Capítulo 3: Amigo invisible

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Para hacer más entretenidas las cosas y no sobrepasarse de trabajo, Roberto, poseído por el espíritu del eterno estudiante de secundaria, había propuesto jugar al amigo invisible entre el personal de la AFA. Había sido difícil convencerlos a todos (particularmente a Chiqui Tapia, quien decía que estaban "muy viejos para esos trotes"), pero después de mucha insistencia y ojos pedigüeños, habían accedido. Complicando aún más las cosas por puro gusto, Roberto había puesto una regla: solo podían hacerle un único regalo a la otra persona, sin pistas escritas, y con eso ya debían adivinar quién era el realizador del presente. Aunque parecía un castigo (y ciertamente lo era para muchos), para Pablo era una ventaja increíble.

Porque había resultado ser el amigo invisible de Lionel.

Y sabía exactamente qué le regalaría.

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La parte más difícil de su presente fue convencer a Mariana, la jefa de limpieza del edificio, de que le diera la pala que habían usado en la restauración de la terraza.

- Dale, Mariana, por favor- casi suplicó el cordobés, juntando las manos en forma de rezo- Es importante.

- Yo te la doy, pero después te arreglás vos con el jefe- replicó la mujer, con un marcado acento mendocino- Mirá que me lo descuentan del sueldo a mí.

- Compro una pala nueva, te lo prometo, pero esta me la tengo que llevar.

- ¿Por qué justo esa? Si se puede saber, eh.

- Es un regalo... para mi amigo invisible.

Mariana arqueó las cejas con suspicacia, mirándolo como si lo escaneara con rayos X.

- Te tocó Scaloni- adivinó sin esfuerzo.

- Sí, ¿cómo sabés?- respondió Pablo, avergonzado por ser tan obvio.

- Intuición- se defendió la mendocina, poniéndole la pala en la mano- Andá, dale, llevátela. Y después me traés la nueva, eh.

- ¡Gracias, Mariana! No te voy a fallar.

Con una sonrisa feliz y sintiéndose victorioso, Pablo se alejó de la cocina y corrió con el objeto escondido en la campera, cuidando que nadie más lo viera. Ya en su habitación, mientras metía la pala debajo de una pila de mantas, se encontró con una sorpresa en la que no había reparado antes. Sobre la colcha azul de su cama, solitario y resaltando en el medio de ese océano de tela fría, había un pequeño caracol blanco.

Pablo parpadeó varias veces, riendo. Ese caracol convocaba un recuerdo automático, uno rodeado por arena, el ruido del mar y la luz de un atardecer anaranjado: el día en que la propuesta de formar parte del cuerpo técnico de la Selección había llegado a su vida. "Vos estás loco"  había pronunciado el cordobés, impactado; "tampoco es que vos estés muy sano"  fue la respuesta de un pujatense alto y de ojos oscuros.

Por esas casualidades del destino, su amigo invisible había resultado ser correspondido.

"Qué poco sutil que sos."

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El final del juego se dio a la semana siguiente, en un asado multitudinario. Cada participante tenía que llevar un presente final para su amigo invisible, el cual entregarían luego de revelarse ante él. Contrario a lo que le debería haber dictado su genética cordobesa, amante del fernet y cuartetera, Pablo no disfrutaba mucho de las fiestas y la acumulación de gente, pero sabía que tenía que estar allí para recibir el regalo de Lionel, y también quería ver si su compañero lo había reconocido. "Si no se dio cuenta, juro que lo mato" pensó el hombre mientras atravesaba los pasillos.

Mil flores para un boludo [Scaimar]Where stories live. Discover now