Entrada VII. Palabras de Berkant

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Querida Derya:

He descubierto este diario por casualidad, mientras buscaba en tu bolso un bolígrafo con el que escribirte unas líneas; es por ello que, en lugar de escribir en un papel cualquiera, he decidido hacerlo unas páginas en blanco más adelante a por dónde te has quedado y con la esperanza de que sigas teniendo la extraña costumbre de revisar libros y libretas. No podrás verme, pero he escrito estas palabras con una sonrisa en los labios, no sé si seré capaz de mantenerla a lo largo de todo lo que voy a dejarte por escrito.
Sé que me quieres, nunca me lo has dicho, pero lo has dejado aquí escrito y esas palabras son las que me dan fuerzas para hacer lo que voy a hacer por la mañana. Al principio igual no lo entiendes, quizás ni siquiera te atrevas a seguirme, lo veremos en unas horas. Lo veremos cuando te despiertes y tengas en la mano el alta médica, ahí seré consciente si merece la pena seguir luchando. Si vienes conmigo estaré seguro de ello. Si, por el contrario, no vienes y decides quedarte al lado de tus padres, al lado de tu madre, lo comprenderé. Me dolerá tu decisión, sabré que antepones tu familia a nuestra familia. No intentaré quitarte a mi hija, nuestra hija, ni siquiera le faltará nada si aún tengo dos brazos con los que poder trabajar, ése nunca será el problema,  ya sabes que siempre que me han tirado, he sabido ponerme en pie.
Durante muchos años, he sido esa figura de cartón de tiro al blanco. Todos disparaban sus balas contra mí, sólo tú no lo hiciste. Y, después de pasar unos minutos con tu madre a solas en tu habitación, sé que ella tampoco lo hará nunca. Por primera vez en muchos años, sentí el consuelo de una madre. Sus caricias y preocupación fueron como luz de vida en mi corazón de niño abandonado. No culpo a mi madre por su abandono, ella ya sufrió bastante en vida y me crió como estuvo a su alcance y mejor supo. Me crió sola, engañando a mi tío y protegiéndome a mí al mismo tiempo al ocultarle quién era mi padre biológico. Pero aquel accidente que acabó con la vida de ella, destruyó lo poco bueno que conocía y vi como el hombre al que quería como un padre terminó dándome la espalda por llevar en mi ADN... el ADN de un asesino. Sí, ya sé que no está juzgado por ello, está juzgado por crímenes de guante blanco, pero intentó matar a mi madre. Y lo intentó con sus propias manos. De no ser Mina...
Es por ello que tengo tanto respeto por Can, por tu padre, y por Sanem, tu madre, querida esposa, ella es una mujer excepcional. Es una maravillosa mujer a la que la vida le arrebató un año de cordura y aun así supo salir del pozo en el que cayó.
Yo llevo toda una vida en ese pozo. Comencé a salir de él la primera vez que me sonreíste en aquel patio. La primera vez que te vi. Sentí celos de Aslan. Él te tenía el brazo echado por el hombro y tú le besaste en la mejilla antes de ser consciente de que yo no podía dejar de mirarte. No sabía quién era él en tu vida sólo sentía que estaba con alguien que sentía mío. Fue entonces cuando giraste el rostro y esos mechones de pelo oscuro cortaron el aire antes de depositarse como un velo a tu espalda. Parecía seda, la seda que sale de los gusanos y que tan cara, costosa y apreciada es. Anhelé en ese momento y en muchos otros tenerlo entre mis manos, me dolieron éstas durante una semana.
Pasabas por mi lado sin mirarme, siempre ibas distraída. Cada vez que estaba cerca de ti... te oía contar. No sé qué contabas, tus números no tenían significado para mí, pero aun así deseaba oír tu voz. Escucharla era sentir calma en mi interior. Aprendí a controlar la ira y la rabia que siempre me embargaba. Aprendí a ocultar mis sentimientos porque comprendí que me había enamorado de un imposible. ¿Cómo podía yo, el hijo de Enzo Fabri, siquiera tener la posibilidad de acercarse a la hija de Can Divit? Sabía lo que había hecho mi padre, sabía por qué tu padre le había encerrado y fui consciente de que jamás podría tener una oportunidad contigo.
Me equivoqué en eso, ¿verdad? Al menos me equivoqué durante un tiempo. Luego te fuiste sin mirar atrás (o eso pensaba yo), actuaste igual que actuó tu padre.
Odio a Enzo Fabri. Lo odio con todas mis fuerzas. No soporto siquiera tenerlo en mi presencia. Me asquea de tal modo llevar su sangre que no puedes llegar siquiera a imaginarlo, por eso entiendo tanto a tu padre. Pero yo no soy él, Derya. No lo soy. Yo no podría dar la espalda a mi hija, no podría darte la espalda a ti. Sólo si tú me dices que me vaya, me iré. Pero me iré porque seré consciente de que no me quieres en tu vida, que no me necesitas en ella. Me estarás condenando al infierno, pero acataré tu decisión como se acata la sentencia de un juez.
He pasado miedo, he pasado mucho miedo durante estas cuatro noches en las que te he velado. Ni siquiera era capaz de pensar con coherencia. Desde que entré por la puerta de la habitación de este hospital en el que te encuentras dormida, mientras escribo a la luz de la luna estas palabras, no me he atrevido siquiera a dejarte para ir a ducharme a casa. Temía que, al volver, ya no estuvieras.
Aprendí a vivir solo. Y me acostumbré a estar sin ti cuando huiste a Irlanda llevándote contigo parte de mí mismo. Aprenderé a vivir de nuevo solo si así la vida me lo impone pero sólo seré una cáscara vacía en espera de que los días que pueda pasar con vosotras (aunque sea unos minutos) vuelvan a dar calor a mi existencia.
Ni siquiera puedo pensar en tan nefanda posibilidad pero todo estará en tus manos por la mañana. Cuando despiertes... sabré si continuaré mi camino dos pasos detrás de vosotras o lo haré a vuestro lado.
Me despediré sólo con una frase dirigida a quien ahora mismo cobijas por mí: Papá te quiere, pequeña, no lo olvides jamás.

El diario de DeryaWhere stories live. Discover now