Me conocías tanto y tan bien
qué decías que no temías perderme.
Que, sólo buscando el sonido de mi corazón, podrías encontrarme.Me convertiste a tu religión de flores marchitas,
de drogas de diseño y tonos psicodélicos
y acabé rezándote a falta de un dios
que me advirtiera sobre los peligros de la boca del lobo
y tus encantos.Me derramaste sobre tu pecho con cada lágrima fría,
con cada suspiro en vaho cargado de alcohol
y cada taquicardia tardía.Me buscaste las cosquillas y sacaste al monstruo que me habita,
y lo destruyó todo,
y se quemaron tus palabras,
y las letras,
y tus promesas,
y los acordes;
y se borraron tus historias,
y los recuerdos,
y tus firmas en mi lienzo.Y te cortaste los miedos
y se te desangraron los sentimientos.Me compusiste una canción —una balada igual de rota que su autor—
y la escribiste con pluma fina sobre mis caderas;
y la bailamos frente al espejo y la cantamos en la ducha.(Se emborronó cuando me limpié de ti).
Me paraste a punto de llegar,
detuviste mi reloj interno a mitad de latido
y se me oscureció el mundo cuando te bajaste de la nube tormentosa
y saliste por la puerta de atrás sin agachar la cabeza.Me invitaste a entrar en tu lúgubre morada
y me convenciste de que el amor no existe.Entonces me retaste a enamorarme de ti y salir ilesa
y yo acepté, porque soy una ilusa.
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A sus ojos verdes
PoetryA un par de pozos verdes sin fondo; la oscuridad más tentadora a la que jamás me había enfrentado.