Una noche de San Juan

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Floridor Amancio era un hombre tranquilo. Había crecido en la comuna de Recoleta por el año 1890 junto a su madre. Hijo único entre 6 hermanas, estaba por fin cumpliendo el sueño de su madre: ser sacerdote.
Los años en el seminario no le habían servido de mucho; porque aunque sabía todo lo que debía saber, los votos de castidad claramente no eran para el. Floridor añoraba tener una familia, una esposa, casa, hijos. Un lugar al que regresar por las tardes luego de un día cansado. Pero la muerte de su padre había terminado de derrumbar a su mamá, quien cuidó de su esposo con muchísimo esfuerzo ya que el cáncer terminal de próstata los dejó pobres y entristecidos. Floridor, por entregarle algo de alegría a su madre, tomó el seminario con la esperanza de que una vez en el recibiera la inspiración y los dones necesarios para dicho fin. Y aunque se esforzó, sentía que no resultaba.
El fin del seminario se encontraba a las puertas, sólo restaba la decisión de tomar el celibato. Apesadumbrado, porque si bien no era lo que quería, si tomaba los votos, jamás fallaría. Se decidió a conversar su pesar con su madre. Evangelina Veliz de Amancio era una mujer de corazón dulce y sencillo, quien con muchísimo amor escuchó cada palabra de su hijo con respeto y empatía. Comprendió todo lo que este decía, poniéndose en su lugar, entendiendo que esta "carrera" la había tomado sólo por complacerle aunque él no lo había dicho. Escogió sus palabras con absoluto cuidado y sabiduría, obviando incluso sus propios anhelos.
-Floridor, esta es tú vida, no vivas por mi ni por nadie mijo, nunca!!. Empezaste esto? Sería bueno terminarlo, pero te traerá esto la tranquilidad a tu alma? Lo mejor por hacer es pedir la dirección de la Santísima providencia, pedir una señal que te indique el camino mejor para ti.
Floridor, aliviado por el concejo de su madre, esa semana se presentó a misa más devoto que nunca. Estaban ya repartiendo la eucaristía cuando se escucha caer con fuerza algo en la parte posterior de la Iglesia. Floridor se giró sobre su asiento y vio que una dama había caído unos metros más allá. Se apresuró a ayudarle, encontrando ahí, en el suelo de la Iglesia, a la mujer enviada por la divina providencia quien sería su esposa.
María de los Ángeles estaba de visita en la capital, la falta de costumbre de llevar un vestido la hizo tropezar en medio de la misa.
Se casaron una mañana de abril y tuvieron 2 hijos, Amador y Venancio.
Floridor, sin ninguna profesión más que el conocimiento de los sacramentos, la Biblia y los rosarios, se fue al pequeño pueblo del que era originaria María de los Ángeles, Callejones, y como favor al párroco del lugar, tomó a su cargo la pequeña escuela del pueblo enseñando a los más pequeños a leer y escribir.
Dedicado a las letras y la enseñanza, los años le vinieron bien en el campo, excesivamente alimentado, se le dificultaba respirar por su gordura, y aunque intentó algo de trabajo esforzado, nunca pudo ser diestro en los menesteres de la tierra.
No así su hijo Amador, criado por su abuelo, hombre experto en la tierra y la montaña; se acostumbró a ser un macho recio y gallardo. Venancio no lo hacía nada mal, pero era Amador el que tenía fama de fiero en el sector.
Floridor, que era un hombre temeroso de las cosas de Dios y la noche, desde su más temprana infancia estuvo gastándole bromas a sus hijos. Les ponía arañas muertas, ataba un cuero de culebra a sus zapatos o les contaba macabras historias de aparecidos y muertos. Amador desde chiquito fue muy valiente, y conociendo a su padre, sus jugarretas , que de pequeño lo atemorizaron, sólo lograron aumentar su bravura una vez adulto.
Floridor quería por última vez asustar a su hijo mayor, lo tomó como un desafió. María de los Ángeles siempre le advertía que esto no era bueno, que sólo llamaba "malas cosas", que no estuviese ni jugando ni corriendo, porque cada vez que se agitaba levemente su pecho silbaba, su pecho al igual que su rostro se bañaba en sudor y se le dificultaba la respiración. Floridor difícilmente escuchaba a su esposa, como todo hombre, desatendía el concejo de esta.
Un día planeó una estrategia perfecta; le daría un buen susto a Amador en la esquina del peñón junto al río, camino a la casa del abuelo, ubicada en el sector "La Punta", lugar donde decían que se aparecía el diablo. Con Amador en la casa del abuelo, muy atemorizado ya que creía verdaderamente pudiese presentarse el bellaco por aquellos parajes, se escondió en un frondoso sauce con una sábana cubriendo su cuerpo. ¡¡¡Este sería el susto de la vida!!! Este sería un momento que Amador no olvidará jamás-pensó.
Sintió que se aproximaba un caballo por el camino, desde su escondite aguardó hasta que el jinete se aproximara al lugar donde se hallaba, y una vez ahí salió levantando los brazos y gritando.
-huuuuuaaaaaa!!!!
El caballo se espantó más que Amador, se paró en sus patas traseras, arrojando por el suelo a su jinete.
Amador molesto al caer en el empedrado, en el momento en que se ponía en pié cogió varias piedras, y con fuerza empezó a lanzarlas directo a esta supuesta aparición a la par que exclamaba.
-no con fantasmas a mi!!!
Los peñascazos, certeros y pesados, golpearon con fuerza en la cabeza, rostro, precio y brazos de Floridor, quien al verse atacado, cubrió con una mano su cabeza mientras alzaba la otra intentando quitarse la sábana bramando.
-detente hombre que soy tu padre!!!
Amador, al escuchar a su padre detuvo el ataque, cogió al caballo de las riendas y fue en su ayuda.
-por la cresta taita!!!! A ute no hay quien le quite lo bruto iñol!!! Como se le ocurre tanta lesera!!!
El hombre estuvo con un ojo morado, la nariz adolorida, un corte en la cabeza y un par de dientes sueltos por varios meses. Molesto por la bravura de su hijo. Molesto porque el gran plan no había funcionado y para más, casi le habían partido el alma a piedrazos. Por su parte Amador se sentía culpable de algo en lo que no tuvo culpa alguna, no había comentado con nadie lo sucedido, pero siempre a la hora de once, se sentaba a mirar largo rato a su padre. Aveces no decía nada, otras se reía sólo, y en ocasiones lograba conversar con tan testarudo hombre.
Pasaron los meses y al sentirse completamente aliviado, Floridor olvidó la molestia con su hijo y comenzó a forjar un nuevo plan. Pero, por más que lo intentaba no encontraba manera de infundir temor en su hijo. Los primeros días de junio le trajeron una idea muy mala..."le voy a hacer una apuesta al Amador"
Una tarde, mientras tomaban once se lo dijo:
-oiga Amador, usted es bien hombre?
Su adulto hijo respondió:
-y a causa de que o que viene la pregunta taita?
-pero respondame, es hombre?
-obvio que si po gancho, no me ve?
Con malicia continuó
-y si es tan hombre usted, haría una apuesta conmigo?
-ya empezó taita con sus custiones raras, acuérdese lo que le pasó la última vez por andar ahí de fantasma y aparecer...
-no le estoy na preguntando que fue lo que pasó aquella vez, le estoy preguntando si quiere hacer una apuesta no más, pero si usted no es hombre entonces no hablemos.
-ya taita, que quiere ahora...
-el 23 de este mes, es la noche de San Juan gancho, ahí vamos a ver, allá en la parcela de su "apito" (forma cariñosa en que llamaban al abuelo) hay una higuera. Dicen que si uno se pone debajo de una higuera esa noche se aparece el mismo diablo.
-y pa que tanto que quiere con el mandinga oiga, acuérdese que tiene el pecho malo, yo no quiero na problemas con mi mamita que ya me dijo que no estemos tonteando.-dicho esto, Amador se puso en pié y se retiró.
Floridor insistió, insistió tanto aún en contra de su esposa, Amador cansado, una tarde le dijo que bueno, si tanto quería hacer esa apuesta, entonces la harían.
Llegó el día tan esperado por Floridor, la fría tarde de junio los obligó a aperarse de abrigo. La larga manta de Floridor se abría como carpa por debajo de su gordo cuerpo. Pasaron la tarde comiendo tortillas de rescoldo y tomando mate de leche para el frío. Llegaron las 12 de la noche y Amador partió entre la densa y gélida niebla como quien sale a medio día camino a la higuera, fue y volvió. Floridor molesto, le señaló que tenía que él estar fiscalizando si este lo hacía, y para estar seguros que cumplía la apuesta, debía llevar unos clavos y martillo para clavar en la higuera. Así, al día siguiente, podrían ver el clavo en el lugar y asegurar que dicha apuesta estaba cumplida. Amador sin dificultad, tomó los implementos y partió. Floridor lo vio alejarse por entre los potreros. Se escuchó a lo lejos unos golpes, dando por asumido que el varón había clavado el testimonio de su hazaña. Al regresar, con las manos frías, le entregó los clavos sobrantes y el martillo a Floridor.
El "apito" Atanasio del Carmen, quien estaba al tanto de todo y había presenciado lo acontecido, señaló.
-oiga iñor, ahora le toca a  usted.
-a mi??-exclamó Floridor asustado.
-si po iñor, a usted le toca, tanto que embromó con esta diligencia y que si era hombre o no acá el chiquillo, y es hombre usted?
-don Atanasio, claro que lo soy.
-no vaiga na taita, dejemos esta cuestión así no más.
-no no no Amador, se está retando mi hombría, no seré campesino, pero soy bien hombre, iré don Atanasio, ya verá.
-vaiga pue-señaló el hombre sonriendo.
Floridor tomó con fuerza el martillo y los clavos guardando estos en el bolsillo de su pantalón. ¡Un ataque directo a su hombría! y de parte de su suegro, faltaría más. Indignado enfiló por detrás del huerto, entre las alambradas con destino a la higuera. Los primeros metros le parecieron muy simples, impulsado por el enojo y la molestia. Pero ahora, en medio del frío, la noche, la espesa niebla y el desafío por delante se le apretó el pecho. Y es que decirlo era una cosa, hacerlo era diferente. A Amador no le había aparecido el diablo, pero ¿y si a él si?, ¿Qué tal y fuera cierto aquello que se contaba en el campo? Los hombres de campo no suelen mentir, no con respecto a estos temas y ¡él era un hombre respetuoso de estos temas!
Algo se movió entre los matorrales a su lado haciéndolo brincar de miedo, debe haber sido un ratón, un ratón, pensó para si. ¡Y es que la higuera parecía estar en China! Por más que caminaba se le hacía eterno. Otro sonido más fuerte detrás de él lo asustó de forma mayor que el anterior, casi sin aliento llegó por fin al potrero donde estaba la higuera. ¿La higuera? ¡¿y para que quería llegar tan pronto a la higuera?!¡¿qué tal y se le aparecía el diablo?! Dejaría todo ahí, le pediría disculpas a su hijo y no sería hombre ante los ojos de su suegro... No, no, el llegaría, clavaría el clavo y saldría de este embrollo. Una vez bajo la higuera, cubierto de sudor y temblando, se dispuso a clavar el clavo y salir de ahí. Un movimiento entre las ramas de la higuera lo puso en alerta, mientras se enredada con la manta sacando los clavos del bolsillo del pantalón. Las ramas crujieron con fuerza sobre su cabeza, helado de pánico, clavó el clavo a toda velocidad y se giró para marcharse lo más rápido posible. Dio un par de pasos alejándose, pero algo tiro de la manta. ¡¡El diablo!! Fue lo último que pensó antes de caer de bruces en la tierra húmeda.
Pasaron las horas y nada se sabía de Floridor, tanto así que Amador y Atanasio creyeron que esquivando encontrarse con ellos había entrado por otro costado de la casa y se encontraría dormido en una de las habitaciones de visitas. Amador lo buscó, al no encontrarlo, preocupado, fue a despertar a su madre.
-mamita... Mamita despierte.
María de los Ángeles, despertó alterada .
-Amador, ¡¡¡niño por Dios que pasa!!! ¡¿Que horas son estas que vienes a despertarme?!
-no se enoje mamita, son ya para las 3 de la mañana.
-¡¿y para qué me despiertas a estas horas mijo por Dios?!
-mamita, ve que mi taita estaba embromando con eso de la higuera?
-¡¡ese hombre, Dios del cielo!!¡¿y ahora qué quiere?!
-no quiere na mamita, es que yo fui a hacer lo que él decía y estaba mi apito, y ute sabe como es el apito po, y le dijo a mi taita que fuera y hiciera lo que me había mandado a hacer a mi, que si acaso no era hombre...
-no le des tanta vuelta hijo mío, ¿dónde está tu papá?
-ese es el problema mamita, yo pensé que mi taita había retornado por el otro lado y que iba a estar acostado acá en la cama de al lado de la suya, pero lo busqué por toda la casa y no está, difícil que se allá ido sólo pa Callejones sólo y a estas horas ...
-¡¡¿pero no saliste a buscarlo, hombre por Dios, que tu padre tiene el pecho malo?!!
Sacando a su hijo de la habitación, María de los Ángeles se vistió rauda, tomando una manta de su padre y un farol de carburo del corredor partió con su hijo atrás en busca de su marido.
Caminaron por la noche oscura, con la niebla dificultando su búsqueda, pasaron por el huerto, las alambradas, el potrero, y encontraron a Floridor tieso bajo la higuera. La mujer corrió al ver a su marido, levantó como pudo su pesado rostro, limpiando la tierra de el. Sus labios morados, los ojos abiertos de par en par y su postura rígida. Lo abrazó llorando.
-¡¡no te quedes ahí parado!!¡¡ve por tu apito, Amador!!
El hombre, con un profundo dolor, corrió por Atanasio, quien a medio vestir llegó al lugar para encontrar al finado en brazos de su hija. Despertaron a unos peones, armaron un coche, entre varios hombres y Amador tomaron el cuerpo de Floridor para llevarlo donde el párroco, quien era él único con algo de conocimiento en los temas de salud, al levantarlo con gran dificultad, Atanasio notó que Floridor en su apuro había clavado una esquina de su manta a la higuera. Sacando con el martillo el clavo, se lo llevaron en el coche camino a la parroquia donde el párroco verificó la muerte del hombre.
Su muerte fue una gran pérdida para el sector de Callejones, en sobre manera para su esposa y para la escuela, la que en honor a su trabajo como educador se llamó por muchos años "escuela de Callejones Floridor de Amancio", para luego de varias reformas de educación quedar como "colegio municipal de Callejones".
Aún se escucha en Codegua, La Punta, Callejones y Tunca entre su gente y sus potreros la historia del profesor Santiaguino que fue a hacer un pacto con el diablo y el diablo lo mató de un susto.

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