Capitulo 3 (Dánae)

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Tenía y aún tengo que reconocer que la casa era preciosa. Con un toque antiguo, todo estaba realizado en madera de diferentes tipos, lo que hacía que tuviese un aspecto bastante rústico y acogedor. Mientras aquel chico me enseñaba cada estancia, yo observaba atentamente cada detalle y no podía evitar tocar todo aquello que creía que no dañarían mis manos. Si algo me habían enseñado en la carrera era que muchas veces para entender el arte era necesario tocar para sentir y, aunque en los museos no teníamos la oportunidad de tocar todas aquellas obras que nos apasionaban o que simplemente queríamos entender, siempre aprovechaba a tocar todo lo que se me permitía. Es por esto que, cada vez que caminaba por esos pasillos rozaba la madera de las paredes con mis dedos, porque de cualquier manera quería que aquella casa me hablase.

- Y bueno... esta es tu habitación. –

Aparté las manos de las paredes del pasillo y me asomé por la puerta. Se trataba de una habitación bastante pequeña también de madera, pero lo suficientemente espaciosa para poder dejar allí mis cosas y trabajar si era necesario. Tenía una cama de matrimonio bastante bajita teniendo en cuenta las que se utilizaban en España y, también tenía una mesa de madera, una silla, una estantería enorme (algo que me encantaba porque podía colocar todos los libros de arte que quisiese) y un armario donde guardar la ropa. Las ventanas eran algo pequeñas y carecían de persianas las cuales fueron sustituidas por unas cortinas anaranjadas para así proteger la estancia den sol.

Entré a la habitación, dejé la maleta al lado de la cama y con paso firme me acerqué a la ventana para observar el exterior. Inmediatamente sonreí de manera inconsciente. La habitación de mi casa de Madrid solo daba a una calle abarrotada de coches y estaba rodeada de edificios más altos por lo que, más allá de aquellas vistas, el resto era cosa de mi propia imaginación. Sin embargo, mi habitación de Seúl daba directamente a un pequeño jardín rodeado de árboles, con un pequeño estanque y un merendero de madera en su centro al que se accedía por un puente.

- Vaya...- murmuré asombrada.

El chico que me acompañaba se acercó a mi para descubrir que era aquello que me había dejado sin palabras y tras entender a lo que me refería arqueó una ceja y sonrió de lado.

- ¿Nunca has visto un jardín? O... ¿es que los de occidente no son tan bonitos como este de aquí? – dijo el chico con un aire juguetón en sus palabras.

- No, no, es que... en donde vivo no estamos acostumbrados a tener estas vistas. Simplemente eso. – respondí nerviosa apartándome rápidamente de la ventana.

Sentía las mejillas bastante sonrojadas y era algo que odiaba. Bueno, lo cierto es que literalmente odiaba exponerme con tanta facilidad porque sentía que cualquiera podía descubrir todos mis miedos o debilidades y posteriormente jugar y atacarme con ellos. Era algo que pensaba y que de forma inevitable pasaba por mi mente cada vez que estaba en situaciones parecidas a aquella.

Mientras más me adentraba en aquel pensamiento sentía que otros también familiares volvían para hundirme de nuevo. ''Dan, otra vez no'' pensé. Sin embargo, eso desapareció por completo y volví de mi ensimismamiento al sentir unas manos en mis hombros.

- Era una broma. – espetó él.

Levanté la vista para observarle. La verdad es que desde que había entrado en la casa, no me había fijado detenidamente en él, pero ahora que le prestaba más atención podía ver a un chico más o menos de mi edad, alto, con el cabello oscuro algo largo que le tapaban un poco los ojos, pero lo suficiente para poder ver el color verdoso de sus ojos, algo que me resultó peculiar. Me observaba con una sonrisa en la cara, una sonrisa de oreja a oreja que le creaba unos hoyuelos en sus dos lados de las mejillas y lo que le hacían tener una apariencia más simpática y amigable. Y seguramente lo fuese.

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