CAPITULO UNO

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Mark Grant abandonó el rincón en el que estaba y, sin hacer ruido, se dirigió hacia la cama en la que la inspectora Ferrer estaba durmiendo. Era de noche y las luces del apartamento estaban apagadas, pero Mark no tropezó con ninguno de los muebles que poblaban el lugar.

El silencio era total, tanto en el interior como en el exterior del edificio, y ni siquiera se oía el leve roce de sus pies sobre la moqueta.

En la cama, Ferrer se movió envuelta en sueños. Su cara de entera satisfacción era como un poema gracioso y Mark, a pesar de no tener sentimientos, sonrió como un acto reflejo impuesto hacía tiempo.

Un coche pasó circulando calle abajo y por un momento la luz que despedían los faros penetró en el apartamento a través del ventanal abierto, reflejándose primero en el brillante objeto que Mark llevaba en la mano, incidiendo en los ojos cerrados de Ferrer después.

Ella se revolvió inquieta, como si inconscientemente detectara el movimiento extraño que se estaba produciendo a su alrededor, pero no llegó a despertar.

—Inspectora Ferrer, despierte. Tiene una comunicación de comisaría.

Ferrer abrió los ojos lentamente y miró a Mark como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.

—Hace apenas media hora que me he metido en la cama —masculló— ¿y ya me están incordiando? ¿No te he dicho que guardaras los mensajes pero que no me molestaras?

—Siento mucho tener que desobedecer sus órdenes —replicó Mark con voz átona—, pero el comisario Soldevila insiste en hablar con usted ahora mismo.

—Está bien, está bien, —rezongó—. Dame el jodido teléfono.

Mark le pasó el objeto brillante que tenía en la mano y ella lo conectó mientras se incorporaba en la cama, pasándose una mano por el pelo corto y desordenado. Al instante apareció el holograma del comisario Soldevila, que la miraba sorprendido.

—¡Vaya, Ferrer! Jamás imaginé que pudieras usar algo tan femenino como es un camisón.

La aludida alzó exageradamente una ceja mientras entrecerraba sus hermosos ojos verdes. Volvió a pasarse la mano por el pelo y ahogó un bostezo antes de contestar.

—No me habrá llamado para saber con qué duermo, ¿no?

—Menos coña, Ferrer, y levanta el culo de la cama. Tenemos otro asesinato como el que estás investigando.

—¿Otro inversionista de productos químicos? —preguntó en tono burlón.

—No, nada de drogas esta vez. La víctima es una puta de lujo, pero parece ser que también le han fundido el cerebro con una aguja láser.

—Bien, pásele las coordenadas a Mark vía Red. Estaré allí en seguida.

Mark cogió el diminuto teléfono holográfico y volvió a ponerlo sobre la mesa de la cocina. Después volvió a su rincón.

Ferrer lo observó durante unos instantes. Cuando el comisario le dio la noticia de que su nuevo compañero iba a ser un androide, boqueó. ¿Una jodida máquina iba a trabajar como inspector de homicidios? ¿Un frío ordenador? ¿Y dónde quedaba la empatía con el asesino y la intuición para resolver los crímenes? Tirados en la basura, ahí estaban. O mejor dicho, plantados en una esquina de su apartamento mirando hacia ningún lado, con esos ojos fríos como el hielo y un rostro que no se inmutaba ante nada, con la misma expresión hora tras hora. Ni una sonrisa, ni un fruncimiento de cejas, ni una mueca burlona. Nada de nada.

Trabajar con él hubiese sido pasable como mucho, pero es que encima tenía que llevárselo a casa y ser responsable de él. Cuidarlo como a un bebé, vamos. Durante el tiempo que hiciese falta. Adiós a su vida sexual. Adiós a su vida, punto. ¿Qué vida iba a poder tener durante los días, semanas o meses en que tuviese a este... este... electrodoméstico pegado a sus faldas? Ninguna. Cero. Nicht. Nothing de nada. Fantásticamente genial.

HIJOS DE LA CIENCIAWhere stories live. Discover now