Capítulo 10: El Templo de la Luz

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Una vez el maestro de Xiafang les dio las indicaciones adecuadas, se despidió del grupo que se dirigía hacia el templo principal, el llamado Templo de la Luz. Bo les preparó unas bolsas con comida para varios días, provisiones de agua y algún que otro aislante de tela para dormir al raso. Justo antes de que el maestro perdiera de vista a los tres viajeros, un joven de estatura ligeramente superior a la del elfo, se apresuró a seguir al grupo con un petate a cuestas. Por sus vestiduras y su cráneo afeitado, debía de tratarse de un aprendiz del maestro de Xiafang.

—Espero que encuentres la paz joven— dijo el maestro a su aprendiz desde la tarima de madera del templo, inclinó despacio la cabeza en señal de despedida.

El joven caminó hacia su destino hasta  el preciso momento en el que Felfalas se giró para identificar el ligero cuerpo que se dirigía en su dirección . El gesto interrogante de Felfalas parecía incomodar al muchacho que se mantenía firme ante el escrutinio de su nueva compañía.

—¿Cómo te llamas?— le preguntó Elianne al joven dándole unas buenas palmadas en la espalda—. ¿Eres nuestro guía?

El chico mantuvo la cabeza gacha escuchando aquellas palabras de la corpulenta chica rubia. Avanzaron a un paso no muy rápido, el templo se hacía cada vez más pequeño, quedando de nuevo mimetizado con la vegetación y los riscos de las montañas.

—¿No contestas?— Elianne aún no había alcanzado a observar los ojos del muchacho que continuaba su camino cabizbajo mientras se apoyaba sobre su cayado de madera.

—El maestro de Xiafang nos ha confiado a su más aventajado aprendiz.— Felfalas se posicionó cerca de Elianne para poder disminuir el tono de su voz—. Por lo visto necesita comenzar su camino, nos guiará hacia el Templo de la Luz.

El chico continuó su caminar evitando mirar a la figura encapuchada que tal y como había podido comprobar, no respiraba. Un miedo irracional se apoderaba del joven cuando la capucha se mecía con el viento, no quería contemplar aquel rostro que apenas había podido distinguir la noche anterior.

La mañana había traído consigo el canto de los pájaros, los cuales  les acompañaron durante su ascenso hacia una cadena de montañas que se encontraba más hacia el norte. Desde que salieron de Hendelborg, Elianne no había tenido tiempo de acercarse a Bernoz y preguntarle por sus pensamientos. Estaba completamente encerrado en sí mismo, ni una palabra salió de él aparte de su disculpa. Aún quedaba parte de su amigo en aquel cuerpo y mientras fuera así le acompañaría hasta que encontrase un modo de devolverle a la normalidad, aunque ignoraba si eso podría ser posible.  Bernoz no volvería a Hendelborg, tampoco podría hacerlo debido a  aquellos que lo perseguían. Elianne no quería ni pensar de nuevo la razón por la que acudieron aquella noche al cementerio...Bernoz acudió para buscar objetos de valor que vender para la peletería de su padre. Él no la abandonó y ella tampoco pensaba hacerlo.

El ascenso resultó extenuante, una vez coronaron la cadena montañosa la bruma envolvió los alrededores. Parecía que habían llegado al fin del mundo, tampoco podía verse el mar de Quin.

—¿Estamos cerca?— preguntó Felfalas al joven aprendiz.

El chico que caminaba el más avanzado se giró hacia Felfalas, inclinó la cabeza y sonrió.

—¿Podemos interpretarlo como un sí?—  dijo Elianne tras hacer un gesto de burla a Felfalas, trataba de imitar torpemente la perfecta sonrisa de cortesía que acostumbraban a dedicar los lugareños.

Conforme continuaban ascendiendo el aire que llegaba a sus pulmones parecía ser menor. Cada vez les resultaba más costoso contraer sus músculos para continuar con su camino. Solo el aprendiz continuaba su paso estoico. Aquellas rocosas y empinadas montañas no parecían tener cima, la derrota física ya estaba acompañada de su correspondiente cansancio mental después de un largo día de camino. Fue Elianne la primera que deshizo su petate para comprobar la naturaleza de los víveres que Bo les había preparado, de no ser porque la muchacha provocó un gran estruendo para abrir la caja de madera que guardaba las viandas, Bernoz y el aprendiz hubieran proseguido su viaje.

Cuentos de Delonna IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora