|𝕬 𝖈𝖆𝖒𝖇𝖎𝖔 𝖉𝖊|

409 23 10
                                    

"A cambio de" 

       Era una España de amenazantes callejuelas, oscuras y sucias, con personas durmiendo por las esquinas, a la salida de los más terribles tugurios y cabarets. Por el Barrio Chino de Barcelona o en los barrios bajos de Madrid pululaban los golfos y los golfillos, los apaches, atracadores, ladrones y timadores de baja estofa, gente de navaja fácil, un mundo del hampa de gorra y chaleco que no tiene nada que envidiar a la crónica negra que ha difundido el cine estadounidense.

      Era también, una época de desorientación y de gran desigualdad, tras la pérdida de las últimas colonias españolas en 1898 y el regreso de los soldados de Cuba y Filipinas (muchos de los cuales, sin futuro, pasaron a engrosar las filas de la delincuencia), que regresaron a un continente azotado por los continuos atentados anarquistas y una profunda conflictividad social (luego de pasar la voluptuosa primera guerra mundial). Proliferaron entonces los estudios sociológicos dedicados a comprender a las pandillas de la rivera. 

1928

     La avenida de Santa Marta nunca había recibido tanta gente como hoy. Las fábricas de la comarca habían sido paralizadas por sindicatos obreros, y una huelga azotaba los ciclos del puerto donde desembarcaban exportaciones de todas partes, pilas y pilas de contenedores sin ser abiertos aún (algunos con el atún que llegaba desde Chile pudriéndose después de 4 días, y otros con la maquinaria hidráulica rostizándose bajo el sol) pues no había alma que quisiera trabajar ahí, en la bahía de los Palmos. También podía ver al gentío que se abarrotaba en los balcones, con las pancartas alzándose en postillones de madera, pintados a la más pura expresión con un rojo que gritaba: "Más justicia para el obrero". 

 Y cuando marchaban al ritmo de los tambores, era de lleno un escenario exuberante. 

       Sin embargo, su visita a la capital no era para entretenerse en marchas laborales, ni en cantinas de mala muerte. Sino para rememorar el pago que debía desde hace mucho, y cumplir con él después de tres años sin atender a las quejas de su acaudalada amiga. Siguió desde la refinada franja de adoquines hasta la séptima cuadra de Jersey, con una muy alborotada fila de personas cruzando delante de él: no quería llamar la atención con ese porte americano, mucho menos con ese toque vanguardista que sus botines de fieltro le daban al caminar; era claro que se trataba de un extraño, con esos aires de grandeza y un depurado aroma a flores de jardín. Entonces, se marchó.

       Tuvo la gran fortuna de no encontrarse con algún insurgente además del vendedor de papas que lo detuvo en la quinta avenida, junto a la proliferación de muchedumbre que casi llegaba a la calzada del baldo. Ahí, supo que lo demás tenía que ser discreto, tranquilo, minucioso, como si en realidad no estuviera en busca de una contrabandista de armas ilegal, apostadora de nacimiento y manipuladora por excelencia. Se quejó por última vez de su suerte y siguió caminando hasta dar a un restaurante de fragancias valencianas, si bien era el lugar menos correcto para hablar con una fugitiva de la ley: también era la clase de lugares que pasaban desapercibido por la patrulla del consejo cuando circulaban. Y esa era la verdadera razón por la que se encontraba en medio de todo el público. Era en realidad, una cortina para ocultar toda la sangre que se derramaba dentro.

-Como siempre...tan inesperada su visita, joven USA - un recepcionista de barbilla ancha y dientes blancos lo detuvo antes de que pasara: -Ella está muy enojada con usted, no quiere verlo por ahora - agregó mientras mantenía su traviesa mano en el pecho del hombre.

-¿Ni siquiera para pagarle el trato que le debo? - preguntó de vuelta. Altanero y burlón, sonrió de lado con una mirada incrédula y dedujo por sí mismo que la conversación se extendería más de lo normal:

𝕺𝖓𝖊𝖘𝖍𝖔𝖙𝖘 || RusmexWhere stories live. Discover now