6 - Vapores que matan

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Todo lo que estaba sucediendo excedía a sus conocimientos, y apenas habían pasado unos días desde el encuentro con los encapuchados. Esos extraños, que no eran hombres ni por asomo, le seguían de cerca, y aunque consiguió vivir con tranquilidad esas horas, conocían su paradero y posiblemente estuvieran pensando en alguna malvada estrategia para cogerlo desprevenido. Él tenía constancia de que era un vampiro, como ellos, pero de la misma manera que el libro de Goran hacía mención a muchos, recordó algo: "los vampiros de la Luna Llena hacen acto de presencia de día, pero cubiertos hasta más no poder." No eran simples matones. Los vampiros de la Luna Llena iban a por él sí o sí, y aún estaba por descubrirlo, ya que nadie había sido capaz de darle una razón veraz; en esos casos siempre existía una explicación, motivo por el que indagó en lo más oscuro de sus pensamientos. Algo se le escapaba, un algo que no llegaba a discernir, una acción de lo más inconsciente o similar debía ser la culpable. Matheïas había mencionado a Ungorth, un tipo desconocido para él al menos, pero el nombre le recordó a algo. Notó entonces el frío del colgante en su pecho, y una lucecita se encendió en lo más profundo de su mente. «No hay tiempo que perder».

La tienda estaba abarrotada de frascos de todo tipo de tamaños y colores, algunos asquerosos y viscosos mientras que otros almacenaban colores iridiscentes, puros, fascinantes, que atrajeron la atención del muchacho, colocados de manera ordenada en los estantes que ocupaban la estancia, alzándose hasta el mismísimo techo. Una gran escalera ayudaba a alcanzarlos y a mantener el vidrio limpio para que los curiosos que se colaban en la tienda pudieran observarlos sin problema alguno. Maltenis se detuvo un instante y miró a su alrededor, maravillado, la pequeña pero compleja sala, antes de que el tipo situado tras el mostrador, cuarentón, pelo corto grisáceo al igual que la barba y hombros caídos, le llamase la atención.

—¿Te interesa algo, o eres otro de tantos fisgones que vienen a admirar mi increíble trabajo?

El joven lo observó con una sonrisa mientras caminaba hacia él con un paso más que soberbio.

—He oído hablar de sus artes en mi tierra. Se dice que no hay nadie mejor en el mundo —lo vanaglorió.

—No te falta razón chico, has venido al lugar adecuado —dijo en tono presuntuoso.

—Sí, eso creo yo —siguió el vampiro mientras le daba la espalda para ponerse a caminar por el local —, pero dígame: ¿qué podemos conseguir si mezclamos extracto de manzana azul y veneno de basilisco amarillo?

Silencio. Maltenis se detuvo pensativo cerca de la puerta, con la mirada posada en uno de los muchos viales que se amontonaban sobre las baldas, sin recibir respuesta alguna.

—¿Y bien? —expresó girándose acompañado de una larga sonrisa en el rostro.

—Si tan entendido es usted, hágamelo saber. Además, no tengo por qué revelar nada a no ser que sea alquimista.

El chico se echó a reír para sorpresa del vendedor, quien no decidió compartir el chiste con su cliente. Este se acercó de nuevo a una de las repisas y cogió un frasquito de un verde azulado que plantó sobre el mostrador frente a la sorpresa del tipo. Inclinándose con las palmas en la madera, agregó:

—Antídoto de sierpe, retrasa el efecto de cualquier mordedura de un reptil que sea venenoso. Es una de las mezclas más simples dentro de la alquimia. Y ahora, por favor, no me hagas perder más el tiempo y llévame ante tu amo.

El joven le miró con rostro triunfante, serio y sin siquiera pestañear mientras que el hombre, viéndose derrotado por aquel extraño jovenzuelo, no tuvo más opción. Solía ganarse la vida con los productos que el Alquimista preparaba y la mayoría de gente que pasaba por allí ignoraban, o mejor dicho confiaban, en sus labores, pero la verdad era que él sabía poco y conocía algo porque diariamente trataba con ellos.

Matabrujas - El Caminante de AswadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora