidad, corrió en la dirección que le marcaba la luz que invocó.

Vio preocupada como el sol comenzaba a irse de su vista. Respiró hondo y continuó con su carrera.

En el cielo comenzaron a divisarse, a lo lejos, unas alas angelicales, con pequeñas aureolas que hacían juego. Plumas tan blancas que reflejaban el brillo de la luna, que ahora, gigante y redonda, iluminaba levemente el cielo del desierto.

Un sonido chirriante, como de ave de rapiña, hacía crujir los dientes.

En "V", estos seres cruzaban el cielo nocturno cada noche, pero cuando divisaban una presa, se convertían en animales salvajes que aterraban hasta al más valiente.

Su formación se fue deformando para iniciar una posición de caza más cercana al área de la pantera, volviendo a armar la "V" más cerca de ella.

Miró de reojo para atrás y notó que se iban posicionando para matarla lo más rápido posible. Respiró y susurró unas palabras a su collar. Este brilló, iluminando de un azul intenso su pecho, dándole una velocidad capaz de sacar un poco de ventaja a esas amenazas del cielo. Pero se comenzó a quebrar otra vez, haciendo que el brillo se vaya diluyendo. Por ende, su velocidad.

Las cazadoras bajaron a la altura del piso, para estar cerca de su presa, y volvieron a hacer el sonido atronador de antes. La pantera miró rápido a sus costados y solo lograba ver las alas y las aureolas, no logró notar si tenían cuerpos. Era como si fuesen solo eso, alas y adornos volando. El movimiento que hizo por el miedo le valió su estabilidad y concentración. Tropezó, cayendo por un barranco que no pudo divisar.

El barranco era lo suficientemente inclinado para que no cayera de golpe, si no que girase y diera vueltas hasta llegar al fondo del mismo. Mientras peleaba por no quedar inconsciente logró ver un fuego rojo e intenso en el final de su camino. Una lágrima se deslizó por su rostro sangrante. Dijo unas palabras al aire, el collar se quebró una última vez hasta convertirse en polvo. Quedó inconsciente.

El fuego se acercó a ella y la rodeó. La "V" que la seguía se acercó a toda velocidad a reclamar su victoria.

Cada llama del fuego se fue iluminando cada vez más, dejando ver que eran zorros hechos de ese elemento. Todos, y cada uno de ellos, se sentaron, dándole la espalda a la pantera. Cerraron sus ojos. Parecían concentrados.

Las cazadoras, al ir por la pantera, tocaban el fuego, que se desvanecía, junto a cada zorro que era esa llama. Esa llama ahora pasaba a cada cazadora. Prendiéndola fuego al instante, dejando ver sus cuerpos. Unos cuerpos repulsivos, hechos de desechos y sangre goteando, que contrastaban completamente con sus aureolas y sus alas. Cada cazadora se iba quemando y sufriendo en agonía constante, hasta volverse humo y polvo. Pero al hacerlo casi todas juntas, solo quedaron dos vivas. Y solo un fuego. Uno chico.

Al acercarse las dos cazadoras restantes, despacio, vieron que era un zorrito cachorro junto a la pantera. Una de ellas, la más grande, agarró a la restante y la tiró al zorro. Este pegó un aullido que creó una llama azul gigante que las consumió a las dos. Quiénes gritaron de dolor y se desvanecieron entre el fuego y la noche.

El zorrito se acurrucó al lado de la pantera, ahora ya sin tantas heridas gracias al fuego azul que le iba "quemando" algunas de estas.

La luna estaba en su punto más alto. 

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