3. Efímero

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El camino se le ha hecho a Antara considerablemente largo; tal vez por un irrefrenable deseo de no llegar, de eternizar aquella tarde al lado de aquel muchacho. Sin embargo, aún no piensa ponerle final a la magia que está viviendo. No puede calificarlo de otro modo.

El crujido de la cerradura precede al calorcillo que mana desde lo que ha de ser un apartamento situado en pleno centro, tal y como él mismo le ha explicado. Antara siente la mano del muchacho en su cintura y la otra, sujetando la suya propia, invitándola a entrar.

—Tienes un apartamento precioso —le dice.

Él la mira sin decir nada y ella estalla en carcajadas ante su silencio.

—Estaba bromeando, obviamente.

El muchacho la sujeta con suavidad desde su barbilla y la besa.

—Me encanta verte así.

Antara escucha como él deja las llaves sobre algún sitio y después continúa guiándola con cuidado. No sabe por dónde camina pero llega a una habitación más cálida aún y el olor a leña quemada la pone, más o menos en situación. No puede dejar de maravillarse de lo despiertos que están el resto de sentidos de su cuerpo: el oído, el olfato, el tacto...

—¿Hay una chimenea? —pregunta.

—La hay pero está apagada.

—¿Podrías encenderla?

Él la mira, mientras se quita la chaqueta.

—Claro. Aunque había pensado en que quizás te apetecería una ducha caliente. No te quitarás el frío de encima tan fácilmente.

—¿Una ducha, viajante? Vas muy rápido, ¿no?

Él sonríe.

—No me refería a juntos, para su tranquilidad, señorita.

Antara sonríe y se agacha justo en el lugar desde el que siente el calor irradiar cuando él prende algunos leños en la chimenea. Cierra los ojos y escucha el chisporroteo de la llama, un sonido que la sume siempre en una agradable sensación. Esta se multiplica cuando percibe el cuerpo de su misterioso desconocido sentándose detrás de ella y abrazándola al tiempo que la cubre con una suave manta.

—¿Estás bien? —le susurra al oído.

—Estoy en el cielo.

—¿Eso quiere decir que yo soy un ángel?

—O un dios...

Antara vuelve la cabeza ligeramente y siente los labios de él, besándola con suavidad. Después centra de nuevo su atención en el calor que irradia el fuego. Lo siente abrasándole las mejillas y acentuando una sensación de sueño que genera un debate en ella: ¿debe dejarse arrastrar y afrontar más tarde el temido despertar? Una parte de sí misma desea dormir al lado de él, sentir su respiración sobre su cara, su abrazo en la negrura de la noche transmitiéndole esa sensación de protección que tanto anhela; la otra, quiere aguantar todo lo que le sea posible y vivir cada segundo, cada minuto y cada hora con él, escuchando esas palabras que la impulsan a alzarse por encima de sus circunstancias, oyéndole susurrar y repitiéndole que la ama, que siempre la ha amado; sentir sus besos sobre sus labios.

—Te vas a quedar dormida —le dice él, besándola en la sien.

Aquellas palabras y aquel gesto le recuerdan algo y, de forma inconsciente, decide el camino que desea tomar:

—Lo estoy deseando —responde—. Hicimos un trato, ¿recuerdas?

Él modifica su expresión y permanece pensativo durante unos pocos segundos antes de volver a hablar:

Dioses de Antara (Dioses y Guerreros 1)Where stories live. Discover now