CAPÍTULO CINCO

186 6 2
                                    

La colonización de Marte había empezado cinco siglos atrás, cuando desde la tierra se envió la primera oleada de robots. Estas máquinas de mentes relativamente sencillas, cada una de ellas programadas para realizar una sola labor específica, horadaron el subsuelo del planeta tal y como se había hecho en la tierra, recubriendo las paredes para hermetizarlo y construir en la superficie una cúpula que aislara de la atmósfera autóctona lo que sería la primera ciudad, bautizada con el nombre de Gagarin en honor al primer astronauta de la historia.

La segunda oleada se dedicó a preparar el interior de la primera megápolis de Marte para que fuese habitable. Gobernados informáticamente desde la tierra, equiparon Gagarin con todas las instalaciones necesarias para el funcionamiento básico: generados e instalación eléctrica, conductos para el agua corriente, cable óptico para las comunicaciones... Pero la misión principal consisitió en construir un generador de oxígeno, o mejor dicho, un purificador atmosférico. Este equipo, capaz de extraer el escaso oxígeno de la atmósfera marciana, compuesta de un 95% de dióxido de carbono y solo un ¡% de oxígeno, usaba una célula electroquímica como filtro. Cuando el dióxido de carbono (CO2) pasaba por allí, la molécula se dividía convirtiéndose en monóxido de carbono (CO) más oxígeno, y solo este último elemento conseguía traspasar el filtro. De esta forma se consiguió fabricar una atmósfera respirable en el interior de la ciudad.

Cuando todo estuvo listo llegaron los primeros colonizadores humanos. Eran los técnicos encargados de conectar el ordenador principal que habían transportado desde la tierra y que sería el responsable de comprobar y vigilar el buen funcionamiento de todo el sistema. Después llegaron los botánicos con la misión de crear un ecosistema vegetal bajo la cúpula, con la finalidad de llegar a producir suficiente oxígeno como para ser autosuficientes y no depender del generador, al mismo tiempo que seguían una investigación iniciada en la tierra con el objetivo de lograr transformar completamente la superficie del planeta y hacerla habitable para el ser humano.

En ciento cincuenta años se logró terraformar Marte, consiguiendo hacer habitable la superficie. Donde antes solo había desierto, cañones, tierra reseca y polvo, ahora había campos cultivados, ríos, bosques y prados con ganado pastando: había sido un éxito.

Cuando la terraformación de Marte estuvo completa, empezó a pensarse en otros posibles destinos relativamente cercanos, como Io y Ganímedes, que habían sido visitados y filmados con asiduidad por las sondas espaciales enviadas a recorrer el universo, pero nunca habían sido pisadas por el hombre. Al final se decidió mandar una expedición de reconocimiento tripulada hasta Ganímedes, que fue un total y absoluto fracaso. Una explosión en los tanques de oxígeno cuando acababa de aterrizar en la superficie del satélite, debida aún a causas desconocidas, provocó un incendio en la nave que mató a todos los tripulantes.

Entonces estalló en la Tierra una controversia entres los que creían que la humanidad todavía no estaba preparada para expandirse por el universo, y los que pensaban que sí lo estaba. Al final ganaron los Negativos, y el programa espacial volvió a reducirse a misiones de rutina entre la Tierra, la Luna y Marte. La Humanidad, escondida en sus ciudades subterráneas, había dejado de mirar al cielo.

Hacía dos semanas que Roger Avalón había muerto en extrañas circunstancias, asesinado de la misma manera que Pris Onate y Mario Yañez. Lo había encontrado su secretaria al acudir al trabajo por la mañana. Estaba sentado en su sillón, con la cabeza caída hacia adelante sobre su terminal de ordenador. La noticia corrió como la pólvora y cuando la policía llegó a la universidad de Gagarin, todos los estudiantes estaban enterados del terrible suceso.

Catedrático en física, química y matemáticas, ejercía como profesor en esa universidad, y era querido y admirado por todos sus alumnos. Había sido un niño prodigio, y en su adolescencia había colaborado en distintos proyectos gubernamentales, codeándose y dejando boquiabiertos a los más eminentes científicos. Al alcanzar la edad adulta, harto de las presiones a las que era sometido constantemente, lo abandonó todo para dedicarse a la enseñanza. Era un hombre amable y simpático, con el cuerpo de un atleta y el cerebro de un genio.

HIJOS DE LA CIENCIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora