3. Chris y los secretos de una gobernadora

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En el salón de eventos, unas sacudían sus vestidos en la pista de baile, algunas se dedicaban a contar anécdotas mientras descansaban de la eterna fila, y otras charlaban acerca de ofertas y precios. Sin embargo, había una chica que no encajaba entre las acciones típicas de estas mujeres, sino que rompía un poco el esquema de Moltum.

Esa chica se llamaba Chris Aleen, o simplemente Chris, en la vida de esta delgada todo circulaba de maravilla, a excepción de su autocontrol a la hora de tomar, como era de costumbre cada mes se encargaba de beber su trago y el de las demás mujeres en la mesa, y, ¿cómo no?, también se mostraba solidaria cuando alguna otra chica no deseaba el contenido de su copa.

Chris hablaba sin parar mientras que las demás le escuchaban y reían ante sus ocurrencias, hasta que llegaba el momento en que se levantaba y se dirigía a la cocina para buscar un par de tragos más, o tal vez la botella, dependía de lo que encontrara primero.

Se levantó con ayuda de una gruesa muy amigable, sin saber hacia dónde iba realmente, y caminó tambaleante hasta llegar a la escalera que conectaba con un pasillo y luego con la cocina.

— ¿Me ayudan a llegar a la cocina? —balbuceó mientras se apoyaba de la pared.

—Ya estás en ella, incluso tienes una botella en las manos. —aclaró una empleada entre risas. Chris abrió los ojos y como pudo notó que la empleada tenía razón, incluso sintió la necesidad de tocarle el rostro para saber si en realidad estaba allí o era producto de su imaginación, causando que al soltar la botella esta se rompiera y empapara los zapatos tanto suyos como los de la empleada.

—Ay, creo que me oriné. —se quejó Chris. Otra empleada se acercó por el estruendo y al verlas le hizo una señal a la mujer para que llevara a la delgada a una habitación.

Con mucha paciencia ambas chicas se dirigieron a la habitación de huéspedes, o sólo la empleada, ya que Chris sentía que estaba en la galaxia nadando con delfines rojos.

—Quédese aquí y descanse un poco... o sólo manténgase en posición fetal hasta que vuelva. —pronunció la empleada al ver cómo Chris se había acostado en posición fetal.

La mujer soltó pequeñas e inaudibles quejas mientras salía de la habitación y se dirigió a la enfermería.

— ¿Dónde está Chris? —preguntó una delgada en la mesa de tacón grueso.

— ¿La rubia que estaba hablando cosas sin sentido? —cuestionó una baja mientras tomaba agua.

—Esa misma. —rio entre dientes y dejó a la vista sus hermosos hoyuelos, atrayendo la atención de todas en la mesa e instalando en ellas una nueva inseguridad, ya que, creían que no podían lucir igual de hermosas cuando sonreían.

—Se fue hacia la cocina... hace unos minutos escuchamos una botella romperse, no dudes que haya sido ella. —habló esta vez una alta.

—Gracias chicas, disfruten el día. —se despidió la pelirroja. Cuando estuvo lejos las mujeres resoplaron, sentían que estaban obesas delante de ella y trataban de ocultarlo reprimiendo el estómago y alzando el pecho.

Chris comenzó a moverse inquietamente sobre la cama y a rodar de un lado a otro entre las almohadas, continuó haciendo esto hasta que se encontró saludando al piso con su cara.

Con la poca dignidad que le quedaba se levantó y se encaminó a la puerta, donde encontró un espejo como entretenimiento hasta cansarse, abrió la puerta y corrió por el pasillo como si su vida dependiera de ello, se detuvo solo cuando divisó una puerta que no había visto antes, la curiosidad y la influencia del alcohol en su sangre le hicieron abrirla.

Se encontraba en la habitación de Ashley. El lugar estaba forrado de tapices y alfombras rojas, la cama estaba hecha y tenía sábanas del mismo color, se quedó mirándola y le entraron unas ganas inmensas de sumergirse en ella y dormir durante semanas, así no tendría que despertarse y encontrarse con las mismas mujeres maquillándose hasta la lengua y dejando a la vista lo que no tenían.

Sin pensarlo dos veces se apresuró a la cama y cayó rendida casi de inmediato, todo iba a la perfección hasta que sintió la presencia de alguien a su lado.

—Ya basta, estoy cansado. —pronunció aquella persona mientras se acomodaba entre las sábanas.

—Ehm. —Chris balbuceó y a duras penas se sentó en la cama—. ¿Eres una empleada? —preguntó mientras se rascaba los ojos.

—No... —respondió la persona y Chris quedó petrificada al escuchar aquella voz tan grave, tan varonil...

— ¡¿Qué está pasando aquí?! —se alarmó y haló la sábana, dejando expuesto a un joven en calzoncillos.

— ¿Eres un hombre? ¿Eres real? ¿Cómo estás aquí? No entiendo nada, seguro estoy soñando, beber tanto a veces funde mis neuronas. —susurró para sí misma.

—Te lo voy a explicar todo pero debes prometer guardar silencio. —le miró con seriedad y ella asintió lentamente.

—Verás... —Comenzó diciendo el chico y se levantó en busca de su pantalón—. Las cosas en la ciudad de los hombres no están yendo muy bien, no encuentran qué hacer y cada vez se deterioran más, no son nada sin las mujeres, o al menos eso creen. —explicó, dejando a Chris mucho más confundida.

— ¿Y por qué estás aquí exactamente?

—Siempre lo he estado, mi madre es la gobernadora. —soltó de golpe.

— ¿No que había tenido que abandonar a su único hijo por las reglas de la ciudad? Esto es demasiado confuso.

—Ella me mantuvo escondido todos estos años, nadie sabe de mi estadía en esta ciudad a excepción de las empleadas. —dicho esto se sonrojó y Chris frunció el ceño.

— ¿Y qué se supone que haces en este lugar? Es decir, es un poco imposible que ninguna mujer te haya visto, debes de ser un fantasma o algo por el estilo.

—Pues cuando no estoy siendo seducido por una de las empleadas veo televisión, mucha televisión. —se sinceró.

—Entonces Ashley nos ha mentido a todas, nos separó de nuestros familiares pero ella nunca lo hizo... —susurró con un ápice de rabia.

— ¿No has visto a un hombre nunca? Porque he visto tantas mujeres que ya estoy hasta un poco asqueado. —trató, no muy sutilmente, de desviarse del tema.

—No tengo muchos recuerdos de mi padre, antes de que se lo llevaran no pasaba tanto tiempo en la casa por lo que no fue tan dura su partida. —Chris se perdió en sus pensamientos durante unos segundos.

—Entiendo... y, ¿cómo te llamas? —el chico se sentó en un sillón al lado de la cama.

—Chris Aleen, pero me llaman Chris. —formó una fina con los labios y él asintió—. ¿Y tú?

— Angelo. —el silencio se instaló entre ellos hasta que carraspeó—. Oye Chris... ¿te gustaría probar algo nuevo? —pronunció mientras ladeaba una sonrisa.

—Siempre estoy abierta a cosas nuevas, aunque depende de qué tipos de cosas. —respondió con tranquilidad.

—Hace unos días escuché a mi madre hablar sobre un viejo almacén en la ciudad, podría ser tu oportunidad para descubrir cosas nuevas. —le contó en voz baja.

—Te escucho.

—Está escondido en las afueras de la ciudad, pero se puede llegar andando si no tienes auto, solo que no te aseguro será poco tiempo.

— ¿Y por qué me dices esto a mí? —preguntó Chris mientras sentía un fuerte dolor de cabeza, se iba a arrepentir de haber tomado tanto.

—Porque se nota que no estás tan de acuerdo con la regla de los zapatos rojos, y además, no pierdes nada probando algo diferente. —Chris analizó vagamente sus palabras y la verdad era que tenía razón, ella encontraba innecesario y poco práctico el uso obligatorio de zapatos rojos, pero estaba tan acostumbrada que se le había olvidado que le molestaba.

Aun así sintió que no perdería nada echándole un vistazo al viejo almacén, después de todo estaba abierta a cosas nuevas, y eso sin duda era nuevo. 

Resaltado © [COMPLETA]حيث تعيش القصص. اكتشف الآن