Paula. Junio, seis meses antes

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Entro en la habitación y me tumbo en la cama boca abajo.
Ya ni recuerdo las veces que he visualizado este momento a lo largo del día.

Cojo un cojín, pego mi boca a él y grito con todas mis fuerzas.
Una vez, dos veces, tres veces. Tengo las mejillas mojadas y aunque apenas noto las lágrimas bajar por mi rostro sé que lo tengo empapado.
Vuelvo a gritar.
Me quema la garganta.
Me quema el cerebro.
Me quema el corazón.
Me arde el alma.

Sé que debería estar más que acostumbrada a estas alturas, pero no puedo más. Y lo digo muy enserio, no-puedo-más.
No soporto sus burlas, no me acostumbro a sus humillaciones.
Solo quiero ser invisible.

Sé que he llegado a mi límite... y lo sé porque tengo ganas de tirarme del pelo y de arañarme, otra vez. Me siento exactamente igual que hace un año y me molesta pensar que el tiempo, las terapias y mis esfuerzos no han servido para nada.

Que soy débil e influenciable, que me afecta lo que piensen y digan de mí. Siento que voy a explotar de rabia y tengo la necesidad de proporcionarme un dolor físico que sea proporcional al dolor emocional que siento.

Me da miedo pensar así y me avergüenza compartirlo con alguien, ni siquiera yo sé lo que pienso de mí misma.

"Me llamo Paula, tengo 16 años y llevo años sufriendo acoso por parte de mis compañeros de instituto". - eso fue lo que le dije a mi psicóloga el año pasado, y hoy podría seguir presentándome de la misma manera, aunque tengo un año más, claro.

Me levanto de la cama y enciendo el ordenador, me siento desbordada y de verdad, no quiero hacerme daño, no quiero preocupar a mi familia otra vez y en el fondo soy consciente de que esta situación no es nada justa para mí. Tecleo rápido y sin pensar demasiado, aunque la idea lleva meses formándose en mi cabeza, desde que la Sra. Flor habló de ello en una de sus clases.

Escribo en el buscador "Programas de intercambio de estudiantes" y la pantalla se llena de resultados.
Pienso en Carla, mi mejor amiga. Bueno, en realidad, mi única amiga. Nos conocimos cuando teníamos cinco años y desde entonces hemos sido inseparables. Somos muy diferentes, pero nos entendemos a la perfección y eso no ha hecho que nos queramos menos. Ella tiene más amigos además de a mí, porque que es mucho más extrovertida y porque no le gustan las cosas raras.

Me explico. Yo no me considero rara, al menos, no antes.
El problema es que a veces cuando nos repiten tanto una cosa, consiguen que nos la creamos.

Mi madre siempre dice que tengo mucha personalidad, para mi desgracia si se permite mi opinión. Yo no entiendo por qué dice que el mundo no está preparado para ello, y ella no entiende que soy yo la que no está preparada para el mundo.

Mamá dice que lo fácil es hacer lo que se espera de nosotros, ser quienes desean que seamos, no salirse de la línea y un montón de cosas más. Yo creo que lo dice para animarme, porque para mí no es nada fácil ser quien esperan que sea.
Lleva años repitiéndome que es de valientes no renunciar a nuestra esencia, a lo que nos gusta, a lo que nos hace felices.

Yo no quiero ser valiente, quiero ser feliz. Quiero caminar por los pasillos del instituto sin que me empujen, sin que se rían, sin que cuchicheen sobre mí. Quiero abrir la taquilla sin miedo a encontrar una nota, cruzar los pasillos sin miedo a que esté pegada una foto mía y permitirme tener redes sociales como cualquier persona de mi edad.
Quiero poder seguir cosiendo mi propia ropa porque me gusta más que la de las tiendas, y poder decir en voz alta que me gusta la poesía y las películas en versión original.
Y quiero hacer todo eso y muchas cosas más sin que me hagan sentir menos válida, menos capaz, menos merecedora del cariño de alguien. Quiero ser simplemente yo y aunque lo he intentado siento que aquí no voy a encontrar las fuerzas para hacerlo nunca.

Somos lo que intentamos Where stories live. Discover now