Capítulo 4: Que nos devore el incendio

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Habían pasado varios días desde la conclusión del juego del amigo invisible, desde la danza desenfrenada del director técnico de la Selección y su ayudante, y para Pablo era cada vez más difícil ignorar el cóctel de sensaciones que lo invadían. Tener a Lionel cerca (para su mala suerte, parte esencial de su trabajo) era una perdición constante, ya que su estómago se retorcía, su corazón comenzaba a latir más rápido, su rostro se encendía, y muchas veces le costaba volver a tierra firme porque su cabeza, totalmente ciega a la lógica, se centraba solo en él.

Quizás la demostración más evidente de que el asunto se le estaba yendo de las manos, fue en una de las reuniones del cuerpo técnico, en la que estaban discutiendo sobre posibles esquemas para los primeros partidos del mundial. Pablo había hecho su mejor esfuerzo para concentrarse en la conversación, pero bastó que dirigiera la vista en dirección a Lionel para que todo se fuera por la borda. De repente sus ojos rebalsaban de tantas cosas que mirar: esas manos grandes tomando el marcador y dibujando flechas sobre la pizarra, el hoyuelo que se formaba en su mejilla, cómo subían y bajaba su pecho fornido antes de respirar para contestarle a Walter, cómo se pasaba los dedos por el pelo, su forma de hablar, su puchero pensativo, las arruguitas que rodeaban sus ojos, su mirada atenta...

- ¿Pablito? ¿Estás bien?

El coro celestial que sonaba en sus oídos se detuvo de repente, como si hubieran quitado el disco del reproductor. El cordobés parpadeó con pesadez, viendo cómo en su campo visual teñido de rosa aparecía el rostro de Roberto mirándolo fijo. "¿Eh?". Estaba en una reunión de trabajo.

La vergüenza recorriendo cada parte de su cuerpo lo sacó automáticamente de su ensoñación con olor a Sugus de frutilla. "¿Por qué Dios me hizo nacer tan gil?".

- Mejor que nunca, ¿por?- contestó descaradamente con un hilo de voz.

- Hace rato que estás medio ido y rojo, ¿no tendrás fiebre?- se preocupó su amigo.

- Nah, Ratón, no creo- restó Pablo, buscando disimular- Seguro es el calor, no te preocupes.

Definitivamente, pensó, era un rematado imbécil. Estaban a principios de Septiembre, la temperatura ni siquiera había pasado los treinta grados.

Y en esa sala no había calefacción hace una semana porque la estaban arreglando.

La estupidez de su excusa lo estaba dejando al desnudo, pero si se dio cuenta o no, su compañero no lo demostró.

- Bueno, cualquier cosa decime, ¿sí? No te quedes al pedo porque te va a hacer mal.

El hombre asintió, sintiendo una oleada de cariño hacia Roberto; aunque no tenía idea de lo que estaba pasando en su revolucionada mente, no dejaba de preocuparse por él. Suspirando, Pablo se acomodó en la silla y se alborotó el pelo, decidido a prestar seria atención en lo que le correspondía el resto del día.

Desafortunadamente, era una tarea más difícil hecha que dicha.

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Esa misma tarde, el cuerpo técnico iba a reunirse con varios jugadores de reserva de los cinco grandes, buscando conocer el talento de los mismos y evaluarlos como opciones para suplencias en la copa del mundo. Haciendo uso de toda su fuerza de voluntad, Pablo se había obligado a no mirar a Lionel y a ponerse lo más lejos posible de él físicamente, pegándose a Walter. Su plan había dado frutos, ya que pudo hablar con los jugadores, hacer un juego de caldeamiento con ellos para descontracturar el momento inicial y, respaldado por Roberto, proponer una ronda de penales para ver su forma de patear al arco.

Mil flores para un boludo [Scaimar]Where stories live. Discover now