Capítulo 3: Bartolomeo.

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Dexter

Anoche, antes de acostarme, lo hice con una sonrisa y un sentimiento de adrenalina en el pecho. Pensé en todos los posible escenarios con los que podría encontrarme hoy. Aunque en realidad solo hay dos: encontrarla o no encontrarla. Me levanto de la cama y en el momento que pongo los pies sobre el suelo, me doy cuenta del malhumorado clima. Tomo mi celular para revisar el alcance del vlog que subí ayer, mientras camino de forma pesada hacia la ventana. En definitiva, al echar un vistazo detrás de las cortinas de mi habitación, puedo ver nubes. Nubes oscuras. Bostezo.

Ni siquiera necesito abrir la ventana para corroborar que el día es tan gélido como se ve. Me estaba olvidando de que el invierno aún no ha terminado.

Dejo el teléfono sobre el escritorio, arrastro mis pies hacia el despertador incesante y lo apago con un golpe.

8:30 a.m.

Tal vez la palabra sábado y la hora no concuerdan, pero hoy pienso hacer algo fuera de mi rutina. Paso una mano por mi cabello vuelto un nido de aves y me siento en el borde de la cama a mirar como un pequeño bicho intenta trepar por mi lámpara de noche. Una sonrisa diminuta se enarca en mi labios. Decido meterme a la ducha.

Minutos después me encuentro en la cocina tratando de encontrar algo para desayunar. Me preparo un sándwich mediocre y lo lanzo dentro de la mochila junto al abrigo de la chica, la GoPro y mi teléfono. También meto una banana, una botella de agua y un barra energética que encontré escarbando en el refrigerador. Me sirvo un poco de jugo en un vaso y me lo tomo de un solo trago.

—¿Qué se supone que haces? —escucho la tersa voz de mi abuela aparecer en la cocina. Dejo el vaso sobre la isla y le doy una mirada.

De seguro se despertó con el ruido que hice al caer por la escalera, después de que intentara colocarme mis zapatillas deportivas y bajar los escalones al mismo tiempo. Lleva puesta su típica bata de los sábados en la mañana la cual sostiene con ambas manos sobre su pecho, como si en cualquier momento se le fuera a caer.

—Yo... voy a salir a hacer ejercicio —me excuso.

—¡¿Ejercicio?! ¿Tú? —suena horrorizada al inicio, pero luego suelta una carcajada— ¿Desde cuándo haces ejercicio? ¿Acaso no has visto cómo está el clima? Además, no recuerdo haber visto a alguien haciendo ejercicio con dos sudaderas, unos jeans, un gorro y guantes —apunta a cada una de mis prendas.

—Oye, eres muy crítica —acuso por lo bajo mientras intento cerrar la cremallera de mi mochila. La cuelgo de mi hombro y comienzo a acercarme a ella.

—Dex, ¿me vas a explicar a donde pretendes ir un sábado a esta hora con una banana en tu mochila?

—Quedé con Lywn temprano. Vamos a vandalizar el pueblo. Ya sabes, lo típico de los sábados en la mañana. Ya que no lo dejas entrar a la casa, vamos hacer como... una protesta —me encojo de hombros. Ella me dedica una mirada furtiva, llena de desacuerdo—, sí, una protesta hacia ti. Me dijo que piensa escribir «Marissa, perdóname» en todos lados con aerosol. Así que yo tú, lo pensaría muy bien.

—Pues dile a ese holgazán que no me interesan sus disculpas. ¿Sabes quién me regaló esa vajilla? ¡Margaret!

—¿Quién es Margaret?

De inmediato me arrepiento de haber preguntado.

—Una amiga que conocí en el departamento de damas de un almacén, me la dio para mi cumpleaños, aún recuerdo...

Me acerco a ella y la rodeo con mis brazos para luego depositar un fuerte beso en su rugosa mejilla. Ya recuerdo de donde saqué esa afición de no olvidar las cosas.

La Energía Entre NosotrosWhere stories live. Discover now