Capítulo 7

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El viaje prosiguió en un silencio interrumpido ocasionalmente por un balbuceo ininteligible del dragón y su respiración pesada. Miyabi llevó el coche a la velocidad máxima que evitaría que los detuviesen, pero que estaba ligeramente por encima de lo permitido. Al cabo de unos minutos sus orejas captaron como los drones iban hacia el distrito que estaban abandonando mientras él tomaba la desviación hacia su destino y suspiró con alivio.

Transcurrido un tiempo, la vista de los edificios con sus cables entrelazados y su gente variopinta se le empezó a hacer familiar. Al llegar a la zona del río, Miyabi aparcó en un descampado solitario, no muy lejos de donde Ryo tenía su garaje. Bajó del coche y abrió la puerta del copiloto, quitando el cinturón al dragón. Con suavidad, volvió a intentar que este reaccionase:

—Ryo... —le volvió a quitar otro mechón de la cara. Se mordió el labio cuando volvió a tocar la temperatura tan alta que tenía—... Ryo. Aguanta un poco más y estamos en tu casa, ¿vale? —se pasó un brazo por detrás del cuello y lo ayudó a salir del coche.

—¡Ngh! —El dragón apretó las mandíbulas y masculló. Le temblaban las rodillas, las manos, todo el cuerpo. Parecía que moverse le costara una barbaridad.

—¿Qué hacemos con el coche?— preguntó Miyabi mientras empujaba la puerta de este con el culo para cerrarlo.

—Déjalo, aquí... No lo buscarán... Por ahora...

Asintiendo y con esfuerzo, el tigre ayudó a Ryo a caminar mientras éste se apoyaba también en las paredes, barandillas y farolas que se encontraban. Por suerte la zona de los garajes de Ryo se encontraba cerca de un muelle de carga, así que no encontraron demasiada gente por el camino. Miyabi notó progresivamente cómo Ryo perdía estabilidad y sus pasos se volvían cada vez más rígidos a medida que avanzaban. Las gotas de sudor que perlaban su piel y humedecían su pelo caían al suelo a medida que andaban, y bajo su piel y sus escamas los tendones estaban tensos como cables de acero.

Al llegar al garaje, Ryo dio la orden a Kassy de retirar el sistema de seguridad y Miyabi se apresuró a abrir la persiana. Las luces se encendieron automáticamente al activarse los sensores de movimiento.

—Túmbate. Intentaré llamar a Søren, quizá él conseguir agua y medicamentos...

—Está... Bien... —jadeó Ryo, apoyado en la entrada del garaje—. Vete... Ya... Me ocupo yo...

Miyabi asintió sin una pizca de convencimiento y, mientras iba despejando el camino hacia la cama comentó en voz alta:

—Dame un sólo un momento que te hago un camino hasta la cama... Kassy, mientras lo hago, ¿podrías llamar al doctor Søren por mi?

—Negativo. Esos contactos no figuran en tu lista, y están vetados en mi base de datos —respondió la asistente.

—Esos números... Son privados... —El tono irritado en la voz de Ryo casi sonó como si se hubiera enfadado. Mas por la forma en la que se agarraba el vientre y se doblaba ligeramente hacia delante Miyabi entendió que se debía a lo mal que se encontraba—. Y he dicho... Que ya me ocupo yo... Tú... tienes que irte ya... —Fue una orden que sonó a súplica.

Una punzada de dolor estrujó violentamente el corazón de Miyabi y este cerró los puños mientras se daba la vuelta y le dedicaba una dura mirada. No dijo nada, pero sus labios, normalmente voluminosos, estaban cerrados en una fina línea y su postura corporal delataba su tensión. Dio una pequeña patada algo que ni miró para terminar de despejar el camino y se dispuso a salir del habitáculo a buen paso. Intentó ignorar el olor y el calor que desprendía el dragón. No era momento en pararse a pensar en lo invitador que le resultaba, en sus propios latidos desbocados o cómo parecía tener algo de fiebre de nuevo. Las lágrimas fluyeron hacia sus ojos. Intentando mantener la voz clara, murmuró escuetamente:

BIO·FERAL | Red de EnigmasWhere stories live. Discover now