Entrada VIII

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Berkant me ha pillado levantada de la cama y me ha soltado un sermón que ni mi padre cuando era pequeña. Ninguno de los dos es consciente de que no puedo estar mucho tiempo quieta, de que siempre tengo que estar haciendo algo. Es superior a mí. Necesito estar en constante movimiento y si no puedo hacerlo físicamente, tengo que hacerlo intelectualmente.
Mi cabeza gira en el tiempo en el que estoy aparentemente más tranquila a la velocidad de un rayo. Soy capaz de estar en varias cosas a la vez y no por ello dejar desantendida al resto.
Mientras Berkant estaba en Lucca, me ha dado tiempo a llamar a Connor, llegar a un acuerdo con él para ir montando el guion de su próxima serie y devolverle otra llamada a Mara. Está bastante preocupada por mí. No ha habido día que haya estado en el hospital que no me haya llamado por teléfono para ver cómo estaba. Ni siquiera me he atrevido a preguntarle cómo se había enterado. No he querido saberlo. Igual ha sido algo tan sencillo como llamar a mi madre para saber si había llegado bien o quizás es que...
¡Ay, no sé! En cierto modo ella es como mi madrina, sin la anteposición de hada del cuento aquel de Perrault, «La Cenicienta». Es como mi ángel protector. Siempre que he necesitado algo allí ha estado ella pese a estar a miles de kilómetros y vernos escasamente dos veces al año. Ha estado presente siempre durante mi infancia y... ya sabéis que tuvo el don de la oprtunidad para venir en mi rescate cuando más lo necesitaba. Me dio el tiempo que necesitaba para poner mis sentimientos en orden y saber lo que quería. ¿Nunca habéis tenido a nadie así en vuestra vida? Ella siempre hablaba de sus abuelos. En una ocasión incluso me comparó con su sobrina, ella lleva el nombre griego de la protectora del mar, yo simplemente el del océano en turco.
Estaba divangando al respecto cuando ha llegado Berkant. Mala suerte que, en ese momento, estuviera sentada ante su mesa de trabajo en lugar de estar metida en cama con millones de cojines alrededor. Me trata como una inválida en estos momentos. ¡Por favor! ¡Estoy embarazada, no enferma! Vale, vale. Sé que les he dado a todos un susto de muerte, también me lo llevé yo. Pero estoy bien, sólo tengo que controlar mi presión sanguínea e intentar estar lo más calmada posible. Por suerte he podido arrancarle la promesa de que me dejará hablar por teléfono pero me ha suplicado que no hable con mi padre durante un tiempo. No puedo hacer eso. Es mi padre, necesito hablar con él. Sé que le he defraudado muchísimo. ¡Casarme con el hijo de Fabri! No me lo va a perdonar en la vida, lo sé. Lo tengo asumido. Pero no quiero que me mire con ojos de rechazo. Yo adoro a mi padre. Muchas veces le he observado a hurtadillas (también lo he hecho con Berkant) y he descubierto más de ellos por lo que callan que por lo que cuentan. Ambos han sufrido mucho. Ambos fueron abandonados por sus madres. Si bien lo de Berkant fue inesperado e irremediable, lo que hizo la abuela Hüma con mi padre pudiera parecer de una soberana desnaturalización pero, creánme, mi abuela sufrió mucho más de lo que nadie puede llegar a imaginar. Amaba a mi abuelo Aziz con locura y siempre se sintió rechazada, ignorada y tratada como unas zapatillas rotas que no tienen para ti ningún valor y que pueden ser tiradas al contenedor sin ninguna clase de remordimientos.
Aslan y Ates la adoraban, yo la conocía los justito, pero nunca fue mala con ninguno de nosotros cinco. Olía extraordinariamente bien y siempre nos traía regalos. Creo que intentaba suplir con ellos el amor que no sabía expresarnos o que bien no quería hacerlo. Era hermosa, muy hermosa. Siempre le envidié sus ojos claros pese a que tras ellos se escondían sentimientos de dolor y amargura. Poca gente se daba cuenta de ello. Había mucho anhelo en ella cuando venía a visitarnos, creo que se fue a la tumba esperando palabras de perdón de mi padre. Si él alguna vez supiera... Creo que se derrumbaría. Mi padre no es de los de fácil perdón así que espero no convertirme en mi abuela a ese respecto.
Como siempre, divago. Salto de una cosa a otra. Es mi cabeza, lo juro. No puedo centrarme nunca en nada durante mucho tiempo.
Hablaba de Mara. Tiene algo. Es como si pudiera ver más allá del tiempo, algunas veces dice cosas sin significado aparente que luego, con el paso de los días o las semanas, adquieren sentido.
Hoy ha sido uno de esos días raros. Al terminar de hablar de con ella, me ha dicho algo bastante raro: «cuídala bien». Y ha colgado. Ha dicho: «Cariño, eres la hija que nunca tuve. Un tesoro que pusieron en mis brazos cuando tenías apenas horas de vida. Cuídala bien.» ¿Qué cuide el qué o a quién?
Pues bien, ha sido colgar con ella y llamar a la puerta. Ha abierto Berkant. Era un mensajero con un paquete postal fechado en Irlanda ocho días antes y venía a mi nombre. A nombre de Derya D. McKinnion. El remitente era Paddy.
Las manos me han temblado cuando he roto el embalaje del pequeño paquete. Dentro venía una cajita como de joyería. Al abrirla... me he quedado muda. En su interior había una réplica del mayor de los tesoros de Mara. Sé que es una réplica y no la original por la fecha del reverso. La medalla de Mara data de 1951, ésta que me ha llegado pone 02/02/2020, mi fecha de nacimiento, justo debajo el número 8 y el símbolo del infinito que no es sino otro 8 girado noventa grados. He mirado a Berkant con lágrimas en los ojos mientras sostenía la preciosa cadena de oro entre los dedos y la medalla se balanceaba ante nuestros ojos. Berkant la ha cogido y la ha depositado en la palma de su mano. Como buen escocés y católico que es ha sabido relacionar perfectamente la imagen grabada en ella.
-Quien te haya enviado esto no solo conoce bien tu historia sino que te debe de querer muchísimo. ¿Tengo que ponerme celoso?
Lo he mirado con una sonrisa en mis labios y lágrimas en mis ojos.
-Me lo envía Mara. Se considera mi madrina, sin lo de hada. Ella siempre me ha dicho que no soy la princesa del cuento, soy la reina que porta la pluma y crea el cuento.

El diario de DeryaWhere stories live. Discover now