Capítulo 10

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Lo primero que percibí al regresar fue la discordante repetición de enfermizas entonaciones, las que producían los seres de sombra ataviados con togas oscuras y capuchas negras que ocultaban sus rostros en la penumbra.

—Les voy a quitar las ganas de canturrear —mascullé mientras abría los ojos y los veía flotar a una decena de metros—. Tendríais que haber nacido sin bocas. Así os ahorraríais el dolor que os causaré al arrancaros las gargantas.

Aunque unas cadenas de eslabones rojos, recubiertos de afiladas y largas púas, ejercían una presión que me tensaba los músculos y apenas me permitía respirar sin forzar la garganta y los pulmones, traté de levantarme, ignoré las punzadas y me incorporé un poco antes de verme obligado a desistir, a apretar los dientes, a contener un gemido por los pinchazos de las púas que aumentaron su tamaño y densidad y rajaron mis órganos.

Solté un quejido, giré un poco la cabeza y el frío tacto del mineral opaco en el que me encontraba tumbado me adormeció la mejilla; esa gelidez también me entumeció los brazos, las piernas y los músculos de la espalda. Tirité mientras veía en un inmenso cristal ennegrecido, que se hallaba a una veintena de metros, mi oscuro reflejo y el de altar, largo, rectangular y liso por todas sus caras, al que estaba encadenado; una nube de ceniza azul, que rodeaba la parte más baja del altar y descendía muy despacio, se materializó con diminutos titileos de fulgores negros mientras la compacta estructura flotaba a un metro y medio.

—Maldito monstruo —pronuncié entre dientes, tras observar a cada lado del gran cristal a varias almas de niños petrificadas en agónicas poses, con los ojos a punto de estallar, los pequeños dedos hundidos en las mejillas y las mandíbulas, casi desencajadas, forzando los labios a estirarse al máximo y mostrar el interior vacío de las bocas—. Vas a pagar, lo juro. —Me fue imposible no desear arrancarle las tripas al Antecesor y no pensar en mis hijos ante la dantesca visión—. Tu locura acabará hoy.

Antes de que el altar vibrara, emitiera un zumbido y me produjera un intenso dolor de cabeza, alcancé a ver las pequeñas elevaciones de mineral cristalino rojo, compuestas por varias caras lisas, que emergían de una superficie vítrea cubierta por montones no muy grandes de arena amarilla y esquirlas de huesos.

Lo que se hallaba debajo del altar poseía una alta densidad de esencias cósmicas muertas que en una sucesión de tenues pulsos conseguían que la capa de la realidad vibrara.

—Has vuelto antes de lo esperado. —Escuché la voz del Antecesor acercarse por detrás de mí—. Reconozco que eres un humano singular. —Caminó hasta detenerse a mi lado—. Eres un mortal, de una primitiva especie que existe en un rincón de la realidad sin interés para que lo que trasciende a La Oquedad Originaria, que ha fundido la llama roja a su ser y la domina cómo ni siquiera el más poderoso Ígneo hubiera soñado. —Sus ojos blancos produjeron un intenso brillo que me obligó a cerrar los párpados durante unos segundos—. Eres una anomalía. Una nacida con el único propósito de servir en nuestra obra.

Era insoportable el odio que me producía, me hubiera encantado asarlo a fuego lento, cociendo sus órganos para que los vomitara calcinados, ennegrecidos como si un pirómano le hubiera obligado a tragarse un lanzallamas defectuoso a punto de estallar.

Apreté los dientes y lo miré sin ocultar la rabia y el asco que me daba.

—Eres un repugnante cobarde —pronuncié muy despacio remarcando en cada palabra un profundo desprecio—. Siempre juegas sucio, atacando por la espalda, sedando o inmovilizando. —Me imaginé mis dedos hundidos en su garganta, a punto de arrancarle la tráquea—. Suélteme y te demostraré de lo que es capaz una anomalía.

Perdió el poco interés que tenía por mí, se dio la vuelta y apuntó con la mano al gran cristal.

—Si la obra no estuviera a punto de cumplirse, dedicaría incontables rotaciones de las capas de la realidad a mutilar tu cuerpo, tu mente y tu alma, en busca de la razón que te hace único. —El vidrio oscuro se recubrió con una intensa película azulada que emitió un débil fulgor—. Incluso El Sharekhar siente curiosidad por tu condición, algo insólito. Quizá en otro momento también habría querido convertir en polvo tu esencia para averiguar el origen de tu don, pero estamos listos, la convergencia se está dando y hay que drenarte mientras las almas de tu mujer y tus hijos son consumidas en el estallido de las ascuas extintas.

El sacrificio de un don malditoWhere stories live. Discover now