Martes

504 73 24
                                    

En la parada de autobús hay una botella.

Sí, quizás no sea lo más sorprendente, quizás parezca bastante ordinario. Sin embargo, es lo que esconde el interior de la botella lo que atrapa mi atención: en su interior tiene un pedazo de papel.

Un mensaje.

Miro alrededor, pero no hay nadie ahí.

Aunque tampoco me sorprende, pues la lluvia golpea con fuerza en el pueblo donde todos están dormidos. Solo yo debo permanecer con los ojos abiertos, ya que me tengo que marchar.

Aunque no me quiero marchar.

Y supongo que así es como debe ser. No podemos estar donde queremos estar.

Este no es mi lugar y con seguridad, lo que va escrito dentro de esa botella no va dirigido a mí.

Aun así no puedo evitar echarle un vistazo. La curiosidad me gana, y es que, ¿quién deja mensajes en una botella y, además, lo deja en el banquillo de una parada de autobuses?

No es usual en mí fisgonear, no obstante, me resulta inevitable volver a mirar.

La lluvia no se detiene y mi teléfono celular se niega a iluminar su pantalla, además de que el autobús que espero ni siquiera da señales de aparecer a la distancia, tampoco es una opción el abandonar el único lugar donde me puedo refugiar de la tormenta. En la carretera frente a mí solo corre agua, no hay ningún auto a la vista para siquiera pedir un aventón, y aunque podría caminar... Encuentro más tentador leer lo que dice aquel mensaje mientras espero a que la lluvia pare.

Así que recojo la botella, quito el corcho y le doy la vuelta, hasta que el papel se desliza sobre mi mano.

Una vez más miro a mi alrededor, y tras comprobar mi desolada situación, empiezo a leer.

"Como podrás notar, mi querido Martes, una vez más llueve en este lugar..."

Hago una pausa, para sonreír por lo acertado de su descripción.

"... te he llamado Martes porque en mi cabeza este día se siente como un martes y parece que no hay mejor día que ese para escribir una carta sin verdadero destinatario, ¿no crees?
Y podrías pensar '¿por qué?' Pero la verdad es que no hay una explicación para esto. Creo que solamente ya no había suficiente espacio en mi cabeza.
Hoy he visto a una persona en autobús y de pronto he sentido la urgencia de iniciar una conversación, solo porque sí. De contarle de todos estos pensamientos que no puedo hacer a un lado. ¿Lo has sentido alguna vez, Martes? La imperiosa necesidad de hablar, como si todo lo que tuvieses embotellado dentro de ti repente quisiese ser derramado..., si tan solo alguien preguntara. Pero aun así, nadie pregunta.
Es raro, ¿verdad? Nunca se me ha dado bien hablar, y pese a ello me sentí de esa manera por un breve instante.
Pero, ¿sabes qué es lo más raro? Que me ha dado miedo, Martes. Muchísimo. Me sentí como un vaso lleno a punto de derramarse sobre un extraño, y pensar en eso me hizo sentir vergüenza. Así que bajé del autobús, aunque todavía estaba lejos de mi parada, y me quedé pensado un poco más.
¿Eran mis sentimientos tan vergonzosos? ¿Desde cuándo la sinceridad da tanto miedo? Y me pregunté por qué, Vier... Perdón, Martes, casi te he dicho Viernes.
¿Qué hay de malo con decir cómo me siento?
La respuesta es más corta y sencilla cuando no hay nadie cerca.
No hay nada de malo, Martes.
Y ahí me di cuenta de algo, un descubrimiento mucho más grande:
Que podía ser yo misma cuando nadie estaba viendo. Y la persona que era me gustaba, mucho. Y Martes, tengo un montón de defectos; pero nada de eso importaba en ese momento.
Quería ser sincera, quería ser tonta, quería ser rara.
Así que escribí esto en un apuro, como una revelación, ¿sabes? Porque, Martes, no te conozco y tú tampoco me conoces a mí, pero quería decirte que deberías ser tú mismo sin temor a nada, sé valiente y obstinado, no dejes que te hagan creer que le debes algo a alguien, o que le debes algo al mundo. Solo sé feliz en este mundo, nada contra corriente y no le temas a romperte, igual siempre volvemos a armarnos a nosotros mismos.
Y creo que esa es la mayor declaración de amor. Que pese a la destrucción podemos crear. Y creer. Y yo elijo creer en mí.
A lo que voy con todo esto (que ya se me acaba el espacio para escribir) es que tengas un poco más de confianza.
Escribí esto sabiendo que no voy a estar aquí por mucho tiempo, que no nos vamos a encontrar de nuevo. Pero estas palabras se quedarán. Y si alguna vez te sientes mal espero que te apoyes en ellas, que puedan ser tu refugio cuando sientas como que vas a llover.
Apoyate aquí, Martes. Volverás a levantarte, pues nunca estarás solo/a.
Esta es una tormenta, pero incluso el cielo más oscuro se aclara.
P.d: Dejaré el mensaje dentro de la botella, aquí. Porque podemos naufragar sin tener que estar necesariamente en el mar."

Quizás leo mal el final, pero mis ojos se han nublado al punto de no poder distinguir las letras. Sin embargo, no creo estar tan mal.

—Es martes. —admito en voz alta, antes de frotar mis ojos. Con seguridad mi nariz está roja, como el resto de mi cara, pero no dejo de llorar; aunque al menos ya no tiemblo por el frío.

Por alguna razón mi celular decide cobrar vida en ese preciso momento, se trata de una llamada que no se detiene hasta que contesto.

—¿Hola?—pregunto, todavía limpiándome la cara con el hombro.

—¿Dónde estás? —la voz del otro lado suena apresurada, tanto que ni siquiera se molesta en esperar una respuesta de mi parte, así que solo la dejo hablar—: Si no te apresuras perderás esta oportunidad. Sabes que no te puedo seguir cubriendo.

—No iré —decido entonces. Puede que sea un error, pero el solo decirlo hace que mi corazón se sienta más ligero, tranquilo—. Te lo agradezco, pero como suponía; no quiero rendirme aún. Quiero vivir aquí, trabajar aquí.

—Será difícil. —advierte, luego de hacer una pausa.

—Será entretenido buscar una forma de hacer las cosas funcionar. —le respondo.

—Quizás no puedes hacerlo —habla despacio, como si hablase con un niño.

Y quizás lo soy. Quizás sea infantil esto, quizás solo deba ir y actuar con racionalidad. Es lo que un adulto haría pero, pese a los años, a la experiencia, a mis debilidades, quiero quedarme aquí y tratar de vivir una vida que amo, ser alguien a quien no odio.

—Me gusta aquí —le digo, aunque sé que no puede entenderlo—. Es mi lugar.

Y luego cuelgo.

Porque también tengo muchas dudas propias, contras que batallan con pros, preguntas que aún no encuentran sus respuestas, muchas otras cosas que no me había atrevido a pensar. Porque en este momento la vida es infinita y, ¿cuántas son las posibilidades de que justo hoy sea un martes que se siente como viernes?

Me río aunque todavía me quedan ganas de llorar. Aunque sea extraño; me siento mejor, como una calidez que viaja de la punta de mis dedos hasta el interior de mi pecho.

Tengo miedo pero al mismo tiempo siento tranquilidad.

Es cálido y frío.

El lenguaje de las letras pequeñas Where stories live. Discover now