La joven se encontraba sentada frente a su escritorio, trataba de concentrarse en el vaso de agua frente a ella. Franco, sentado en el sofá-cama detrás de ella, leía y observaba de reojo de vez en cuando a su reciente aprendiza.

Alison emitió un suspiro, era plena tarde en Valparaíso con un calor no tan intenso como en los primeros días de enero. Las ultimas actividades culturales recreativas estaban llegando a su fin esa semana, por lo tanto, era indicio de que las clases, y el comienzo de su tesis, se diera inicio los primeros días de marzo.

La chica odiaba los días así, lentos y pesados. Parecía que cargaban con ellos recuerdos tristes, que solo conseguían sentir agobiado el corazón. Desvió la vista de la ventana con vitrales, su habitación convertida en su estudio de magia era colorido y vivo, lleno de flores y colgantes de diferentes formas y texturas, tal y como ella.

Tenía el estomago revuelto esos días, una mezcla de sensaciones la traían en las nubes, pensando sin saber que pensar, sintiendo sin saber que sentir. Silenciosamente recordó el rostro de Elijah de todas las veces que habían estado juntos. Los recuerdos cuando caminaban por el puerto, en sus sueños, hacia su casa o simplemente charlando entre ambos. El cuadro que había pintado de él seguía allí en el atril, pero con una manta encima. De pronto sintió la imperiosa necesidad de descubrirlo y volverlo a mirar, porque le invadió un miedo incomprensible de estarlo olvidando, y ella no quería hacerlo. Imaginaba diálogos futuros en que ambos reían o simplemente paseaban por lugares donde aun no habían ido, como si nada hubiera existido.

Se permitió regodearse en ese pozo profundo de sensaciones que le erizaban su columna vertebral. Franco solo estaba leyendo, no la miraba. A veces creía que en realidad el joven de ojos grises era el malo de la historia, y Elijah una victima indirecta de las situaciones acontecidas.

En ese vaivén de exploración sobre las nuevas aristas de su mundo interior, una gota del vaso salió y se elevó, llegando a la altura de sus ojos, notándolo.

Alison se alegro y, cuando lo hizo, producto de la efusiva sorpresa, la gota cayó precipitadamente al suelo.

—¿Ves que solo era cuestión de meditación?

Alison lo miro, él sonreía.

El joven sostuvo su mirada queriendo agregar algo más, sin embargo, luego levanto su mano sacudiendo su brazo y descubriendo su muñeca, mirando la hora.

Se levantó un tanto perturbado, a veces quería decirle muchas cosas, pero era como si las palabras se le atropellaran en la boca. No sabia canalizar en frases lo que quería comunicarle, ni tampoco podía identificar qué era.

—Debo irme... —empezó.

—¿Dónde? —preguntó ella.

—Le prometí a Estienne que lo vería donde acordamos.

—¿Dónde es eso?

Franco guardó silencio.

—Lejos.

—¿Puedo ir a tu casa, aunque no estés?

Franco levantó una ceja, extrañado.

—¡Por supuesto que sí! —se acercó a ella, tomándola de los hombros—, el medallón puede llevarte y traerte. Ahora es tuyo. Mi casa siempre estará abierta para ti.

Llevó una de sus manos hasta el Rin, acarició el zafiro con lentitud.

—Parece que siempre te ha pertenecido a ti, te viene.

Alison levantó la mirada de la joya para verlo a él.

—Gracias.

Ella sonrió, una sonrisa comprensiva, que solo te da una persona que lo entiende todo y que ha visto todo de uno, hasta el lado mas malo, y sabe aceptarlo como es.

Franco se dio cuenta que realmente no podía con ella, aunque lo intentara, aunque tratara con todas sus fuerzas. El joven con el mechón gris vislumbró muy claramente que Alison era capaz de dar todo y más, pero se escondía en un caparazón duro y distante, haciendo como si las cosas fueran solo eso, cosas, cuando para ella solían ser mucho más.

Decían que los ángeles eran bondadosos y gentiles, Alison en cambio demostraba muchas cosas diferentes. A simple vista cualquiera se imaginaria que ella parecía más un brujo que un hechicero, un mago negro que un mago blanco. A pesar de todo lo que podía aparentar, era buena y gentil. Humana. Escondía dentro de ella todo lo que buscó durante mucho tiempo, la calma y la redención.

¿y si aquella humana era la clave para su rendición? ¿redimirse frente a todo? ¿Qué debía hacer? ¿quedarse a su lado, dejarla? No, apoyarla. Alison era su ángel, un ángel perdido en un mar de gente que buscaba con desesperación un objetivo en su vida, tratando de no perderse en el camino.

Estuvo bastante tiempo cuestionando el regalo que Elijah le obligó a dar a Alison, el collar mágico creado para su mujer. Quizás esa había sido una de las tantas pruebas, despegarse de algo valioso para alguien que lo necesite más.

Cayó en la cuenta de que tal vez nunca mas encontraría a su amada, y que esta vez era de verdad. Observó la bahía por la ventana, sin soltar a la muchacha, el tiempo que estaba viviendo ahora le parecía un buen tiempo, donde las cosas sucedían a un ritmo propio.

Volvió a mirarla.

—Debo irme.

—Lo sé.

Franco era así, y al final Alison le terminó tomando cariño. Nadie nunca sabrá lo que estará pasando por su cabeza, pero eso no significaba que uno no pudiera intuirlo. Enfadada y todo, lo terminaba viendo como una especie de amigo a quien todo se le aguanta y se le prestaba ayuda en los momentos mas enérgicos. Franco solo era Franco.

Se soltó de él suavemente, ambos se sostenían las miradas en silencio cuando ella al final sonrió otra vez, como haciéndole entender que todas las deudas ya estaban saldadas. 

Rin, La ciudad de las ilusionesWhere stories live. Discover now