Querido tú

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Hace tiempo te escribí una carta,
la carta de mi vida.

En ella te contaba todo sobre mí:
que soy la cosa más rara del mundo –para bien o para mal–,
que me gusta cantar en la ducha,
que soy una marmota y puedo dormir todo el día
y cuando me despierto parezco una furia,
que el negro es mi color favorito,
que me gusta el rock duro
y que debo ser la única persona del mundo
a la que no le gusta el olor de la lluvia.

Te dibujaba mi pasión,
me dibujaba en las diez mil líneas de lenguaje submarino de mi océano.
Mi lienzo de búsqueda constante de justicia,
mi amor incesable hacia la noche:
a la luna y a las estrellas,
a la oscuridad y sus garras.

Me retrataba desnuda frente a ti,
te lo daba todo en una hoja en blanco
que conseguiría dejarte sin aliento;
te mostraba la entrada hacia mis miedos,
los pasadizos secretos de mi mente y sus acertijos.

Me abría al mundo en forma de rectángulo plegado,
admitía mis crímenes de guerra por la lucha de tu recuerdo.
Era yo, por primera vez.
Sin miedo.
Sin dolor.
Contigo
–pero sólo porque me estabas leyendo–.

Y fantaseaba con la calle en la que te vi por primera vez,
y lo poco que me gustó tu nombre
y lo bien que suena ahora
cuando soy yo la que lo dice.
No paraba de pensar cómo sería cuando me sintieras en braille,
cuando fuera un ser transparente al que,
con sólo con cruzar los ventanales de sus ojos,
supieras qué siente.

No firmé la carta
porque quiero firmarte a ti
en cada extensión posible de tu piel.

Me inventé el destinatario
porque tengo complejo del pequeño Vanka.
Porque soy una niña inocente pasada de años,
y de vueltas,
y de revoluciones.
Y porque quiero que seas tú mi cuentakilómetros,
y ser yo la que siga el compás de tus latidos.

Pero todas esas palabras no te llegarán nunca,
porque en el último momento me acobardé y quemé la carta.
Y a ti con ella.
Y a mí contigo.

Así que ya no tengo miedo:
volveremos a encontrarnos en el infierno.

A sus ojos verdesWhere stories live. Discover now