Nunca debe rendirse una pareja al no poder concebir. Te preguntarás por qué digo esto, y es que yo estoy aquí porque, como le puede ocurrir a cualquier pareja, no había manera de quedar en estado sin perder el feto.
Como las leyes de la vida dicen, unos meses después de mi llegada, entonces sí, a la vida se le antoja traerme un hermanito. Yo sigo siendo el mimado, el niño que vino de Rumanía, el niño que necesita cariño. Una de las cosas que más me fascina de la vida es la capacidad que tienen las madres y los padres de amar por igual a tantos hijos o hijas como tenga. El amor es la única manifestación de la energía sentimental que puede dividirse sin disminuir su cantidad desde el principio. Esto quiere decir que dividir un amor en dos, no nos dará medio amor por cápita, sino que obtendremos uno por cada cápita.
Nace mi hermano, y yo soy consciente de ello. Con un año y medio, no me entero de nada excepto de una cosa. Sabía que yo ya no era el centro de atención. Mis padres me levantaron para que pudiera ver al bebé, pero, mi actitud fue de rechazo. Quizás esto suene un poco surrealista, pero, igual que todos y todas hemos notado alguna vez esa sensación de haber vivido algo antes, yo de alguna forma, puedo notar una sensación extraña cuando pienso en una situación similar a la de aquel día. Y es que, de algún modo, ese día fue tan extraño para mí, que algo quedó grabado en mi mente.
Estaba celoso, y pese a tener un año y medio, noto ese momento muy cercano, el único, después, no he vuelto a recordar nada hasta mucho más adelante, más crecido. No recuerdo como era mi hermano con ocho meses, tampoco lo recuerdo con un año, pero sí tengo la extraña sensación de recordarlo prematuro.
Ya no soy el centro de atención, ya no soy el único que recibe amor, pero no era consciente de que el amor de unos padres no se divide, se multiplica. Así, mostré un rechazo a veces normal, pero inocente.
¿Como le dices a un bebé que ha sido el centro durante un año y medio, que ahora ya no lo es?
Nos vemos en el próximo capítulo.
