Capítulo 14: El Santuario de Huoyan

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Los monjes habían comenzado el día sin que el alba les sorprendiera. Sus vestiduras eran diferentes, mantenían el blanco pálido y limpio, pero habían ganado movilidad para las tareas marciales que llevaban a cabo. Ahora la larga túnica había sido sustituida por una toga ceñida a la cintura mediante un cinturón de tela, el atuendo continuaba cubriendo el cuerpo de los monjes mediante pantalones de tela sencilla ajustados con cordeles a la espinilla. La flexibilidad de su calzado de tela les posibilitaba los imposibles movimientos que los monjes  y aprendices llevaban a cabo para darle la bienvenida al nuevo día. Felfalas y Elianne se habían despertado de su pesado sueño a causa del estruendo que producían fuertes vigas de piedra al romperse contra las espaldas de los que parecían inofensivos y meticulosos monjes. La dura jornada de entrenamiento había empezado y parecía que no se detendría hasta que llegase el enemigo. La tenacidad de los monjes era demostrada desde el más joven e inexperto aprendiz hasta el más experimentado monje guerrero. Elianne no creía lo que estaban viendo sus aún somnolientos ojos, ¿ de verdad eran aquellos los monjes que se dedicaban a cuidar del jardín y a abrillantar las tejas?

El día continuó acompañado de los gritos coordinados de los monjes que ensayaban prodigiosas patadas que casi parecían acrobacias. Su flexibilidad era increíble, hacían que cualquier observador cuestionase la solidez de los huesos de su cuerpo. Además de sus movimientos, sus estilos de combate a mano desnuda se habían inspirado en los animales del lugar; algunos se movían como simios, otros lo hacían con la gracia de una grulla. Su disciplina era también sorprendente; se organizaban sin tardanza en pelotones y realizaban sus movimientos en el momento exacto, todos a la vez. Elianne pensó que sería una buena idea comenzar un entrenamiento, aunque ella nunca había precisado de algo así; sus cacerías siempre le habían proporcionado el entrenamiento adecuado y suficiente para mantenerse en forma y continuar con el negocio familiar. Aun así, bien era cierto que se acercaban tiempos imprevisibles.

—¿Una ronda?— Felfalas, cuyo rostro ya había abandonado cualquier signo de sueño, le cedió con un movimiento rápido una larga vara de madera a la joven.

Elianne la paró en seco recogiéndola con su mano derecha. Se trataba de un largo y flexible palo de bambú que medía algo más que la muchacha. El elfo respiraba profundamente, tanteaba con sus manos la larga vara que podía triplicar su tamaño perfectamente. Elianne desvió la vista hacia los monjes; éstos se apoyaban sobre la vara, azotaban, giraban, la levantaban describiendo un sinfín de trayectorias sobre su cuerpo y la superficie del suelo.

—De acuerdo— dijo Elianne ahora posicionándose como lo estaba haciendo el monje de Xiafang que entrenaba sin descanso junto con otro joven que parecía también ser de una edad bastante temprana.

El elfo, que ya no jugaba en desventaja una vez dejaron atrás la fría Fjalarr, comenzó a hacer girar el enorme bastón sobre su cabeza. El sonido sibilante del mismo comenzó a molestar a Elianne, la joven estaba a la espera de que el elfo se decidiera por algún movimiento ofensivo para poder llevarlo al suelo, así es como siempre se había desenvuelto; aquellas exquisiteces de circo le irritaban. Felfalas avanzó finalmente al contemplar que la rubia no parecía moverse de la losa en la que había posado sus pies. La vara era tan grande que resultaba difícil que alguien de la estatura del elfo pudiera manejarla con destreza. Con un giró de muñeca Felfalas comenzó el ataque al cuello de Elianne. Su mano fue a agarrar el cayado el cual sujetó en seco. El elfo sintió que alguien les vigilaba, no podía distraer su atención en aquel momento. El elfo se impulsó apoyando toda su fuerza sobre el cayado que sujetaba fuertemente Elianne, se deslizó por el suelo y tomó el otro extremo a sus espaldas. Elianne que no esperaba aquel movimiento soltó el cayado para voltearse en búsqueda del escurridizo elfo. Aquella vara ya había comenzado a girar como una hélice para cuando Elianne se giró, la joven apretó los dientes cuando la vara de bambú impacto sobre su abdomen. Una suave lluvia comenzó a humedecer los castaños cabellos del elfo. Elianne empezó ahora la ofensiva tomando el cayado desde la parte proximal, con la otra mano agarró fuertemente el de Felfalas. Con un movimiento Elianne controló el cayado oponente y aprovechó para hacer caer a Felfalas al suelo con un golpe en las espinillas que lo había desestabilizado. Casi estaba perdido. Su mente fue rápida, con un golpe secó con los cantos de las manos impactó contra ambos cayados que sostenía la joven desolladora. Los cayados que eran muy flexibles hicieron un efecto catapulta que provocó que ambos extremos golpearan a la joven que también se desestabilizó. Una risa concluyó la ronda; se trataba del Maestro.

Cuentos de Delonna IWhere stories live. Discover now