Capítulo 2.

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La calidez que emanaba Harry me envolvió por completo y, de alguna forma, me brindó una pizca de confianza. Tan solo una pizca, pero lo suficiente como para que me animase a, por lo menos, mirarle a los ojos. El color verde esmeralda de los mismos, el brillo con el que me miraban y la vida que demostraban, me provocó algo inefable. Desprendía bonhomía por los poros.

— ¿Jane? —Pronunció aquello con tal delicadeza que me despertó del ensimismamiento en el que me había metido.

Parpadeé unas cuantas veces seguidas y me percaté que lo había dejado hablando solo. Mis mejillas se tiñeron de carmín, y no confié en mi voz para disculparme.

— Vaya, despertaste —sonrió, y pude jurar que hubo una pizca de burla en su tono. —Por la intensidad con la que me mirabas, creí que prestabas atención.

El atrevimiento con el que pronunció aquellas palabras provocó que el arrebol de mis mejillas se intensificara todavía más. Desvié la mirada, intentando desviar al mismo tiempo su atención hacia mis mejillas sonrojadas; sin éxito alguno.

— Así que... ¿en serio no hablas? —Preguntó, a la vez que se sentaba y acomodaba a su gusto en una de las sillas de plástico. Imité su acción, suspirando y cayendo en la cuenta de que debía hablar. Debía decir algo.

Las manos comenzaron a temblarme, como de costumbre, su constante contacto visual comenzó a agobiarme, y me encontré a mí misma balbuceando en silencio, sin saber qué decir.

— N-no es eso, e-es sólo que... —paré de hablar al momento en el que me di cuenta que 1, mi tartamudeo no pararía y 2, no sabía cómo dar por finalizada la frase. No sabía cómo explicarme.

— Te da pena, ¿no? —Preguntó, con cierta ternura hacia mí.

— S-sí... e-es decir... —volví a parar y negué con la cabeza. Solté un bufido casi inaudible, sintiéndome totalmente avergonzada y frustrada. ¡No podía ni formular una simple frase!

— Oye... está bien, ¿sí? —Intentó calmarme. —Respira y habla conmigo, no voy a morderte. —Aunque entendía que lo había dicho con el fin de hacerme sentir mejor, me había cansado de escuchar aquella frase.

Lo único que quería era estar en silencio, mas aquello resultaba mucho pedir. Y agregando el hecho de que no podía siquiera pedirlo...

— Hablemos de ti, ¿qué te parece? —Propuso, mostrando uno de sus hoyuelos al sonreírme de lado. Me obligué a sacar valor de algún lugar recóndito de mi ser, pero resultó inútil, ya que no había valor en ningún lado.

Debido a mi actitud, temía que Harry terminase perdiendo la paciencia conmigo. Y, aunque ya me lo esperaba, no podía evitar sentir decepción de mí misma. De todos modos, hablar conmigo era como hablar solo.

Nunca me había gustado hablar de mí misma. Nunca sabía cómo comenzar y, cuando lo descubría, no sabía cómo terminar.

— Estoy yendo demasiado rápido, ¿verdad? —Me preguntó, aunque sentí que se lo preguntaba más bien a sí mismo. Asegurándome que sus ojos seguían clavados en mí, asentí levemente con la cabeza. Revolviendo la comida y haciéndola puré, decidí que el apetito se había esfumado, y que no volvería pronto.

— Será mejor que... —señalé mi bandeja y luego hacia la cafetería, donde una mujer se encontraba aún sirviendo el almuerzo a aquellos que habían llegado con retraso. Mentalmente, me felicité por, al menos, no haber tartamudeado.

— Oh, sí, claro —me contestó con amabilidad, volviendo a dedicarme una sonrisa que no me merecía. Sentía que había sido grosera con él, mas no tenía idea de dónde sacar las palabras para hablar. —Nos vemos... mañana.

Aquella pequeña duda con la que había pronunciado aquella última frase hizo que una cierta inseguridad brotase dentro de mí, como si no pudiese asegurarme de que lo que decía, lo decía en serio. Me despedí con un ademán de manos algo tembloroso y me levanté de la mesa con lentitud. Le sonreí con timidez y esperé que mis disculpas se transmitieran a través de la misma.

Caminé hacia mi destino, dejé la bandeja donde debía y salí de allí.

Como de costumbre, el sentimiento de impotencia se apoderó de mi pecho, causándome cierto dolor. Me daba impotencia saber que la única persona que podía cambiarme, resultaba ser yo misma. Y aquel sentimiento aumentaba al caer en la cuenta de que no podía. No tenía la suficiente valentía ni viveza para cambiarme. De cualquier manera, ser capaz de gritar a los cuatro vientos sin sentir remordimientos no era algo que podías cambiar de la noche a la mañana.

Suspiré y caminé hacia mi taquilla, memorizando el patrón de las baldosas algo sucias y viejas. Volví a esconderme tras la puertecilla y agarré los libros y cuadernos que necesitaría para la siguiente clase. Al colocarlos sobre mi pecho como de costumbre, volteé decidida a comenzar a caminar de nuevo, mas una masa corporal me impidió el paso.

— Hola, de nuevo —sonrió Harry Styles, apresurándose a seguir con su camino.

— Hola... —susurré para mí misma una vez que pasó de largo.

Sentí unas ganas incontrolables de patalear y regañarme a los gritos. Había momentos en los cuales me encantaría montar una escena frente a todos, y quedar indiferente a los comentarios posteriores. Ser capaz de escupir todo aquello que pensaba sin sentir culpa ni vergüenza. Ser capaz de dejar de lado el acelero de mi corazón al percatarme de que las miradas estaban posadas en mí y sentirme orgullosa de llamar la atención. Y aquel sentimiento se volvía cada vez más inconmensurable que comenzaba a desesperarme.

Me encantaría decir que quería mostrarme tal cual era. Pero resultaba que, aquella era yo. Aquella chica a que se le calaban los huesos a la mera mención de su nombre, aquella a la que sus manos temblaban de por sí y aquella que se sonrojaba por estupideces. Todos los días, estaba mostrándome tal cual era: tímida, insegura y cerrada.

Podía decir que quería convertirme en otra persona.

De por sí yo era bastante complicada. Habían días en los que mataría por tener diez mil personas a mi alrededor, y otros en los que me bastaba mi sola compañía. Había momentos en los cuales quería salir a divertirme con amigos, tal y como otros en los cuales mis audífonos y libros resultaban más que suficientes. Ni siquiera yo entendía lo que quería, para ser honesta.

La rutina interminable de clases se repitió como cualquier día; en la clase de Historia nos la pasamos (se la pasaron) discutiendo acerca de la Revolución Francesa, y en Literatura el silencio reinó mientras mis ojos devoraban las palabras de Las Aventuras de Sherlock Holmes.

Al salir de la clase, solté rápidamente mis libros dentro de mi taquilla y me acomodé la mochila en los hombros, lista para caminar hacia el autobús e ir a casa, donde podría encerrarme en mí misma como de costumbre.

— Es como la enésima vez que te lo digo pero, hola, Jane —su tono de voz llamó la atención de algunas personas, las cuales observaron con cierta diversión la situación.

Volví a sentir el arrebol de mis mejillas prenderse, mientras Harry caminaba unos cuantos pasos hacia mi dirección. Bajé la mirada y memoricé el patrón de mis zapatos, los cuales comenzaban a moverse de arriba abajo como respuesta a mi pánico. Los susurros y murmullos no tardaron en pasar y pasar hasta llegar a quién sabe dónde. Las manos que cubrían las bocas de los estudiantes me pusieron nerviosa, y la manera en la que sus ojos apuntaban a mí mientras cuchicheaban aumentó mi pánico.

De alguna manera, el hecho de que Harry pusiese una mano en uno de mi hombros y levantase mi barbilla con el dedo índice de su otra mano, logró que mi corazón latiese con un poco menos de rapidez, mi temblor disminuyese considerablemente y viese sus ojos con claridad. El ver sus ojos me transmitía confianza, y logró calmarme.

— Hola —me susurró, y su sonrisa contagió a mis labios, los cuales imitaron su acción.




El chico del bus » Styles (editando)Where stories live. Discover now