Diecisiete años. Nuevo hogar.

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La oscuridad en el bosque era absoluta. El silencio que se había creado era más aterrador que el ruido que había precedido a esa calma. Unos pies descalzos avanzaron por la tierra mojada de sangre inocente; iba examinando los cadáveres que se encontraba a su paso. La chica se recogió el pelo suelto mientras le indicaba a su acompañante que se acercara con aquel carro improvisado de madera.

—Hemos perdido a muchos en el día de hoy. —Se agachó para cerrarle los ojos a una joven pelirroja con un brazalete rojo en el brazo. Le dibujó con barro una pequeña cruz en el pecho.

—¿En qué año no perdemos a alguien? —suspiró el amigo, dejando el carro y acercándose al cuerpo para levantarlo y ponerlo en la pila. Con un poco de suerte, ya les quedaba menos.

Siguieron caminando, examinando y recogiendo todo lo que se iban encontrando a su paso. Pronto se detuvieron delante de dos cuerpos sin vida. A uno lo reconocieron enseguida, al segundo... fue difícil.

—¿Qué vamos a hacer ahora sin él? —preguntó el joven arrodillándose a un lado.

—Seguir adelante, como siempre nos decía. —La chica le quitó el brazalete rojo y lo guardó en el bolso de tela—. ¿Y esta?

Ninguno pudo poner en duda el parecido de las dos personas que estaban contemplando. Tras revisar todas sus pertenencias, llegaron a la conclusión de que se trataba de una cazadora. No entendían qué había pasado para que la abatieran de esa manera, aun así, le dibujaron la cruz y la metieron en el carro como el resto de sus compañeros.

Antes de que pudieran seguir caminando se escuchó aquella horrenda alarma y vieron una luz roja iluminar momentáneamente el bosque. Sabían lo que significaban así que fueron al encuentro del nuevo desgraciado que habían mandado. Encontraron a un chico rubio, con la ropa hecha girones y desconcertado.

—Hola, ¿cuál es tu nombre? —empezó a decir la chica mientras extendía la mano.

Alberto dio un paso hacia atrás con tan mala suerte que su mundo comenzó a dar vueltas y cayó al suelo. No se acordaba demasiado de lo que había pasado. Solo que había visto morir a sus dos hermanos y que había intentado contarle al mundo entero lo que estaba ocurriendo. Después de eso, todo era demasiado difuso.

Algo pareció brillar en su brazo izquierdo y, al contemplarlo, se dio cuenta de que era un brazalete de color naranja. Abrió los ojos de par en par y los posó sobre la chica que intentaba ayudarle a levantarse.

—Tranquilo, estarás aturdido durante unas horas más. Es lo que nos pasa a todos cuando llegamos aquí. —Lo levantó como si se tratase de una leve pluma y él se dejó ayudar. No parecían malas personas y tampoco veía otra alternativa para su estado—. Te acostumbrarás pronto a esta sensación.

—¿Dónde... dónde estoy? —Fue lo único capaz de decir.

—Bienvenido al infierno, chico.

Los Cazadores de SamhainTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang