Massimo-Septiembre, tres meses antes

10 2 0
                                    


En unas horas Greta estará volando en un avión.
Y no para pasar un fin de semana lejos de aquí, ni una semana, ni tampoco un mes, no.
Se va nada más y nada menos que un año.

Llevo intentando procesar esta información durante las últimas semanas y parece ser que es pedirle demasiado a mi cerebro.
Y sé que debería sentirme feliz por ella, pero no paro de pensar que mi casa está donde esté Greta.

Me llegan las risas de su habitación, Anna y Marcelo han venido a visitarla para despedirse. Anna es su mejor amiga, se conocen prácticamente desde que nacieron, nuestra familia es cercana a la suya desde hace décadas.
Bueno, en realidad aquí solo existen dos alternativas de relación con las personas: amigo o persona poco afín, por decirlo de una manera suave. El "no le conozco" no es una opción en un pueblo pesquero de apenas doscientos habitantes.

El caso es que Greta y Anna se conocen desde que ambas tienen uso de razón y se adoran.
Marcelo llegó más tarde, pero no por ello es una parte menos importante en ese trío.
Hubo una época en la que Gre y él salieron juntos. Si le preguntas a Marcelo, te dirá que por aquel entonces no sabía que le gustaban únicamente los hombres. Mi hermana asegura que su amigo siempre le ha parecido atractivo, inteligente y buena persona, pero mantiene que nunca lo ha podido ver como algo más y que aquello fue más bien fruto de la impotencia que le causaba ver cómo su amigo no lograba aceptarse ni encontrarse a sí mismo. Greta cree que aquella relación fue una especie de empujón y aunque al principio me pareció una locura y puse en duda su ética moral como amiga, hoy en día yo también lo creo.
Marcelo nunca supo nada del plan original de Greta y en su día yo juré que por mi parte iba a seguir siendo así.

El caso es que no me extraña en absoluto que Anna y Marcelo estén tan felices por mi hermana pequeña, porque la adoran y bien sé que ellos comparten los logros y los fracasos de cada uno como si literalmente fuesen de los tres, ya sea llorando desconsoladamente o montando la mayor fiesta, que es lo que está pasando ahora mismo en esa habitación.
Me molesta sentirme irritado, pero juro que no puedo evitarlo. He intentado convencer a mi hermana durante los últimos dos meses para que no se vaya y no ha funcionado absolutamente nada. Hasta le prometí convencer a sus, bueno... a nuestros padres para que le comprasen una moto.

Subo a mi habitación y doy un portazo que nadie escucha, porque la casa está en parte vacía y mi hermana está muy metida en sus cosas. Pero me hace sentir mejor, para qué negarlo.
Mi mente viaja nueve años atrás y me veo en el mismo punto que entonces, siendo un niño frustrado que no sabe qué hacer con sus emociones y está enfadado con el mundo.
Y ya no sé si mi enfado es con Greta por marcharse o conmigo mismo por no saber gestionarlo.

No sé qué hora es porque he empezado a leer y siempre que lo hago pierdo la noción del tiempo, pero me acerco a la ventana y veo el coche familiar en la entrada, lo que me indica que Fiorella ha llegado del trabajo.

Bajo las escaleras y la encuentro junto a mi hermana en el sofá, se están dando mimos. Les encanta abrazarse y acariciarse las palmas de las manos mientras ven la televisión, y a mí me encanta mirarlas porque esa escena guarda tanto amor que en el fondo me proporciona más paz que envidia.

- Pensaba que ibas a quedarte encerrado hasta la hora de marcharnos- Greta usa un tono acusatorio al decirlo. No la culpo, sé que ha intentado ser paciente conmigo y que a unas horas de su marcha le duele que mi actitud sea la misma que la del primer día- pero veo que te has dignado a salir de la cueva.
- Greta, quiero que vayamos a un sitio antes de que te vayas.

Camino por el pueblo con mi hermana, las calles son empinadas y como estamos bajando en apenas unos minutos llegamos a nuestro destino.

- No has querido pisar esta playa conmigo en todo el verano- la voz de mi hermana suena triste y me reprendo por ello, porque sé que soy el responsable.
- No sé si lo recuerdas con tanta claridad como yo, pero esta playa nos unió para siempre- inspiro para armarme de valor porque recordar aquel día nunca es fácil para mí- nuestros padres nos trajeron a pasar el día, recuerdo que era domingo y que hacía muchísimo sol- Greta está mirando el horizonte y la brisa le revuelve los mechones oscuros de su pelo- tú querías meterte al agua y darte un baño, jugar con las olas, pero a mí no me apetecía porque quería construir el castillo de arena más grande que alguien hubiese visto jamás. Yo tenía nueve años y tú siete- Greta me mira directamente a los ojos, le tiembla la barbilla y yo entrelazo mis dedos con los de su mano- estábamos en la orilla y me dijiste que si no te acompañaba te irías al agua tú sola. Yo no te hice caso porque pensaba que eras una niña caprichosa y malcriada, y tú, como siempre, me leíste la mente y antes de que yo dijera nada me dijiste que tú no necesitabas a nadie, que querías ir conmigo, pero podrías hacer todo lo que te propusieses sola: jugar con las olas, bañarte en el mar, ¡aprender a bucear incluso! Seguí construyendo mi castillo y tú te marchaste. No avisé a nuestros padres porque no quería que me obligasen a meterme en el agua para hacerte compañía o cuidar de ti. De vez en cuando levantaba la mirada hacia el agua, buscándote. Tú llevabas un bañador de color amarillo y no era difícil distinguirte- vuelvo a coger aire porque lo que viene a continuación todavía me afecta demasiado- pero de repente dejé de verte Greta. Ya no estabas. Fueron cinco segundos, diez, no más... acababa de verte y de pronto, ya no te veía. Recorrí el mar con la mirada desesperado, y vi cómo te esforzabas a lo lejos por salir a la superficie. Mi mundo se paró. Se paró literalmente, Greta. Corrí tan rápido hacia el agua que arrasé el castillo que acababa de construir con tanto esfuerzo y al que le llevaba dedicando toda la tarde porque en aquel momento me daba absolutamente igual, me daba lo mismo.
Nunca he escuchado a mi corazón latir tan fuerte, ni siquiera al año siguiente de eso, cuando...- me detengo durante unos segundos porque siento que voy a romperme- aquel día, después de la bronca de nuestros padres y de que aquel socorrista nos sacara a los dos del agua- porque yo también estuve a punto de ahogarme intentado salvar a mi hermana- me juré a mí mismo que nunca más me iba a alejar de ti, que nunca te iba a dejar sola frente a un peligro y no te negaría mi compañía porque realmente la tuya era lo que a mí me hacía feliz. Ese día descubrí que ni el castillo de arena más grande del universo me llenaba de la manera en la que me llenaba que tú quisieras estar siempre a mi lado. Y entendí que cuidarte nunca sería una obligación, sino un regalo- no sé en qué momento había empezado a llorar, pero notaba el sabor amargo de las lágrimas en las comisuras de mis labios- no sé hacer otra cosa Greta, no quiero hacer otra cosa que no sea estar a tu lado y desear que las olas nos pillen juntos porque siento que es la única manera de romperlas a ellas y que no sean ellas las que nos rompan a nosotros.

You've reached the end of published parts.

⏰ Last updated: Jun 23, 2023 ⏰

Add this story to your Library to get notified about new parts!

Somos lo que intentamos Where stories live. Discover now