Capítulo 2 - El Hijo de Narsis

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El transportador había llegado a la Lirdem con tres días de retraso, lo que había enfurecido a la mayoría de los enviados que viajaban con Shasmel. La culpa no era de los criados, por supuesto, y posiblemente tampoco de los pilotos, cuya labor se limitaba a fijar la ruta, pero eso no tranquilizaba a nadie. Por todas partes se podían escuchar murmullos de molestia y alguna que otra voz elevada según los sirvientes llegaban para ofrecer de nuevo unos dulces junto a las disculpas reiteradas.

Alguien había susurrado en algún momento la posibilidad de que la demora se debiera a un boicot a la Estación Suprema de Navegación, pero la idea era tan absurda que sólo suscitó risas. Nadie negaba que hubiera un grupo pequeño de políticos y aún más pequeño de comerciantes que estaba en contra del establecimiento de relaciones socioeconómicas con los humanos, pero eran inofensivos. La Estación Suprema, además, no era un lugar al que pudiera entrar un par de hombres empolvados para lograr sus propósitos con miradas de desprecio y promesas apocalípticas, ya que la violencia física no era una opción para esos octogenarios y al contrario de lo que pudiera parecer, los círculos militares de Yldium se habían declarado a favor de aceptar la petición de embajada enviada por los humanos.

El benigno Melio, tío y maestro de Shasmel, se había reído ante lo ridículo de la situación; soldados haciendo declaraciones públicas sobre política intergaláctica, o sobre política en cualquier ámbito.

—Por supuesto —había dicho inclinando la cabeza con burla—, son narsianos antes que hombres de armas, algo de sentido común debían tener bajo esas nucas desnudas y pensamientos violentos. Ellos también sacarán beneficio si los establecimientos comerciales con esta nueva raza nos abren las puertas de la Vía Láctea. ¡Una galaxia que es una mina de posibilidades!, pero no olvidemos que los hirge también tienen intereses en ese lugar, así que el peligro estará implícito en cualquier acuerdo de explotación sobre territorio humano que pudiéramos cerrar, y el peligro, mi querido Shasmel, es el negocio de los soldados.

A Melio no le había faltado razón. Según habían pasado los días desde que el Rey Supremo hubiera comunicado a los diecisiete cuadrantes su decisión de enviar una nave con tecnología narsiana para recoger a los humanos, el movimiento en las esferas militares pasó de ser agitado a convulso. Por todas partes había un primo pidiendo favores, un soldado recordando méritos a un príncipe o un alto cargo haciendo valer sus contactos para figurar en la plantilla de los que serían enviados a la Lirdem, la estación espacial que acogería a los embajadores humanos durante sesenta días El mismo transportador de Shasmel había hecho un alto en Tonalta para embarcar a setenta y dos soldados con sus correspondiente servidumbre, y aunque habían sido acomodados en babor, lejos de los ilustres enviados, hasta ahí habían llegado sus comentarios excitados sobre la naturaleza de los humanos y sus rumoreados conflictos con los hirge.

Nada estaba claro en ese sentido. Había quien decía que los humanos les habían declarado la guerra. Otros defendían la teoría contraria; habían sido los hirge. Pero la opinión mayoritaria era que aunque no había conflicto bélico declarado aún, esa joven raza recién descubierta en el Universo, amos de la Vía Láctea según el Tratado Gisliano de Espacios Expansivos, necesitaba ayuda de Yldium para respaldar sus políticas contra los hirge.

Shasmel lo lamentaba por ellos pero su misión era defender los intereses de su príncipe, y la guerra no era deseada. No conocía a los humanos, ni siquiera había llegado a verlos en los holorreportes que había descargado en su circumo. Sabía que el parecido con ellos era asombroso, casi tanto como el que había con esos despreciables hirge, pero no podía saber si también sus mentes eran similares. En caso afirmativo estaba seguro de que comprenderían que la mejor forma de tratar con el Imperio Hirge era alejarse todo lo posible de ellos, cerrarle las puertas de su galaxia, colaborar con los gislianos y abandonar toda idea que incluyera armamento y acciones violentas. No conocía a una sola civilización que hubiera salido bien parada de un encuentro bélico con esta raza, aparte de los mencionados gislianos, pero aquello ni siquiera había llegado a las armas. Ambas especies habían mostrado sus capacidades en territorio liscuano y, antes de que se hubiera producido una sola baja entre ellos, habían firmado un acuerdo de colaboración y fundado la Liga de Defensa, a la que más tarde se unieron los gulders.

Sangre azulWhere stories live. Discover now