Capítulo 5 - Hospedaje

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Cuando los yldianos se alejaron, Fran desvió la vista hacia el brigada que había cerca de él. Lo reconoció al momento, aunque durante la comida había estado demasiado tenso como para darse cuenta de quienes se habían sentado en las sillas más próximas. Era uno de los muchachos de su compañía. Intercambió con él una mirada de entendimiento. El otro se acercó unos pasos para que los criados no pudieran escucharle.

—¿Ha comido algo, teniente?

—Solo lo que no pude evitar, brigada.

Volvió a alzar la vista, asegurándose de que el último yldiano con el que había hablado había desaparecido ya, el único que le había caído relativamente bien, y se giró para inspeccionar la mesa.

—Aunque había unos pastelitos curiosos por ahí. Le juro que sabían a crema catalana —murmuró negando con la cabeza, sin reparar en que Shepherd seguramente no  supiera a qué sabía la crema catalana.

Estaba a punto de echar a andar hacia donde se estaban reuniendo los humanos, cerca de donde habían sentado a los embajadores, cuando un brillo sobre el mantel llamó su atención. Al inclinarse descubrió un anillo con una piedra roja engarzada. En el centro del mineral había algo finamente tallado, pero si tenía algún significado, lo desconocía. A su parecer eran una mezcla de líneas, puntos y círculos ondeando en el interior de la piedra.

—¿Y eso? —Le preguntó el brigada, reprimiendo apenas su curiosidad.

Fran lo sostuvo entre los dedos unos segundos antes de guardarlo en su puño.

—Se lo ha dejado el hombre con el que estaba hablando. Se lo daré a algún criado para que se lo devuelva. Me parece que se llamaba Çasmel Deminán.

El hombre asintió pensativo, separó los labios, como si fuera a decir algo, luego dudó, se llevó una mano a la cabeza, comenzando un gesto, frunció el ceño y bajó las manos. Fran, que casi podía escuchar lo que había estado pasando por el cerebro de su inferior, se rio.

—Sí, el de pelo rosa.

El brigada negó con la cabeza.

—Mira que son raros, pero al menos no es el que peor me ha caído. Sino le diría que dejase el anillo ahí, para que se lo quede el primero que pase. Pero el pobre chico no tiene la culpa de tener un pelo tan… —volvió a dudar, evidentemente reprimiéndose por estar ante un superior— extravagante.

Ambos comenzaron a caminar hacia el resto del grupo. Fran localizó con la vista al comandante, cuya tez oscura sobresalía entre la casi homogeneidad blanca.

—Ese tal Deminán —continuó su compañero—, ¿cree que fuera el sobrino de alguien?

Fran, que estaba más atento en visualizar a algún sirviente con cara de tener poco interés en los objetos costosos, emitió un murmullo que podía significar cualquier cosa, pero que aparentemente el brigada identificó como un “¿quién sabe?”.

—Todos son muy jóvenes, ¿verdad? ¿O me lo pareció a mí? He estado toda la comida pensando… Bueno, no, he estado pensando en otra cosa. La verdad es que no he estado pensando en nada bueno, pero lo que quiero decir es que, ¿sabe usted lo que le pasa a los hirges cuando nos ven?

—Sí —respondió analizando la cara de un yldiano con levita de criado. Como todos los criados, tenía el pelo, los ojos y la piel azules, así como guantes transparentes y una sonrisa amable que era tan idéntica a la de sus compañeros. Tanta amabilidad en serie inspiraba recelo. Decidió que no le fiaría el anillo a ese.

—Lo de que no saben muy bien qué edad tenemos —se explicó el brigada—. Pues me pasa lo mismo con estos, que para mí todos son jóvenes. Jóvenes más jóvenes y jóvenes más adultos. Bueno, no; jóvenes más viejos. No sé cómo explicarme. Había un hombre, ¿cómo se llamaba? No creo que importe. El caso es que cuando me saludó, pensé que tenía la edad de mi hermano, o sea, uno o dos más que yo, pero después, según le escuché hablar, aunque no puedo decir de verdad que le escuché por eso del traductor, pero usted me entiende, pues me pareció que era mucho mayor, casi como mi abuelo. Fue una experiencia muy rara, un tanto desagradable, aunque no la más desagradable.

Sangre azulWhere stories live. Discover now