Decimosexta nota - 09/06/2005

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Mismo día, un poco más tarde


Se terminó la hora libre y tuve que dejar de escribir, además de que me daba un poco de vergüenza narrar lo que seguía ahí, con Carmen, la bibliotecaria, mirándome como lo estaba haciendo. Para mí que esa mujer piensa que ando en cosas raras... Ahora ya es de noche y papá se acostó a dormir. Me siento más segura.

¿En qué estaba?

Sí, me quedé con la imagen de tus manos recorriendo mi cuerpo aún vestido mientras tu boca besaba mi oreja, mis labios, mi cuello...

—Vení —me dijiste en un momento. Nos levantamos y me guiaste hasta tu habitación. Volví a sentir ansiedad, pero logré controlarla. Deseaba esto.

Me encantó el acolchado que tenías: rojo y negro, muy suave al tacto. Me dijiste que me recostara, y enseguida te acostaste conmigo. Me seguiste besando y, después de unos minutos, comenzaste a quitarme la ropa. Primero los borcegos, luego mi sweater, mis jeans... Llevaba mi mejor ropa interior —a decir verdad, no es mucha la que tengo—, y te detuviste a jugar un poco con ella antes de quitarla, rozando con tus dedos y estimulando mi clítoris y mis pezones.

Me estabas volviendo loca.

—Te deseo tanto, Adela —susurré. Jamás había deseado tanto a nadie.

Me quitaste el corpiño y empezaste a succionar mis pezones, al tiempo que tu mano derecha bajaba hasta mi tanga y la metías por debajo de ella para sentir mi humedad.

—Es injusto que yo sea la única sin ropa —dije en un momento. No sé de dónde salió, pero el espíritu de la fogosidad de pronto me poseyó. Te di la vuelta y te dejé a vos recostada sobre la cama, expectante. No me imaginaba capaz de hacer las cosas que estaba a punto de hacer.

Te quité el sweater. Empecé a besar tu cuello, tu clavícula marcada... y bajé basta tus pechos hermosos. Te quité el corpiño y empecé a lamerlos. Me encantaba cómo se sentía jugar con ellos.

Luego saqué tus zapatos, desprendí tu pantalón y lo bajé. Empecé a acariciarte sobre tu culotte de encaje negro, sentí cómo te mojabas...

No me dejaste seguir, volviste a darme la vuelta y te colocaste encima de mí, tu pierna izquierda entre las mías, mientras apoyabas tu vuelva sobre mi pierna derecha y empezabas a moverte. Ambas empezamos a jadear. Se sentía muy rico.

En un momento en que estaba al borde del éxtasis, te separaste de mí y bajaste. Me quitaste la tanga y llevaste tu lengua a mi vuelva. Empezaste lamiendo los labios superiores, antes de ir a por mi clítoris, que moría por ser probado. No puedo describir las sensaciones que empezaron a inundarme. Ya estaba casi por explotar, así que no demoré nada. Tuve mi primer orgasmo ahí mismo... cosa que casi nunca llegaba a experimentar con varones, tan acostumbrados como suelen estar a que todo se centre en sus falos.

No te detuviste ahí como pensé que lo harías. Me seguiste lamiendo e introdujiste uno de tus dedos en mi interior. A los pocos segundos me estaba volviendo loca de nuevo, con una intensidad que jamás había experimentado.

Tampoco paraste ahí, sino que seguiste y seguiste, por un buen rato más.

—Ahora te toca a vos —te dije cuando creí que había sido demasiado y que ya era tu turno para disfrutar.

—¿Segura de que ya fue suficiente? —preguntaste. Habías levantado tu mirada y detuviste lo que venías haciendo con tu lengua, pero tus dedos seguían en mi interior aún convulsionado.

—Sí. Dejame recompensarte —te dije—. ¿Qué quisieras que te haga? Pedime lo que sea.

Estaba dispuesta a hacerte exactamente lo mismo, aunque nunca lo había hecho y temía ser un desastre y decepcionarte. Pero, al parecer, no era eso lo que tenías en mente. Te levantaste y caminaste hacia tu cómoda, yo me senté mientras te observaba y disfrutaba la vista que me estabas ofreciendo. Abriste un cajón y sacaste de allí una bolsita de tela rosada. La trajiste hasta la cama y me la diste en las manos.

—Quiero que me metas eso y que después te subas arriba mío, entre mis piernas, y te muevas como si me estuvieras cogiendo.

Abrí la bolsita. En su interior se encontraba una balita que debía tener unos ocho centímetros de largo por dos y medio de diámetro. Era a control remoto, verifiqué que se encendiera con el botón On. Nunca había probado una de estas cosas, pero me parecía de lo más interesante.

Te quité el culotte, mojé mis dedos índice y medio con saliva y empecé a acariciar tu vulva con ellos. Estabas ya muy mojada, a punto caramelo. Introduje despacio tu juguete en tu interior, y lo encendí. Jadeaste de inmediato. Dejé el control sobre la mesa de luz y, para seguir tus instrucciones, me coloqué entre tus piernas y empecé a moverme, fingiendo embestidas, como si estuviera penetrándote con un pene imaginario.

Gemías y jadeabas. Me encantaba ver cómo te deleitabas.

—¡Más rápido! —dijiste en un momento, así que aumenté el ritmo de mis movimientos, y pronto alcanzaste el orgasmo. Apagué el aparatito, pero me seguí moviendo despacio mientras recuperabas tu respiración normal.

Seguimos frotándonos un rato más y, cuando ambas estuvimos satisfechas, nos recostamos, abrazabas, en silencio. Me encantaba estar justo ahí, con vos, pero se hacía tarde y debía irme. Volví a casa justo para la cena. Me pareció que papá sospechaba que andaba en algo raro, pero supuse que debía ser solo mi imaginación.

A la noche, antes de dormir, te mandé un mensaje de texto:

«Gracias por esta tarde asombrosa».

«Gracias a vos, bombona», respondiste.

Ayer volví a tener clases con vos. Viniste más sexi de lo usual, o, al menos, eso me pareció a mí. ¿Estás queriendo provocarme?

Me cuesta concentrarme en tu clase, voy a tener que pedir los apuntes prestados para no atrasarme. Creo que solo voy tomando notas de la mitad de las cosas, y no quiero que me apruebes solo porque tuve (o tengo) sexo con vos. No sé si vas a querer repetirlo.

Espero que sí.

Porque me encantó, y estoy dispuesta a hacerlo todas las veces que vos me lo permitas. 

Notas para AdelaWhere stories live. Discover now