Massimo. Agosto, cuatro meses antes

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Greta está dando saltos por el salón mientras dice que la familia García es perfecta.

Su madre la riñe porque está descolocando todos los cojines del sofá, pero su fachada no aguanta mucho y enseguida se empieza a reír junto a mi hermana, y yo no puedo evitar pensar que los años no han cambiado mucho a Greta, de hecho, no la han cambiado prácticamente nada, porque ríe y salta con la misma ilusión y fuerza con la que lo hacía cuando tenía cuatro años.

Hace un mes nos dijo que quería participar en un programa de intercambio para estudiantes y todos la apoyaron menos yo.

Tengo diecinueve años y llevo los últimos diecisiete cuidando de Greta. Desde que ella nació pase de ser uno solo para ser dos, mitad ella, mitad yo. No soy capaz de recordar ni un solo momento de mi vida en el que Greta no esté presente.

Porque Greta estaba a mi lado la primera vez que pisé el mar, y cuando mi padre me enseñó a montar en bicicleta. Greta estaba ahí cuando aprendí a jugar a las cartas, cuando aprendí a leer, cuando me partí el labio por correr demasiado rápido. Estuvo ahí cuando entregué mi corazón por primera vez y también cuando me lo devolvieron hecho pedazos.

Y yo no quería protegerla de la vida ni meterla en una burbuja, bueno, en parte sí, pero sabía que eso no era justo ni racional.

Lo que yo he querido siempre es estar a su lado cada vez que la vida nos desprotegía a ambos, simplemente estar cerca de mi hermana para abrazarla y asegurarle que todo iría bien.
Y eso no podía hacerlo a dos mil kilómetros de distancia. O, mejor dicho, no sabía hacerlo y me acojonaba la idea y mucho más reconocerlo en voz alta.

Asi que para mí fue más fácil echarle la culpa a Greta y reprocharle que se marchara dejándome completamente solo. Porque mi hermana era lo que me ataba a la vida literalmente y yo quería aferrarme a ella. Porque Greta estaba llena de sueños y tenía miedo de que alguien se los rompiera.

- ¡La señora García es adorable, Paola os va a parecer un amor y yo me voy a llevar genial con Aura! – ella intentaba ponerle melodía a esa frase, pero le estaba quedando raro.
- ¿Puedes dejar de repetir lo mismo como si fueses un loro? – dije buscando acabar con su buen humor.
- Hermanito, porque te conozco, sino pensaría que eres un amargado- intenta picarme ella.
- Parece que la amargada seas tú, huyendo de todos nosotros- sí, lo sé, a veces soy un poco ogro.
- ¡Sabes que no es asi! – Greta deja de saltar y me dedica una mirada que logra hacerme sentir un poco mal, pero solo un poco- Mass... os quiero, muchísimo. Pero viajar me hace feliz y más si con ello puedo descubrir nuevas personas y culturas. No quiero tener ochenta años y que lo que no he hecho me pese como una pata de elefante sobre los hombros ¿lo entiendes? – pongo los ojos en blanco porque mi hermana es experta en dramatismo.
- ¡Tienes razón hija, di que sí! Que estas espaldas después no aguantan eso. Ay si yo pudiera volver a tener tu edad, cuantas cosas de mi vida cambiaría... - perfecto, la abuela se acaba de proclamar su aliada, ahora sí que no tengo nada que hacer.
- ¡Lo ves! Mass... venga, cambia esa cara. Deberías alegrarte por mi- y sé que tiene razón en cuanto lo dice- te voy a llamar cada día, será casi como si estuviera aquí. Y piensa la cantidad de aventuras que voy a vivir y compartir contigo, ¡que en este pueblo nunca pasa nada! – Greta me da un codazo y levanta las cejas, como si de verdad me estuviese ofreciendo un tesoro cuando sabe que no hay persona menos cotilla en la faz de la tierra que yo, me importa bien poco lo que les pase a los demás y lo que hagan con sus vidas- además, vas a vivir con una chica guapísima, quién sabe si...- empieza a reírse porque sabe que ha tocado hueso.
- No digas tonterías Greta, sabes que nada compensa tenerte tan lejos y ya te he dicho que poco me interesa esa chica, es una intrusa- añado bastante molesto.
- Mass... ni siquiera has querido unirte a las videollamadas que hemos hecho con ella y con su familia para presentarte, me ha dado tanto apuro que he tenido que terminar diciéndole que estabas fuera del pueblo, de vacaciones- me dedica una mirada triste.
- Ya os he dicho que no me interesa conocerla, y te advertí desde el primer momento que yo no iba a involucrarme en esto.
- Pero ¿no ves que es una tontería? ¡vivirá aquí! ¡claro que tendrás que conocerla! Paola es muy buena chica, os llevareis bien- dice mi hermana muy convencida.
- Greta, no agobies a tu hermano, ya sabes lo cabezón que es- no puedo evitar poner los ojos en blanco al oír a Fiorella decir eso- tú no te preocupes, seguro que todo va bien una vez que Paola se haya instalado, es cuestión de tiempo- y no vuelvo a poner los ojos en blanco porque voy a acabar dándoles la vuelta.
- Lo que vosotras digáis... - respondo mientras camino hacia el jardín, necesito un poco de aire fresco.

Pero el clima en pleno agosto es tan agobiante como la situación y la verdad, no me despeja en absoluto.
Ahora mismo soy una mezcla de sentimientos de la que no me siento para nada orgulloso. Por un lado, sé que estoy siendo inmaduro y egoísta. Por otro, siento que nadie me entiende y que todo está a punto de romperse.
Otra vez.
Y otra vez yo no puedo hacer absolutamente nada más que quedarme quieto y esperar.

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