''Hund era un perro que no recibía muestras de cariño familiares desde hacía, exactamente, toda su vida. Siempre humillado. Siempre insultado. Siempre bajo gritos. Siempre sintiéndose mal pero sin voz para quejarse. Aparece, como de la nada, una gata. Una preciosa gata de pelaje marrón oscuro. Hund, como buen perro que es, no se fija en ella al principio, ¿para qué? Sólo es una gata, nada más. Un animal cuadrúpedo con exceso de pelo en su cuerpo. Nada especial. O eso creía. El tiempo suena, el tic-tac no se detiene, y llega la casualidad de que dicha gata (sí sí, ¡la peluda que he dicho antes!) acaba demostrando tener un lado que a Hund, como buen perro que vuelve a ser, rastrea e identifica bien. Le gusta. La quiere. Y luego, se enamora. Sí, en efecto: el amor puro y sincero de un perro hacia una félida. Amor que no sabe explicar, amor que apenas sabe si sabe sentir. Pero amor, al fin y al cabo. Debido a sus marcas en el alma por todas las cadenas que le han ido haciendo daño, Hund se da cuenta de que la preciosa gata (a la que llamaremos... Cat, sí. Cat suena bien) le está otorgando muchísimo. Más de lo que entiende. Más de lo que sabe explicarle. Aunque no todo son días de sol, hay algunos días de lluvia pero OJO, ambos los disfrutan tras la ventana. Llega un momento en que Cat, por un motivo ajeno al conocimiento de Hund, empieza a ser más félida. Se aleja un poco, no emocionalmente sino físicamente de Hund cuando se ven. Él coge su correa con la boca y se la acerca, pidiéndole a gritos "¿paseamos juntos?". Le trae un hueso, esperando que ella se lo lance y le muestre interés. Pero... Está en su minino mundo. Y Hund se empieza a sentir mal, a pensar que quizá no eran huesos lo que debía llevarle a Cat. Que quizá no quiere huesos, sino ovillos de lana. Así que ambos miran por su ventana, en sus respectivas casas. Echándose de menos, queriéndose ver, queriéndose. Pero sin saber cómo decírselo.''
