|𝕰𝖑 𝖇𝖚𝖋𝖔𝖓|

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"El bufón" 

 Cuentan las voces más viejas de la tierra, que cuando el hombre nació: habían nacido con él todos los sentimientos y sus cualidades. Había nacido el coraje, el aburrimiento, la duda, ¡la locura!, la lujuria y de entre tantos otros también había nacido el odio, y la empatía. Todos tan diferentes y únicos, diversos y de distintos colores. Emociones que por sí solas ya tenían una característica; regir el orden natural del comportamiento humano, y en algunas ocasiones, de los animales. 

No obstante, de todo el magnífico gremio que había nacido del corazón humano, era un sentimiento el único que podía gobernar: tenía que ser quien alimentara a todas las demás, que las uniera, aunque no tuvieran nada en común pues sólo era cuestión de ensamblar, reunificar, sanar y conducir. Ninguno era capaz de tal cosa; ninguno podía con tal deber y responsabilidad. El coraje, se enfurecía con todo, la lujuria, al más importuno toque se prendía, el éxito, temía que en cualquier momento fuera a caer, la duda...la duda dudaba de ella misma. 

Ni el miedo ni la curiosidad, ni el entusiasmo ni la euforia, ¡tampoco la fe era capaz de gobernar!. Nadie ni nada estaba a la altura de un puesto exigente como ese, era un peso que ningún sentimiento estaba dispuesto a cargar. ¡Oh sí!, el sacrificio, pero ya había dado tanto de sí mismo que al final, se rindió. Flaqueo tras flaqueo, ninguna emoción verdaderamente enardecida por el fuego de su don tenía la competente gracia de reinar sobre todas las demás. 

Ya casi rendidos y a punto de sugerir al odio como único sucesor: pasó lo que tuvo que pasar, la fe dio un respingo, la alegría cruzó manos con su camarada la locura, el remilgoso pudor de la libertad corrió por el salón sin rienda y a la abatida tristeza por fin le brillaron los ojos. El último sentimiento que faltaba por nacer, le dio la bienvenida a la más gloriosa época que la tierra ha tenido, y habrá de tener. 

El amor. 

Con su perfil griego y su ciervo rostro, caminaba en medio de todas aquellas emociones un poco extrañado, siendo la vergüenza quien le teñía las mejillas de rojo, mientras la amistosa solidaridad le incitaba a seguir adelante y el poderoso orgullo, le abría camino al balcón de los reyes. Todos estaban cautivados por su belleza, unos más que otros, otros siendo la envidia y los celos, que sólo miraban con sus ojos grises la manera en la que el mundo había recibido al amor como su único rey. 

<<¡Qué el amor sea eterno!>> 

<<¡Qué el amor sea el rey!>> 

Pronto, si no es que ahorita, aquel sentimiento se había convertido en una promesa:  esperanzadora y radiante. Como nunca lo había sido. Y así...

gobernó sobre todo lo demás. 

 

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𝕺𝖓𝖊𝖘𝖍𝖔𝖙𝖘 || RusmexOù les histoires vivent. Découvrez maintenant