Cuarta nota - 14/04/2005

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Jueves 14 de abril de 2005

Querida Adela:

Estoy aprovechando que papá no está en casa para escribir acá, sentada en mi cama mientras escucho un compilado de música que me grabó Andrea en un CD. La verdad no creo que corra el riesgo de que mi viejo me quite la libreta si entra a mi cuarto y me encuentra tomando notas, porque no es que esté haciendo alguna cosa rara —distinto sería que me encuentre fumando, por ejemplo—. No obstante, saber de la existencia de ella podría provocarle curiosidad, y quizá le interesaría buscarla para leerla en algún momento, cuando yo no esté o cuando me esté bañando. Y esto podría acarrear terribles consecuencias...

También estimo que me da algo de culpa escribir mis sentimientos hacia otra mujer con él merodeando por la casa. Mi papá es un fanático religioso y cree que el amor o la atracción entre dos hombres o entre dos mujeres es pecado. «Dios ama al pecador, pero odia el pecado», es una de las frases que más repite. Yo también lo creí siempre, debido a mi crianza cristiana y escolarización en una iglesia evangélica; no es algo que pueda eliminar de mi subconsciente con facilidad, debo luchar muchas veces contra mis propios pensamientos saboteadores. Ahora, si bien aún creo que Dios existe, no me parece que las iglesias le estén dando una buena representación en el mundo y, por eso, prefiero no asociarme a ninguna de ellas. De hecho, no acompaño a papá a una de las reuniones desde el año pasado. Creo que fue para Navidad, y porque insistió demasiado.

Pienso que estas instituciones se han quedado estancadas en el tiempo y que no acompañan los avances de la sociedad —al menos las que conozco, quizá haya otras que sí—. Ya no estamos en las épocas en las que sí o sí había que casarse con alguien del sexo opuesto y que la sola finalidad de un matrimonio fuera tener hijos, la mayor cantidad posible. De hecho, cada vez se ven más parejas heterosexuales que, por libre albedrío, prefieren no ser padres. Aunque, bueno, las religiones no están muy de acuerdo con esta decisión, y muchas se muestran también en contra del uso de anticonceptivos.

Creo que una de las razones por las que no me volvería lesbiana —además del rechazo que sé que recibiría por parte de esta sociedad retrógrada— es porque no me gustaría renunciar a la idea de tener una familia, de ser madre. Las parejas de un mismo sexo no se pueden casar, mucho menos adoptar, y siempre he pensado que me gustaría casarme y tener dos hijos propios antes de llegar a los treinta. Me parece que las obras sociales no cubren los tratamientos de fertilización para parejas de mujeres; debería pagarlo de mi propio bolsillo. No sería imposible, supongo, porque en algún momento tendré ingresos suficientes como para hacer algo así. Eso sí, estaría muy mal visto que tuviera «un bebé con dos mamás». Si lo puedo evitar porque me siguen gustando los hombres, mucho mejor.

Estoy divagando, lo sé. Quería contarte que te escribo hoy jueves, desde casa, porque pasaron cosas y no podía esperar hasta el próximo lunes en la hora libre para contarte.

Ayer nos diste tu clase de los miércoles. Estabas hermosa, como siempre. No pasó nada destacable, más allá de que a veces me desconcentro mirándote, y creo que alguna vez te diste cuenta, aunque por suerte no dijiste nada, solo me sonreíste.

Pero sí pasó algo a la salida: Pablo me fue a buscar porque sabía que ahí me iba a encontrar; el sábado me había consultado mis horarios de clase y sabe dónde estudio. Me sorprendió que viniera, la verdad. Le dije que no podía quedarme mucho tiempo con él porque papá me esperaba en casa, y que ya era tarde, pero se ofreció a acompañarme caminando, para charlar al menos un rato. En eso estábamos, antes de emprender la marcha, conversando con él en la puerta de la facu, cuando saliste ¡y lo saludaste! Se dieron un abrazo breve, le dijiste que les mandabas saludos a sus papás, y enseguida te fuiste caminando.

Pablo me contó que convivís con su hermana mayor, Lucía, que son mejores amigas y comparten el alquiler de un departamento desde tiempos de universitarias, ya hace como ocho o nueve años.... Es súper extraño que, aunque ya son profesionales que tienen sus trabajos y obtienen buenos ingresos, sigan viviendo juntas. Al parecer, ninguna de las dos tiene novio, ni nunca se les ha conocido uno, según comentarios de Pablo. No quise indagar demasiado, pero parecía conocer más detalles que no me contó. Ojalá me siga contando en algún momento.

Eso me hace sospechar muchas cosas, Adela. ¿Conviviendo con una «amiga» a tu edad? Ese no es un cuento que me vaya a comer; no nací ayer. Si yo fuera vos, ya estaría pensando en tener lo mío propio, ya me hubiera casado y tendría al menos un hijo, sino dos. Algo me huele raro.

De todos modos, ahora tengo más interés que nunca en salir con Pablo, y no porque él me guste más. No. Sino porque, quizá, él se convierta en una forma de llegar a vos... de conocerte mejor, por fuera de la universidad.

No, esto no quiere decir que tenga la esperanza de que alguna vez pase algo entre nosotras —por más que tenga las mil fantasías—. Además, al parecer podrías tener pareja. Pero sí siento la necesidad imperiosa de saber más, de verte por fuera de nuestras clases, conocer qué pensás, cuáles son tus gustos, si también leés a Stephen King, o si mirás Smallville... No sé. Ya me estoy imaginando sentada a tu lado en una cena familiar en casa de mi novio... y se me ocurren otras fantasías más. Empezando por una en la que nos cruzamos en el pasillo, yo yendo al baño y vos volviendo...

Y mi cabeza vuela.

Creo que me estoy volviendo loca. Pero más loca me voy a volver si no hago nada de nada y me quedo por completo en el molde.

Ay, Adela...

Sueño con vos todas las noches.

Me he masturbado pensando en vos, debo confesarlo. Y no una sola vez.

Intenté pensar en Tom Welling, como lo hago muchas veces, pero no me ha funcionado; tampoco me ha servido imaginarme en un trío con él y Kristin Kreuk. Sos vos quien puebla mis más oscuras fantasías. Me imagino acostada en mi cama, durmiendo, y te veo entrando como ladrona por mi ventana, vestida toda de negro, iluminada solo por la luz de la luna.

Finjo que no te veo y dejo que te escurras entre mis sábanas, que recorras mis piernas, en forma lenta, con tus manos suaves... que empieces a jugar con mi ropa interior, que escurras tu dedo por debajo de mi tanga, que me acaricies despacio con tu dedo índice, para luego...

Ay, mejor no te cuento más porque ya me volví a mojar... Me dan ganas de tirar esta libreta a un costado, de cerrar la puerta de mi habitación y volverme a tocar. ¡Qué pecado tan dulce que sos, Adela!

Y encima papá quiere llevarme a la iglesia este sábado porque dice que hace demasiado tiempo que no lo acompaño a las reuniones y no quiere que me aleje tanto de Dios, que seguro me va a gustar esta congregación nueva a la que está yendo desde hace varios meses. Dice que admira mucho al nuevo pastor y cómo se las ingenia para «llevar por el buen camino al rebaño descarriado».

Uff... No quiero ni necesito que me hagan sentir más culpa. Tendré que confesarle que ya no creo en Dios de la misma forma que él. No sé qué afrenta es más grande, si contarle eso o decirle que me gusta una mujer, la cual me produce tremendos pensamientos lujuriosos. Bueno, ya sé, no necesito ahondar en tantos detalles.

De todas formas, sea lo que sea que le diga primero, a papá no le va a gustar. Lo peor es que no sé qué consecuencias podría tener esto para mí si se entera. Siempre ha sido un padre amoroso, aunque solía disciplinarme cuando era pequeña. En mi adolescencia siempre fue comprensivo conmigo, y más luego de la muerte de mamá, aunque la verdad es que no le generé demasiados problemas nunca y he sido una hija complaciente, hasta ahora. De todos modos, cuando tiene la oportunidad, me recuerda cuánto Dios «odia el pecado» y que no debe ser tolerado.

¿Sería capaz de ponerse en contra de su única hija? Papá es muy bueno, pero también se deja llenar la cabeza por el pastor, por todas esas ideas. No sé qué sería capaz de hacer si pensara que me estoy «descarriando». No puedo imaginarlo.

Me da miedo. Sé que tomaría medidas para intentar «salvar mi alma» porque, como padre, se sentiría en la obligación de hacerlo. ¿Qué clase de medidas? Eso no lo sé. Nunca lo he visto en una situación de estas características, siempre me porté bien para sus estándares.

Mejor dejo esta libreta de nuevo en mi mochila porque en cualquier momento va a regresar.

Te escribo pronto, Adela.

Tuya,

Liz

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