La Casa de los Vientos

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Capitulo 1

Anilay

Estaba furiosa.

Gritó una vez más a la persona que decía llamarse su madre. No sabía ni qué palabras estaba diciendo, solo gritó para sacar todo el enojo que sentía contra ella. Su rencor se extendió hasta su brazo, y con fuerza cerró la puerta de entrada y, alejándose rápidamente, dejó atrás la casa de su infancia.

Sacó sus auriculares, se los puso, y sin dudarlo subió el volumen a más no poder. Caminó una cuadra y bajó la velocidad, prendió un cigarrillo e inhaló profundamente.
Frenó en la esquina y tocó el botón del semáforo para poder cruzar la calle, cerró los ojos y pensó en su madre. Siempre la misma historia. Su corazón palpitaba fuertemente y sus cabeza retumbaba al unísono. Inclinó su cabeza hacia atrás y con los ojos cerrados expiró todo el aire y humo de sus pulmones mientras lágrimas caían de sus ojos.

El ruido de un auto frenando fuertemente la distrajo de su melancolía.

Bajó la cabeza lentamente, recomponiéndose, cuando una niebla espesa se aparecía de a poco en los alrededores. No le dió importancia, las tardes de invierno sobre la costa solían ser así.

Siguió caminado sin rumbo, y poco a poco su visión se fue reduciendo, aunque casualmente un camino se mostraba claro frente a ella. Como guiada por el instinto, su cuerpo decidió seguirlo.

Lentamente fue sintiendo como si sus movimientos ya no le pertenecieran, como si algo estuviera atrayéndola, pero aún así ella  no tenía intenciones de parar.

Poco a poco fue notando como las cosas iban desapareciendo, las casas de su vecindario, la vereda, los semáforos, sus auriculares y el cigarro. Pero ninguna de estas cosas generaban en ella señal alguna de preocupación. Estaba calmada, casi inconsciente, como hipnotizada y casi deleitada por la situación.

La niebla la fue llevando a su destino, una casa grande, vieja, que parecía abandonada, rodeada por una reja negra, alta e imponente, envuelta en enredaderas medio marchitas. Su mano, actuando por si sola se elevó hasta estar a milímetros de la enorme cerradura, y por acto reflejo, como si supiera exactamente qué hacer, la reja respondió a su tacto, abriéndose lenta y pesadamente.

Una confusión inmensa se apoderó de ella, pero aún así sentía calma, como una incertidumbre existencial abrazándola con cariño, recibiéndola.

Anilai veía todo con ojos curiosos y se movía con lenta delicadeza, disfrutando de cada paso, del sonido de hojas marchitas bajo sus pisadas, y el encantador bosque a sus costados. Parecía pensado para ella.
Camino unos minutos más hasta llegar a un pórtico de madera, o quizá fueron horas que tardo en abandonar su pacífica excursión, pero ella no se inmutaba.

Se acercó lo suficiente como para pensar que con solo tocar el barandal de la escalera todo se vendría abajo.

Posó su pie en el primer escalón, cada vez más próxima a la puerta de gran tamaño, de roble oscuro con manijas doradas. En su embelesamiento, ella se preguntaba si en algún momento esa casa había sido de alguien de gran renombre y poder para elegir esas decoraciones. Posó su mano sobre la manija, y sutilmente la empujó hacia abajo, abriendo la puerta que se encontraba sin ninguna traba.

Un ruido agudo, del óxido en las bisagra, sonó por todo el ambiente. Apenas dio un paso dentro del cuarto una violenta ráfaga de viento cruzó a milímetros de su rostro, haciendo que la calma incoherente perdiera efecto, devolviendo su consciencia a su cuerpo, despertándola.

-¿Pero qué...?- otra ráfaga la interrumpió, chocando levemente contra su espalda, empujándola dentro de la casa pero sin lastimarla.

-¡Es muy joven!- El desgarrador grito de una mujer desconsolada se hizo notar.
Dos ráfagas chocaron de vuelta contra ella, una rozó su pierna y la otra le dió en el rostro. Más voces comenzaron a sonar, desesperadas, por toda la antigua sala.

-Debe ser un error.-
-¡No existen los errores!-
-Madre no pudo haber consentido tal cosa-
-Es la prueba viviente-
-Vino a acompañar al otro-
-¡No tiene lógica!-

-¿¡Quién está ahí!?- exclamó nerviosa ella.

Oh cielos! ¡Puede oírnos!- volvió a gritar la voz de la mujer desconsolada.

-No hay duda-
-¡Eso no significa nada!-
-¡ES LA PRUEBA VIVIENTE!-
-MADRE NO PUDO CONCEBIR TAL COSA-
-Debe ser un error-
-Por todos los planetas, !NO EXISTEN LOS ERRORES¡-

Las voces comenzaron a discutir entre ellas, gritándose o gritándole a ella. Su cabeza estaba a punto de explotar, no entendía lo que sucedía, donde se encontraba, quienes hablaban, o si en verdad eso estaba sucediendo.

-¡YA BASTA!- Gritó, y apenas lo hizo las ventanas comenzaron a chocar violentamente contra sus encuadres, las cortinas volaban por los aires agitándose sin descuido alguno, las decoraciones volaron furiosamente contra las paredes y la antigua araña que colgaba del techo cayó con un fuerte estruendo unos pasos delante de ella.

Los gritos cesaron, no por obediencia ni por miedo, sino por cierta... pena.

Y como por arte de magia la imagen de una mujer comenzó a formarse frente a ella. Su rostro estaba pálido, al igual que su vestido medieval y su cabello despeinado.

Anilai no se había dado cuenta de que se encontraba en el suelo, agarrándose fuertemente a una alfombra, como si de repente esta pudiera salir volando y la devolviera a su insoportable hogar y a su no tan terrible madre.
Mamá...

Miró con miedo y confusión a la imagen frente a ella y sus ojos se desorbitaron cuando más figuras tomaron forma a su espalda y costados, hombres y mujeres de diferentes edades, diferentes vestimentas, diferentes siluetas.

Pero todos compartían una cosa: la pobre intensidad de la imagen, como si de verdad no estuvieran, como si fueran transparentes, como si una cortina fuera más nítida que sus cuerpos.

-¿Que está sucediendo?- Sollozó aturdida.

-La vida te ha dado una segunda oportunidad- Un hombre a su izquierda habló con autoridad.

-¿"segunda"?— miró confundida a la señora de tristes rasgos, como rogando por una respuesta diferente a la que su inconsciente quería darle, como escapando de aquella frase —  ¿Por qué necesitaría una segunda oportunidad? — se rió nerviosamente— yo ni siquiera estoy... — Sus palabras fueron interrumpidas por sus recuerdos.

Aquella mañana, cuando salía de su casa,  el enojo se había apoderado de ella, con auriculares puestos no podía escuchar lo que pasaba alrededor de ella, y fue en ese mínimo instante, en la esquina de aquella cuadra, cuando levantó la cabeza para expirar aire, fue ahí cuando todo pasó.

El auto que ella había escuchado cruzar cerca de su persona haciendo mucho ruido, la niebla que empezó a apoderarse de su visión y la repentina confusión ...

-¿Dónde estoy?- preguntó esperanzada de que alguien le respondiera "en un sueño" o "en un reality show", pero nada de eso sucedió.

-Bienvenida a la casa de los vientos-.

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