Exámenes y la monotonía de lo pasado

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Oh sí.

Sabía a lo que iba. Un examen de titulación, llenar opciones, leer rápido, tratar de comer sin cargar el estómago.

Todo frente a mí como hace años atrás. Sólo que no era igual, mucho cambió. Empezando por el nivel de exigencia y de complejidad en comparación al de prepa.

Miro atrás y quisiera meter a una cajita de cristal a la muñequita de porcelana que estaba hecha, una venda de excesiva confianza estaba amarrada con fuerza a mis ojos y me solía guiar sólo por tu voz.

Tus palabras.

Palabras bellas, adornadas y serenas... Pero vacías. Tan vacías que pude haber llenado un oceáno interminable de lágrimas que lloré al sentir en carne propia ese vacío.

Diferente examen. Mismo tú.

Roble del más frío acero, con ligeros aires de soberbia coronados por una melena negra que sostuve entre mis dedos hace tiempo.

Tiempo en el que tu corazón latía, pegadito a mí que podrían jurar que nuestros latidos bailaron el mismo compás.

Pero la magia se acabó. Tomaste tus maletas y partiste a una estación rumbo a lo desconocido, sin mí. Pero no ibas solo, fui reemplazada... De la noche al alba mi lugar había sido tomado por alguien que sabe jugar al póker igual que tú.

Quizá mejor que tú.

Mejor que todos.

Mejor que yo.

El jugador que creyó tener el control en el tablero, al final se convirtió en la ficha de adorno mejor guardada por aquella jugadora de póker. Triste. Pero no sorpresivo.

Ya no.

Mismos pasos, mismas risas, posturas y miradas furtivas. Sin atreverte a dar otro paso más, sin hacer nada diferente. ¿Acaso lo intentaste?, ¿O volviste a tratar de usar palabras adornadas de promesa? El timón no giró nada, incluso la jugadora de póker se ha acabado los trucos pues sabe que la inercia y las mismas jugadas del pasado son fáciles de usar.

Y efectivas contigo.

No fue sorpresa. Pues supe desde hace mucho que el control no está en mí y que no puedes hacer nada por quien se encadena al fondo de la botella y te dejó fuera. Esto hiciste.

Examen como látigo, la columna cansada y un sol abrazador que dieron a mis colores rosas y morados, algo de frescura. La sensación de llevar la blusa anudada a mi cuello, tocar ligeramente mi pecho y verte ahí... Inmóvil como siempre. Miradas furtivas que disfruté cual golosina.

Y al final del día... Nada. Sólo lluvia, temblé de camino al coche, la suave blusa rosa que durante el sol me brindó frescura ahora me hacía tiritar de lo empapada que estaba. Pero me sentí libre, gocé la lluvia y lamenté haber mojado los tapetes del coche.

No estabas ahí. No para sostener mi mano, pero sí otra. No para animarme, no a mí. Levantaste un muro demasiado difícil de derrumbar y esa tarea ni siquiera es mía, es tuya.

Lamenté todos los escenarios posibles para esa fecha con la que soñamos, un futuro juntos, anidados el uno al otro por amor. Por decisión, no por imposición, selección o por temor a quedar solos.

No me sorprendió ni un segundo tu postura, altiva como es de costumbre. Me alegró captar al niño atrevido, dulce y ligeramente coqueto que lanzó varias miradas hacia mí.

Pero no sólo se vive de la vista. No alcanza.

Mientras tus ojos correteaban a buscar a los míos, tu cuerpo no se movió ni un centímetro. No me gustan las palabras vacías, ni el póker. No me gusta ser una ficha más en tu tablero.

La lluvia pintó de oscuro mi ropa, alisó mi cabello y empañó mis lentes... Pero me sentí libre. Libre de no estar atada a ver qué hacías sin mí, sin la cadena de tu enojo y tu rechazo.

Alcé la cara al cielo para empaparme del agua fría mientras mi corazón se mantuvo caliente. No fue mi culpa, ahora lo sé. No merezco ser 2da opción de nadie, también lo aprendí.

Y aunque mi yo interna lucha todos los días por quererte encontrar, le tengo que enseñar que hay cosas que ya no dependen de ella ni son su responsabilidad.

No es sorpresa la actitud, las poses, los gestos, las risas, susurros y demás... Me fueron tan comunes como hace tres años. Tres años.

Y nada fue sorpresa... o diferente. Fue dulce tener la certeza de los movimientos del tablero, fue satisfactorio saber cuándo dejar de mover piezas y competir por un espacio que no será sólo para mí.

Lo que sí fue sorpresa, fue que no me castañearon los dientes ni un solo momento y que pude gozar de una tormenta como esa mientras volvía a casa. Sentí el vacío y el hueco donde se supone caminarías, nada puede cambiar eso. Pero puedo intentar andar por mi propio pie.

Porque no quiero quedarme atrás olvidada, lo quiero todo...

Fue sorpresa que  la lluvia, por primera vez, no me sentó nada mal.


Por cierto, gran canción. Estoy traumada con ella, es tan... exacta. Profunda. Dean realmente sabe captar lo que los sentimientos son, cómo se sienten, cómo duelen. Y fue la canción que me acompañó cuando salí de la universidad. 

Conectando Estrellas *Notas de autora*Where stories live. Discover now