Capítulo 2: Un ejército de malvones

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Pablo no solía pregonar sus gustos a los cuatro vientos. Su personalidad reservada y tímida, sumada a varios acontecimientos pasados no muy placenteros, lo impulsaban a ocultar sus disfrutes del resto del mundo. Exceptuando el público conocimiento de su amor por la música de los Rolling Stones, los Redonditos de Ricota, The Smiths y grupos similares, era extraño que las demás personas supieran de sus pasiones. Y era también extraño que les abriera voluntariamente esa puerta, la que guardaba cerrada con recelo.

O eso pensaba.

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Ese día había sido de descanso, y la mayoría del cuerpo técnico había aprovechado la oportunidad para escaparse de la sede. Pero Pablo había elegido quedarse, un poco porque sus hijos ese día estaban con Ana, otro poco porque no tenía ganas de salir. En cierta forma tenía tintes de un "gato retobado".

El cordobés caminó por el edificio con paso tranquilo, saludando a las pocas personas que se encontraba en los pasillos. No estaba seguro de a dónde iba o qué buscaba hacer, pero en cuanto encaró hacia la escalera que llevaba a la terraza y abrió la puerta, supo que había encontrado su proyecto del día. El lugar estaba peor que nunca: sucio, repleto de maderas podridas y envoltorios, cubierto de polvo... Pero lo que más le importó a Pablo fue lo que localizó del lado derecho, cerca del tanque de agua: tres macetas y un cantero de hormigón, que albergaban plantas tan maltratadas que parecían estar a dos días de la muerte.

- ¡Ay, no!- exclamó, preocupado, acercándose y examinando el daño con detenimiento- Uff, menos mal, todavía se salvan... Tranquilas, lindas, hoy es su día de suerte.

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Treinta minutos después, Pablo había regresado con una bolsa grande de tierra compostada, una pala pequeña (que había pedido al personal de limpieza de la AFA), varias botellas de agua, una escoba, bolsas de consorcio y una tijera. Resuelto, sintonizó una radio aleatoria en su celular, se arremangó el buzo azul hasta los codos, se calzó un par de guantes amarillos y frunció el ceño, formando un puchero inconsciente con los labios.

- Bueno, a laburar.

Tan solo barrer y descartar toda la basura le tomó una hora completa, tal era el estado catastrófico allí arriba. Jadeando, el cordobés se detuvo unos segundos para beber agua y observar su obra. Al haber apilado las bolsas cerca de la puerta, el espacio de repente parecía más grande, y su estado había mejorado enormemente. Pero aún debía encargarse de su principal preocupación y una de sus pasiones ocultas: las plantas.

Pablo se inclinó junto a las macetas y hundió las manos en la tierra, buscando los límites de las raíces.

- A ver, chiqui...- le habló a una de las plantas con cariño, como si fuese un bebé- Te voy a correr un ratito, no te estreses, ¿dale?

Con delicadeza fue removiendo los tres enormes malvones, quitando las raíces secas, recortando sus bases podridas y arrancando las hojas muertas de los tallos, a los que enjuagó con un poco de agua. A Pablo le gustaba la jardinería desde pequeño ya que solía ayudar a su madre con las plantas de su casa; al principio se quejaba porque le parecía algo aburrido, pero con el paso del tiempo, terminó siendo él el encargado de las flores. Sabía sus tipos, las épocas de transplante, los tratamientos contra los pulgones, cómo rescatarlas si estaban en mal suelo, por lo que esa actividad era conocida para él.

Mientras terminaba de palear tierra buena sobre el segundo malvón, en la radio comenzó a sonar "Arrancármelo" de Wos.

- Y no tengo pensado hundirme acá tirado...- canturreó Pablo, ensimismado. Había escuchado esa canción solo un par de veces, pero realmente le gustaba.

Mil flores para un boludo [Scaimar]Hikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin