Diecisiete años. El infierno.

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Los ocho participantes se agruparon frente a las puertas de hierro mientras esperaban a que se abrieran. Amanda se había puesto los vaqueros negros y la camiseta oscura; se había recogido el pelo en una coleta alta y llevaba el cinturón con todo lo necesario para la misión.

Carlos se colocó a su lado, jugueteó con su arma. No entendía el mérito que suponía elegir la más grande. A todos parecían gustarles. Ella manejaba bien la pistola y le pesaba poco. No necesitaba chulear por saber manejar un subfusil. La del arma larga era Eva. Habían decidido hacer un equipo y juntar lo mejor de los dos mundos. En ese instante estaba completamente sola.

—Así que... Carlos —dijo él alzando una ceja.

—Lo siento si te he disgustado. —No, no lo sentía, no obstante, no entendía por qué él tenía esa sonrisa de superioridad.

—No te disculpes, has hecho lo que estaba esperando: has confirmado nuestra relación.

—Eres un mierdas. —No le iba a llamar de otra forma porque su personalidad no tenía otro nombre.

—Eso ya me lo dirás cuando salgamos de aquí.

Le miró justo para ver cómo le guiñaba. El estómago se le revolvió. No solo por aquel gesto sino porque sonaba la alarma que tantas veces había escuchado en las prácticas. Las puertas se abrieron y, ante ellos, apareció un extenso bosque. El sol se estaba empezando a ocultar. No tenían mucho tiempo de luz, pero llevaban sus linternas y sus ganas de darlo todo. Algunos más que otros.

—Bienvenida al infierno, Amanda— le dijo la mujer tras el pinganillo que tenía en la oreja izquierda—. Recuerda todo lo que hemos hablado y ensayado. Estaremos a tu lado para guiarte con lo que sea.

Sus compañeros empezaron a salir. Ella, sin embargo, se encorvó un poco. No sabía con exactitud qué era lo que se iba a encontrar allí. En las simulaciones, se enfrentaba a recreaciones de humanos desaliñados, enfermos, dementes. Esperaba que fuese igual.

Sabía que la retrasmisión de Los Cazadores de Samhain no era del todo verídica. Se usaban las imágenes que más interesaban a pesar de que se grabara todo. Lo comentaban en directo, discutían sobre las acciones tomadas y no mostraban nada que no fuese necesario. Llevaban años haciéndolo, sabían cómo tenían que manipularlo para que la audiencia estuviera contenta. Se alegraba de no estar escuchando lo que se hablaba.

Los participantes se habían desperdigado, todos tomaban su rol en aquella especie de juego retorcido. Ella tenía que desviarse hacia las zonas límites para limpiarlas. No había que olvidarse que, al final, era una competición más. Había ganadores y perdedores, esos de los que jamás se volvían a nombrar.

Su respiración era pesada. No se acababa de creer que estuviera allí, que por fin tuviera una pistola de verdad, cargada para disparar. Aunque no sabía si apretaría el gatillo. Con las balas de pintura se sentía mucho más segura.

El corazón latía en su oreja. Lo escuchaba con fuerza y eso le impedía estar atenta a todo lo que pasaba a su alrededor. En la lejanía, oyó los primeros disparos. Se maldijo internamente. Llevaban ventaja. Ella no había divisado ni a un enemigo.

Sin embargo, el sonido de una rama rompiéndose delató la presencia de algo o alguien. Se aseguró de tener la pistola preparada y se ocultó tras un árbol. Había oído el ruido en el sendero que había a su derecha. Solo tenía que esperar unos segundos más. Los pasos se acercaban a una velocidad considerada, salió de su escondite justo cuando la figura estaba llegado a su posición. La persona en cuestión se cayó al suelo, con las manos en alto.

—No dispares, por favor.

La respiración de Amanda se congeló y enfocó mejor su vista. No se lo podía creer. Ante ella, estaba la chica de pelo corto y pelirrojo, de ojos marrones y piel bronceada. Tenía que ser un sueño. Aun así, no se atrevió a bajar su arma. Tenía un brazalete rojo que le indicaba que era un objetivo importante, de esos que podían ponerla en la cabeza del ranking si apretaba el gatillo en ese instante.

Los Cazadores de SamhainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora