Capítulo 6: Brodain

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Las frías tierras de Fjalarr habían quedado atrás después de más de tres semanas de viaje desde Hendelborg. Cada paso era aún más doloroso que el anterior, el frío se clavaba como mil agujas en mis extremidades. La chica aguantaba bien las tormentas de nieve, su fisonomía parecía haber sido concebida para caminar sobre la escarcha. Sus habilidades como cazadora de la nevada estepa nos garantizó sustento. Mi destreza en el bosque no era equiparable a la que disfrutaba en este tipo de entornos, mi tamaño y mi leve anatomía despuntaba en los bosques, no en aquellas escarpadas montañas cuyo elemento primordial no dominaba. No sabría decir de qué se sustentaba el chico. Después de tres semanas de viaje aún no había probado bocado. Avanzaba inalterable montaña arriba con exactamente las mismas energías que cuando comenzamos nuestra andadura. Su conversación era escasa. Puede que aún estuviera conmocionado por los sucesos acontecidos. En cualquier caso, me advertí a mi mismo que debía de ser cauto, sus rasgos recordaban más a los de un cadáver que a los de un humano joven. Podía sentir la muerte siempre que miraba aquellos oscuros ojos.

—¡Felfalas!— La potente voz de Elianne me despertó de mi deambulación automática. La chica se encontraba a mis espaldas y corría hacia mí, el sonido de sus fuertes pasos en la nieve resultaba desagradable a mi agudo oído.

— ¡Es un carromato! ¡Un carromato de mercaderes!— dijo la chica con el rostro iluminado por la emoción. Sus cabellos dorados estaban despeinados, copos de nieve adornaban su desordenada trenza. Elianne me hizo un gesto para que la siguiera hacia el este. Ya apenas podía sentir los dedos de mis pies. El blanco cielo amenazaba con otra tormenta de nieve y había vuelto a perder de vista a Bernoz.

El sonido de unas ruedas abriéndose paso entre la nevada llegó enseguida a mis oídos cuando aún quedaba un largo camino hacia la fuente del mismo.

—¡Estaba buscando algo de yesca cuando los vi! ¡El carro debe de estar lleno de víveres!— Las fuertes piernas de la muchacha continuaban dando potentes zancadas hasta su objetivo mientras ella hiperventilaba y continuaba hablando entre bocanadas de aire.

Mi organismo había entrado en un extraño estado de hibernación al atravesar la cadena montañosa que conformaba la frontera natural de Fjalarr. Mis pensamientos eran lentos, mis reacciones aún más. Una suerte que Elianne se mantuviera enérgica por entonces. Apenas era capaz de manipular mi energía interna. Solo existía nieve y desierto por todas partes. Seguí a Elianne hasta el viejo carromato de madera que se divisaba aún en la lejanía. Me costaba seguir su ritmo.

El color pardo del carromato resaltaba acusado entre la blanca nieve del entorno. Tiritando de frío se encontraban envueltos en unas mantas dos medianos. El armatoste parecía estar repleto de mercancía: Barriles, sacos de frutos y verduras, algún que otro palomino enjaulado además de una gran cantidad de objetos. Elianne me miró con sus azules ojos, estaban  abiertos como platos admirando aquel suculento transporte. La caza era buena, aún así, era repetitivo y tedioso alimentarse a diario de conejo de estepa cazado con suerte y mucha habilidad.

—¿Dónde nos encontramos?— dijo una de las figuras que anteriormente se encontraba envuelta en mantas. A juzgar por sus rasgos y acento, se trataba indudablemente de un enano. Su de seguro poblada barba aún quedaba cubierta por las pieles y mantas en las que estaban sepultados.

—Hammerglen no se encuentra en esa dirección.— dije cruzado de brazos. Aquellos enanos parecían sin duda haber perdido su norte.

—No vamos a Hammerglen amigo, buscamos un lugar donde encontrar salida a nuestra mercancía.— Aquel enano se levantó torpemente sobre el carromato mostrando su larga barba rojiza. Estaba tiritando. Un brillante anillo de turquesas brillaba en su dedo corazón.

—Tengo algunas monedas— dijo Elianne rebuscando en sus saquillos.

—¡Has visto Rir! ¡No importa a donde vayas! Siempre hay alguien con quien intercambiar unas cuantas monedas...— La sonrisa del enano mostró unos dientes amarillentos y alguna que otra réplica dorada cubriendo ausencias.

Cuentos de Delonna IWhere stories live. Discover now