Vigesimotercera nota - 24/07/2005

827 140 23
                                    

Lunes 24 de julio de 2005


HA PASADO LO PEOR.

No entiendo cómo todo pudo irse a la mierda de esta forma. No lo puedo creer. ¿Por qué la gente es así?

No, no, no. Esto no puede ser.

Lloro a medida que escribo esto y mis lágrimas caen sobre las páginas del cuaderno, hacen que se corra un poco la tinta y que mis palabras se desdibujen. No tengo consuelo. No puede ser que te haya perdido. No de esta forma.

Hoy fui a rendir el final y, en el tribunal, había una profesora que jamás había visto en la facultad. Mientras nos entregaban los exámenes, nos comentaros que ella era Amanda, y que era la nueva profesora de gramática.

—¿Qué pasó con Adela? —preguntó uno de mis compañeros.

—Ya no trabaja más en esta institución —fue la escueta respuesta que dio el rector, quien también formaba parte del tribunal. Se abstuvo de dar explicaciones, pero yo ya temía lo peor y me imaginé toda clase de cosas.

Me puse tan nerviosa y tan mal que desaprobé el examen escrito y no pude pasar a la instancia oral. No le acerté a casi nada. Habrá otras posibilidades más adelante, pero es la primera vez que desapruebo algo y se siente horrible; aunque no tan horrible como el saber que perdiste tu trabajo por mi culpa.

Tendría que haber dejado de escribir en este cuaderno el día que nos cruzamos en el boliche; debí haberlo quemado para no dejar ninguna clase de pruebas... Pero ya es tarde.

Claro que, mientras estaba en la facultad, no tenía cómo saber qué había pasado realmente hasta tanto hablara con vos. Las posibilidades se reducían a dos: podía que hubieran descubierto lo nuestro y te hubieran echado, o que vos misma te hubieras ido por decisión propia, para alejarte de mí, quizá después de haber vuelto con Lucía, o por otras razones. Si tenía que apostar, la primera opción me parecía la más factible.

Ni bien me dieron el resultado del examen me fui hasta tu casa. Afuera había un camión de mudanzas a punto de marcharse, pero no le presté mucha atención. Toqué al portero, pero nadie atendía.

Estaba a punto de irme cuando te vi salir del ascensor. Frunciste el ceño cuando me viste esperando afuera.

Muy mala señal. No esperabas, ni querías, verme.

—¿Qué hacés acá, Elizabeth? ¿No te parece que ya la cagaste demasiado? —espetaste.

—No entiendo qué está pasando ni qué hice —dije. Las lágrimas empezaban a brotarme a borbotones.

—Que el rector se enteró de lo nuestro y me obligó a presentar mi renuncia. No sé a quién le contaste, pero esa persona abrió la bocota y se pudrió todo. Por suerte, hacía unos días me había llegado una oferta laboral para dar clases en la Universidad de Córdoba, y aún no había respondido para negarme, así que la acepté. Ya me estoy mudando.

—¡¿Qué?! No entiendo nada. Yo no le dije nada a nadie, te lo juro...

—O tal vez no necesitaste hacerlo... Me acuerdo de esa libreta tuya. ¿No la habrá leído alguien?

—Creo que... no. No sé... Tal vez papá pudo haberla encontrado. No, no puede ser verdad...

Me desmoroné ahí. Pero permaneciste impasiva. Estabas demasiado molesta como para prestarme atención. Si alguna vez me quisiste, en ese momento ya nada importaba. Habías perdido el trabajo que amabas y estabas ahora forzada a irte... Si querías seguir creciendo en tu profesión, debías aceptar esta nueva oportunidad en Córdoba.

Y lo entiendo pero... Córdoba está tan lejos.

Me siento horrible. Sí, es mi culpa haber escrito estas notas y que las hayan descubierto, pero no fue intencional. Me duele hasta el fondo del alma saber que ahora me estás odiando.

Te fuiste y me dejaste ahí, sentada en los escalones de la entrada del edificio que también abandonabas, sumergida en un mar de lágrimas. Primero no podía moverme de ese lugar, pero, de a poco, fui juntando el valor para hacerlo. Me vine hasta casa y lo encontré a papá sentado leyendo el diario.

—¡¿Qué hiciste?! —lo interpelé. Estaba casi cien por ciento segura de que había sido él. ¿Quién más podría ser?

—Oh... Parece que el rector ya tomó cartas en el asunto —respondió—. Con esa chica lejos, seguro ya se te va a pasar esta etapa de confusión. El pastor supo aconsejarme bien.

—No tenías derecho... ¡Te odio! —exclamé, y me vine a mi pieza a encerrarme. No quería enfrentarme a él ni faltarle el respecto, aunque se lo merecía. Si tan solo pudiera juntar mis cosas e irme...

Me iría corriendo detrás de vos, Adela. A Córdoba si fuera necesario. Me cambiaría de universidad, incluso de carrera. Haría lo que fuera.

Pero no puedo. Y tampoco me aceptarías porque ahora me odiás.

Y aquí estoy, escuchando música triste, sumergida en un mar de llanto.

No sé qué va a pasar ahora. Te perdí, Adela. Todo por culpa de esta libreta. Si bien quizá fue gracias a ella que en primer lugar te fijaste en mí, también te perdí, y te lastimé... Eso no me lo voy a poder perdonar nunca.

Me odio por esto.

Notas para AdelaWhere stories live. Discover now