Once años. El sorteo

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Amanda bostezó cuando el reloj sonó, indicándole que eran las cinco de la mañana. A pesar de que intentó volver a conciliar el sueño, su madre entró a su cuarto, abrió las persianas con un toque de voz y la destapó sin ningún miramiento.

—Es hora de entrenar, cielo —le recordó.

La chica se encogió sobre sí misma; si no fuese 30 de octubre se levantaría sin rechistar. Los nervios podían con ella. Estaba segura de que no se concentraría en su rutina de ejercicios. Sabía que sus padres lo hacían para distraerles y que no pensaran en los resultados que aquel día se iban a dar.

Se encontró con Alberto en mitad del pasillo. El chico le saludó con un simple gesto de manos y entró en el baño. Amanda alzó la cabeza y vio la puerta cerrada del cuarto de su hermano mayor. Dejó escapar un suspiro y empezó a prepararse.

Cuando se ató las zapatillas, bajó las escaleras y saludó a sus padres con un beso. Esperaron al tardón de su mellizo.

—¿Cómo te sientes, cariño? —Su padre estaba preocupado por el pálido tono de piel que tenía.

—Algo mareada.

—Se te pasará, tranquila. Recuerdo el día en el que me nombraron en el sorteo. Fui tan feliz. —Su madre era una mujer soñadora que recordaba todo lo bueno de la vida. Los malos pensamientos no eran bienvenidos en esa familia solo porque ella lo impedía—. Alberto, cariño, que no tenemos todo el día.

El chico acabó bajando. Se le veía decaído, sin embargo, nadie le preguntó. Amanda le pasó el brazo por los hombros y le apretó un poco más contra ella, logró sacarle una leve sonrisa.

La familia entera salió a la calle; el impoluto barrio no era una zona peligrosa que supusiera un reto. Solían desviarse hacia la montaña donde estaba el auténtico desafío. Sus padres les habían dicho siempre que el ambiente forestal era el que predominaba en el infierno.

Los ejercicios dejaron a los mellizos exhaustos, tanto que olvidaron por unos minutos el sorteo de aquella tarde.

Tras una ducha reparadora, Amanda fue la primera en sentarse a la mesa. Miró el sitio que tenía enfrente. Hacía tiempo que nadie lo ocupaba. Nadie se atrevía a nombrar al mayor traidor de la familia. Amanda no se había olvidado, nunca lo haría: Hugo era su hermano. Tendría sus razones para fugarse, aunque nunca las dijo. Había intentado buscarle, sin embargo, no había dejado ni rastro de su huida. Esperaba que, al menos, volviera pronto a por ellos.

—¿Lo echas de menos? —María estaba colocando los cubiertos como a su padre le gustaba.

—Siempre. —Daba igual lo que dijeran, ella tenía otra opinión de su hermano. Él iba a volver, lo sabía, lo sentía—. Hoy más que nunca.

—¿Nerviosa? —Sabía que ella era la más afectada por la partida de Hugo. Habían sido buenos amigos desde que tenía uso de razón.

—Mucho. Me alegraré si eligen a Alberto, pero... también me enfadaré.

—Tu hermano te diría que esos sentimientos tan diferentes son normales. —Dobló la servilleta de tela y la puso en el plato—. Y también diría que no te adelantes a los acontecimientos: estás dando por hecho que vas a perder.

Amanda dejó escapar una sonrisa. Tenía razón. Ella siempre había visto a Alberto como el más adecuado para ser cazador. Se lo imaginaba con una de sus mejores galas, delante de la cámara y hablando como él sabía hacer. ¡Oh, claro que daría un espectáculo! Había nacido para eso, tenía miles de pruebas y cero dudas.

Cuando dijeran su nombre aquella noche, ella se convertiría en la hija que no hace nada: ni bueno ni malo. La joven que chupaba del bote y buscaba atención del resto del mundo.

Los Cazadores de SamhainWhere stories live. Discover now