Integración

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     —¿Cómo va tu paciente especial, Ray?

     El doctor Raymond miró a su compañero y su sola expresión sirvió de respuesta.

     —¿Tan mal?

     —No lo comprendo, Glent. Sira es joven, pero su comportamiento se ha vuelto más y más caótico. Creo que se me están acabando las opciones.

     —¿Quieres que le eche un vistazo luego, cuando acabe mi turno? —se ofreció Glent.

     Raymond asintió en silencio y sonrió, agradecido. Poco después, se separaron en un cruce de pasillos del enorme Centro de investigaciones donde trabajaban. Glent, sopesó Raymond, era un experto en recombinación de ADN, así que su opinión resultaría muy útil para darle un enfoque diferente al problema de Sira.

     El resto del día transcurrió con las tensiones habituales que se vivían en el interior de las Cúpulas, únicos lugares del planeta que habían quedado a salvo de la otra mitad de la mermada población humana, desde la malintencionada liberación de ADN corrupto a través de una cepa de un virus experimental. El año 3040 pasaría a los anales de la historia como el del mayor cataclismo de la humanidad desde su aparición como especie. El virus en cuestión había afectado al ADN de cada humano de un modo diferente. Aunque, básicamente, se podía afirmar que había dividido a su especie en dos: una la conformaban los habitantes de las Cúpulas, mientras que los otros... Los otros se habían transformado en criaturas radioactivas con las que resultaba inviable convivir, pues su sola cercanía hacía enfermar a las personas. La mutación también había afectado al aspecto físico, de tal manera que, si alguna especie alienígena llegara al planeta y observara a un habitante de las Cúpulas junto a otro del exterior, concluiría que pertenecían a especies diferentes. Su trabajo, y el de muchos otros científicos destinados en el Centro, consistía en solucionar aquel desastre; el futuro de la humanidad dependía de ello.

     Pero hoy, al igual que ayer y, posiblemente como mañana, era un día estéril en tan ingente tarea.

     Acabado su turno y de vuelta a sus aposentos, espaciosos y cómodos pero sin lujos innecesarios, se enfrascó en su cruzada personal, más relevante para su estabilidad emocional que el mismísimo destino del mundo. Mientras trabajaba, un indicativo luminoso en su pantalla y un armónico aviso acústico anunciaron una visita. Era Glent.

     —¿Dónde está? No me digas que te viste obligado a encerrarla... —el biotecnólogo esbozó una mirada de recelo.

     —No, nada de eso —alzó las manos escandalizado. Luego explicó—: Aunque creo que sigue enfadada conmigo.

     —¡Ah! Comprendo...

     —¡Sira! —llamó su padre—. ¡Cielo! ¡Mira quién ha venido a verte!

     Un panel corredizo se deslizó lateralmente, y en el hueco apareció una joven sonriente de unos quince años. Llevaba un mono ajustado, acorde con la moda del momento, y sus ojos... sus ojos eran dos óvalos blancos con dos pequeños puntos negros en el centro.

     —¡Papá! ¡Glent! Mirad, me he quitado ese horrible color azul de los ojos. ¡A mis amigas les encanta!

Retos de Ciencia FicciónWhere stories live. Discover now