Capitulo 4

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#3442

Sigilosamente se deslizó por entre los pasillos, con la cabeza gacha se dirigió hacia el centro del edificio. Procuró que nadie se percatara de su existencia, redujo lo máximo posible el ruido de sus pasos, tomo un libro que encontró en la cercanía y simuló estar leyendo eso mientras caminaba, como si no tuviera un rumbo exacto, como si fuera alguien más de aquel lugar, como si no hubiera de qué sospechar.

Frenó en la esquina. En el mapa que le habían dado figuraba un camino que al parecer, ya no existía. Maldijo internamente al compañero que reemplazó al anterior informante.

Si tan solo no hubiera muerto tan rápido...

Tranquilamente, cambió su postura. En la primera mesa que encontró abandonó el libro, se escabulló por una puerta y cambió su imagen completamente. Pasó de ser una pobre criada, que buscaba desaparecer, a una posible amante de alguno de los líderes.

Tambaleó sus caderas hasta llegar a un hombre solitario, resguardando una puerta. Confirmó que no había nadie en los alrededores e inició su misión.

Usó su mística para convencer a aquel soldado de que la monotonía de su trabajo no era suficiente para un hombre — Tan fuerte como tú, y lo empujó hacia el cuarto, una vez que había comprobado que dentro no había nadie.

El hombre la miró con lujuria, ella lo miró con estorbo. De un simple movimiento llegó hacia su nuca, le tomó la cabeza seductoramente y con agilidad la torció en medio segundo: una víctima más de sus encantos. Qué fácil, pensó.

Comenzó su trabajo, se acercó a las computadoras detrás del escritorio y buscó los mapas actualizados que necesitaba para llegar a su objetivo. Rápidamente obtuvo lo que buscaba. Demasiado fácil, dudó.

Silenció sus pasos una vez más. Eliminó la distancia a la puerta de entrada, y posó su mejilla contra la gastada madera. Ningún ruido venía desde afuera. Pero ella sintió el peligro, lo sintió dentro de si, como si temblara el piso a la distancia, por el marchar del enemigo. Algo andaba mal.

Buscó su arma entre sus ropas, una cuchilla y un puñal no serían suficientes para defenderse de aquella amenaza. Buscó un escondite, pero no había ni un mueble ni una posible rendija para escapar.

Generó un plan. Salir ya. Antes de que aparezcan, simular estar herida, que la den por muerta, y la saquen del lugar. Daría la misión por fallida pero podría salir viva.

Cortó profundamente la pierna del hombre inerte en el suelo, y luego un corte superficial en la suya. Junto todo el líquido carmesí y lo derramó sobre su propia piel, simulando ser una herida mortal. Dudando, se colocó su puñal, y con rapidez arrojó su propio puño contra su propio rostro: una señal de lucha.

Dolió, pero dolió lo mismo que un raspón en la rodilla.

Se adelantó a escapar del cuarto, temiendo que el enemigo estuviera cerca. Cada segundo cuenta. Abrió la puerta y no encontró a nadie en su exterior. Extraño, pero no hay tiempo que perder. Su corazón latía. Algo le decía que se venía una tempestad. Sus piernas flaqueaban y el temor en su interior le impedía seguir con agilidad.

Desconocía ese sentimiento: ansiedad. Desconocía la preocupación y el miedo, desconocía ser presa y no cazador.

Vió la puerta abierta al final del corredor, y a nadie cerca para impedirle el paso, y con un nudo en la garganta corrió los últimos pasos, olvidándose de ser sigilosa.

Pero fue ahí que sucumbió. Un dolor en el pecho floreció y ya no era la sangre del hombre del cuarto la que manchaba sus vestiduras. Sintió el aire salir de su cuerpo, y los brazos perdiendo su fuerza. Pero no paró, y por eso, cayó con otra bala en la pierna.

Se exigió a si misma no gritar. Se exigió no mostrar flaquezas, se exigió salir orgullosa de ese escenario. Sus enemigos jamás la podrían ver devastada: porque la matarían. Sus enemigos querían verla muerta en vida, para después matarla sin preocupación. Jamás la asesinarían sin antes sentirse orgullosos de sí mismos. Esa es mi ventaja.

- Cuanto tiempo sin verte querida -

- Púdrete -. Sin dudarlo, le escupió en la cara, la sangre que caía de sus labios. Él, con un pañuelo que extrajo de su impecable traje, lentamente y con elegancia se limpió el rostro.

-Imagino que fue una sorpresa para tí encontrar esta... ¿trampa? No la llamaría trampa, fue más bien un chiste de lo fácil que se me hizo capturarte.-

Ella sonrió irónicamente.

- ¿Capturarme? ¿Tú? Ni siquiera puedes disparar un arma, no serías jamas capaz de capturarme. SImplemente ordenaste a tus monos que me capturen, y ¡Mira cuanto tardaron! Estuve evadiendo tus estúpidos ataques desde hace ya 3 años "querido".- Él se enfureció.

- Eres una maldita perra -

Un disparo. Una carcajada.

-¡De qué te ries maldita estúpida!- Enfurecido la pateó en el estómago. Ella toció, y lo sintió como si le extirparan medio pulmon. Aún así, no flaqueó, siguió con su dura postura.

- Me das risa Jamir - Lo miró a los ojos. - ¿Un disparo al pie? ¿Enserio? ¿Es que acaso te enamoraste de mí y no puedes dispararme a la cara? -

- ¡QUÉ DICES PERRA!- el comentario lo dejó desprevenido, y como reacción gritó con furia, pateándola una vez más en el estómago.

- Mátame si me equivoco Jamir -. Los ojos de Jamir dudaron, se sintieron desconcertados, perdidos, presionados. - ¡MATAME SI ME EQUIVOCO JAMIR! - Ella levantó el rostro enfrentando el arma. Un pequeño deseo surgió en su interior. Morir, un respiro, un final. Había temido a la muerte por tanto tiempo, la había evitado a cada paso, pero esta vez parecía tan atrayente y embriagante... -¡MATAME!-

Un disparo. Una cañería averiada. Polvo por todas partes. Arena en sus mejillas.

- Eso creí. No podrías matarme aunque quisieras, Jamir. - Desconsolada se tumbó sobre el suelo, esperando sentir un poco de calor, esperando que la tierra la tragara y su sed de morir se saciara.

Pero ¿qué estoy diciendo? NO PUEDO MORIR. NO DEBO MORIR.

Una lágrima calló por su rostro y su mirada se ennegreció, mientras que en la oscuridad de su mente se formaban ciertas figuras humanas recibiéndola en una grande y antigua casa.

La Casa de los VientosWhere stories live. Discover now