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Tomo una profunda y limpiadora respiración, y la ola pasa. Nerviosamente compruebo mi reloj. Veinticinco minutos pasadas las dos.

Un hombre de mediana edad entra en la habitación. lleva un impecable, caro traje negro con corbata a juego.

Extiende su mano.

—Sra. Martín . Soy Troy Whelan —sonríe, estrechamos manos, y se sienta en el escritorio de cara a mí—. Mi colega me dijo que le gustaría retirar una
elevada suma de dinero.

—Es correcto. Cinco millones de dólares.

Se gira hacia su elegante ordenador y teclea unos cuantos números.

—Por lo general pedimos que nos avisen previamente cuando son grandes sumas de dinero —se detiene, y me destella una sonrisa tranquilizadora pero arrogante—. Sin embargo, afortunadamente, mantenemos la reserva
de todo el noreste del pacífico —presume. Mierda, ¿Está tratando de impresionarme?

—Sr. Whelan, tengo prisa. ¿Qué necesito hacer? Tengo mi licencia de conducir, y nuestro talonario de cuenta mancomunada. ¿Sólo tengo que hacer un cheque?

—Primero lo primero, Sra. Martín. ¿Puedo ver su identificación? —Cambia el look jovial por el de banquero serio.

—Tome. —Le alcanzo mi licencia.

—Sra. Martín… éste dice Mónica Carrillo.

Oh mierda
.
—Oh… sí. Um.

—Llamaré a la señorita Martín.

—Oh no, eso no será necesario.

¡Mierda!

—Debo de tener algo con mi nombre de casada. —Rebusco a través de mi bolso.

¿Qué tengo con mi nombre en él? Saco mi billetera, la abro y
encuentro una fotografía mía y de Vanesa en la cama en la cabina del Fair Lady. Ay, mi chica con su cabello alborotado y una sonrisa divina... Escarbo y saco mi tarjeta negra de no sé qué.

—Aquí.

—Señora Mónica Martín —lee Whelan—. Sí, esto debe servir. —Frunce el
ceño—. Esto es muy irregular, señora Martín.

—¿Quiere que le haga saber a mi esposa que su banco ha sido poco
cooperativo? —Cuadro mis hombros y le doy mi mirada más amenazante.

Hace una pausa, revaluándome momentáneamente, creo.

—Necesita hacer un cheque.

—Claro. ¿De esta cuenta? —Le muestro mi talonario, tratando de calmar mi corazón, que late con fuerza.

—Esa estará bien. También necesitaré que complete algo de papeleo adicional. ¿Si me disculpa un momento?

Asiento, y se levanta y camina fuera de la oficina. Otra vez, libero mi respiración contenida. No tenía idea de que sería tan difícil. Torpemente,
abro mi talonario y saco un lapicero de mi bolso. ¿Solo lo hago en efectivo?
No tengo idea. Escribo con dedos temblorosos: Cinco millones de dólares.

$5.000.000.

Oh Dios, espero estar haciendo lo correcto. Mia, piensa en Mia. No puedo decirle a nadie.
Las palabras escalofriantes y repugnantes de Jack me persiguen.

“No le digas a nadie o la violaré antes de matarla”.

El señor Whelan regresa, con la cara pálida, y avergonzado.

—¿Sra. Martín? Su esposa quiere hablar con usted —murmura y señala el teléfono sobre la mesa de vidrio entre nosotros.

¿Qué? ¡No!

—Está en la línea uno. Sólo presione el botón. Estaré fuera. —Tiene la gracia de parecer avergonzado.

Le frunzo el ceño, sintiendo la sangre drenándose de mí otra
vez mientras se apresura fuera de la oficina.

¡Mierda!, ¡mierda! ¡Mierda! ¿Qué le voy a decir a vanesa? Ella lo sabrá. Intervendrá. Pondrá en peligro a Mia. Mi mano tiembla mientras cojo el teléfono. Lo sostengo contra mi oído, tratando de calmar mi
respiración errática, y presiono el botón de la línea uno.

—Hola —murmuro, tratando en vano de calmar mis nervios.

—¿Estás dejándome? —Las palabras de Vanesa son un susurro
agonizante y sin aliento.

¿Qué?

—¡No! —Mi voz refleja la suya.

Oh no. Oh no. Oh no, ¿cómo puede pensar eso? ¿El dinero? ¿Piensa que me voy por el dinero? Y en un momento de horrible claridad, me doy cuenta de que la única manera en que mantendré a vanesa a un brazo de distancia, fuera de daños, y a Mia a salvo… es mentir.

—Sí —susurro. Y abrasadoras lanzas de dolor me traspasan, lágrimas
brotan de mis ojos.

Jadea, casi un sollozo.

—moni, yo… —se ahoga.

¡No! Mi mano cubre mi boca para reprimir mis emociones en conflicto.

—vanesa, por favor. No. —Peleo para contener las lágrimas.

—¿Te vas? —dice

—Sí.

—Pero, ¿por qué el dinero? ¿Ha sido siempre el dinero? —Su voz torturada es apenas audible.

¡No! Las lágrimas ruedan hacia abajo por mi rostro.

—No —susurro.

—¿Cinco millones es suficiente?

Oh, por favor, ¡para!

—Sí.

—¿Y el bebé? —Su voz es un eco sin aliento.

¿Qué? Mi mano se mueve de mi boca a mi vientre.

—Cuidaré del bebé —murmuro.

Mi Pequeño Blip… nuestro Pequeño Blip.

—¿Es esto lo que quieres?

LIBERADA Nơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ